El depuesto presidente sirio, Bachar al Asad, se refugió en Rusia hace una semana, según confirmó el Kremlin el 8 de diciembre. Desde entonces, su paradero y el de su familia se mantienen en secreto, una práctica habitual del gobierno ruso en casos similares de asilo a exmandatarios.
El portavoz presidencial, Dmitri Peskov, ha evitado responder preguntas sobre el tema, mostrando el delicado equilibrio que Moscú busca mantener para no comprometer sus bases militares en Siria ni tensar aún más sus relaciones con Turquía, Israel y Estados Unidos, beneficiarios del cambio de poder en Damasco. Lea aquí: Israel bombardeó los alrededores de Damasco: ¿Por qué?
Diplomáticos sirios e iraníes han confirmado que la familia de Al Asad también se encuentra en Rusia, aunque sin brindar detalles adicionales.
Según reportes, su hijo mayor, Hafez, completó un doctorado en una universidad de Moscú, y la familia habría adquirido propiedades de lujo en Moscow City, un exclusivo complejo de rascacielos.

Se espera que el presidente ruso, Vladímir Putin, aborde la situación en su conferencia anual el 19 de diciembre. Mientras tanto, el mandatario ha evitado cualquier mención al tema, reflejando el impacto geopolítico negativo que supone para Rusia este cambio en Siria.
Lejos han quedado los días de 2016, cuando el Kremlin celebraba su intervención militar en Siria con un concierto en las ruinas de Palmira, en lo que fue presentado como una victoria estratégica en la región.
La propaganda oficial rusa ha dejado entrever un cambio significativo en su percepción de Al Asad. En pocos días, los rebeldes del Organismo de la Liberación del Levante (Hayat Tahrir al Sham) pasaron de ser denominados “terroristas” a ser reconocidos como “oposición armada”, con la que Moscú ya ha iniciado contactos, según confirmó el Ministerio de Exteriores ruso.
Este cambio de narrativa busca minimizar el impacto en la imagen del ejército ruso, que enfrenta dificultades para sostener conflictos en múltiples frentes, especialmente ante su involucramiento en la ofensiva del Donbás.
Al Asad se ha convertido en una figura incómoda para Moscú, que teme que su caída refuerce la percepción de vulnerabilidad de los regímenes autoritarios aliados del Kremlin.
Dmitri Medvédev, subjefe del Consejo de Seguridad ruso, criticó abiertamente la incapacidad del Ejército sirio y los errores de gestión de Al Asad.

En Moscú, la comunidad siria ya ha comenzado a tomar distancia de Al Asad. La embajada siria arrió la bandera nacional del régimen y izó la de la oposición, mientras que grupos de sirios se concentraron en las afueras para mostrar su apoyo a las nuevas autoridades en Damasco.
El embajador sirio en Rusia, Bashar Jaafari, calificó la huida de Al Asad como una “vergonzosa y humillante fuga” que evidencia la necesidad de un cambio político en Siria. Según Jaafari, la rápida caída del régimen en menos de dos semanas demuestra su falta de apoyo tanto en la sociedad como en las Fuerzas Armadas. Le puede interesar: Siria: Kurdos y rebeldes logran importante acuerdo, ¿De qué trata?
Mientras Rusia evalúa cómo manejar la situación, el cambio de liderazgo en Siria plantea grandes interrogantes sobre la estabilidad futura del país. Medvédev expresó dudas sobre la capacidad de las nuevas autoridades para garantizar la convivencia entre los diversos grupos étnicos y religiosos en Siria, señalando que, aunque el modelo de los Asad logró mantener un equilibrio temporal, sus consecuencias fueron costosas.