Hace poco Teresita Gómez visitó Pérgamo, en Italia, como parte de una gira por Europa que también incluyó Alemania y Polonia. Llegar a la ciudad italiana despertó en ella una sensación de curiosidad. Se preguntaba si su padre biológico, un famoso músico italiano que la abandonó recién nacida, habría transitado por las mismas calles que ella recorría. Y estuvo tentada a caminar por el cementerio local en busca de algún vestigio de sus raíces, pero finalmente desechó esa idea. También te podría interesar: El mural que le dice ‘sí’ a las segundas oportunidades
Teresita, la pianista más aclamada de Colombia, cuenta esa anécdota, ahora, sentada frente al piano, en los bastidores del Teatro Adolfo Mejía, en Cartagena de Indias. La última vez que había visitado la ciudad lo hizo por un acontecimiento trascendental: el lanzamiento de ‘Teresita Gómez. Música toda una vida’, su biografía, escrita por Beatriz Helena Robledo.
“¡Cartagena es una ciudad muy bonita!”, exclama. “Llegué hace tres días de Europa, estaba haciendo unos conciertos. Toqué en Berlín, en Cracovia, en Roma y en Pérgamo. Llegué el sábado, como desbaratada porque esos vuelos son pesados, a pesar de que soy muy joven porque tengo 18 años, al revés (81)”, dice entre risas.
- ¿Qué escenario ha sido el más significativo para usted?
- Berlín ahora fue muy significativo. Porque allá viví un tiempo, cuatro años, cuando estaba el muro. Fue una experiencia muy grande. Volver esta vez fue muy rico.
Teresita ama la música, naturalmente. “Es una compañía de vida. Te hace traspasar los problemas. Cualquier cosa que llegue a la vida de uno que le dé mucho dolor, la música te sana. ¡No toda, ojo!”, afirma y ríe.
- Qué música no cura?
- No creo que un reguetón lo sané a uno, lo pone es a bailar (risas). No estoy hablando mal del reguetón. La música de los grandes maestros, como por ejemplo Bach, que lleva más de 300 años y todavía está vivo, o Beethoven, tenía una profundidad muy grande.
Sentada en esa misma banca relata sus impresiones sobre la actualidad de la industria en Colombia. Cuenta que le gustan aquellos artistas que mantienen la música viva, como Andrés Cepeda, Carlos Vives y Juanes. Y confiesa que no ha sido capaz de volver a leer su biografía, “porque sería como vivir la vida tres veces”.
“Hay cosas que uno no quiere volver a leer. Ha sido una vida tan fuerte y tan difícil. Yo cojo y abro una página y no, que pereza tanta Teresa (risas)”, comenta.
- Pero sí hay episodios que le gustará releer…
- Los episodios del amor cuando llega. Al principio es muy lindo. Uno se debe quedar únicamente con eso. Cuando llega (el amor), cuando se va ahí viene el problema (risas).
- ¿Tuvo muchos desamores en su vida?
- Muchos, yo me creía una Elizabeth Taylor (risas). Los recuerdo a todos porque se vivieron cosas muy lindas. A mis alumnos yo les digo que se tienen que enamorar, eso es bonito con todo y desamor.
Teresita es una mujer absolutamente dulce, de voz tierna y palabras fuertes, con un sentido del humor sutil y perspicaz. Su talento la ha llevado a escenarios tan destacados como la Sociedad Chopin, en Varsovia; el Palacio Real de El Pardo, en Madrid, y el Festival Internacional Franz Liszt, en Weimar.
Estar en el Teatro Adolfo Mejía, que fue posible con el apoyo del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena de Indias y la Alcaldía Mayor, le trae gratos recuerdos, como su primera vez presentándose aquí, para la inauguración del telón de boca de Enrique Grau. En esta ocasión más reciente, toca para niños, niñas y jóvenes de Cartagena, y el hecho de poder compartirles su experiencia de vida la llena de satisfacción.
Herencia africana y europea
“Dicen que me dejaron en las puertas de Bellas Artes y no es verdad. A mí me adoptaron los porteros del Instituto de Bellas Artes de Medellín, Valerio Gómez y Teresita Arteaga”, narra. Ella creció entre el universo de las notas musicales y luchando contra el racismo puro.
“Le preguntaba a mi madre adoptiva por qué era tan negrita, ella me decía que me había tomado un frasco de tinta cuando chiquita. A ella no le gustaban mucho los negros, pero yo puedo decir que me adoró y me aprendió a querer mucho y se le fue calmando su racismo conmigo. Mi papá (adoptivo) fue un cómplice siempre”, comenta.
Su casa quedaba en Bellas Artes y vivía tras los pasos de la profesora de piano. “Empecé a grabarme lo que las alumnas hacían en el piano. Mi papá adoptivo, todas las noches, cuando iba a cerrar el palacio de Bellas Artes, yo iba con él e iba tocando de piano en piano en los salones. Me aprendí una melodía y un día me llevó al teatro a que diera el primer concierto. Me aplaudió, hice la venia y todo. La profesora, cuando me descubrió tocando así, pegó un grito… casi se desmaya y yo me puse a llorar. Me dijo que me iba a dar clases a escondidas…tiempo después, me dieron un beca. Dijeron que tenía que sacar siempre cinco, pero para mí no fue difícil. Fui muy feliz”, recuerda. Fue el inicio de una prolifera carrera que hoy, a sus 81 años, resplandece.
¿Cómo fue ese descubrimiento de quién era su verdadero papá?
- Estuve muy cerca de él, siempre. Entraba siempre a mi casa porque era un maestro de música en Bellas Artes, trabajaba con mi papá adoptivo, pero no me enteré de que era mi padre biológico sino hasta hace 20 años. Una de sus criadas resultó ser mi madre, cosa que se mantuvo en secreto, pues en esa época era imposible que algo así fuera socialmente aceptado. Y mejor que haya sido así. A mi mamá seguro le dijeron que nací muerta, porque las negras no son capaces de regalar a los hijos. Yo sí vivía muy intrigada por mi talento musical… y bueno, los secretos no se pueden guardar.
Teresita comenta que ahora, con la publicación de su biografía, ha percibido que sus amigos cercanos sienten pena de preguntarle por sus padres. Sin embargo, la antioqueña habla del tema sin tapujos.
-¿Qué le aprendió a su papá biológico?
- Todo el talento. Sí trabajé con él, pero no fue mi maestro. Tocamos a cuatro manos.
- Y cuándo supo que era su papá...
- Él ya estaba muerto.
- ¿Se interesó en buscar sus raíces familiares?
- Ahora que fui a Pérgamo, él era de allá. Me sentí muy extraña. Estuve solamente una noche. Me pregunté por qué calles pasaría, dónde habría estado. Me hubiera gustado ir al cementerio a buscar a la familia de él. De mi mamá nunca supe nada. Eso quedó pero borrado. Eso me da mucha tristeza. No sé si vengo del Chocó o de otra región.
Con cariño, Teresita recuerda y se siente agradecida con sus padres putativos, así como con las dos fuerzas que viven en ella: la europea, por su padre, de quien heredó la maravillosa vena artística, y la africana, herencia de la madre que nunca conoció y que, aun así, ama.
***
Teresita está sumergida en una constelación de notas y nos lleva a todos a navegar por ella. Ya en el concierto, narra parte de su vida. Recuerda aquella vez que sentía la música en su cerebro, pero se le había ido de las manos por una operación del túnel carpiano de la que le costó recuperarse tres años. Ahora, sus dedos se deslizan sin ambivalencias por las teclas, como si el piano fuera una extensión de su cuerpo y del alma musical que lo habita, demuestra que, a sus 81 años, sigue llevando con esplendor el título de la pianista más grande de Colombia.
