Uno podría decir que es moralmente deseable que un carro sea pesado para que ofrezca la máxima protección posible a sus pasajeros. Pero eso es una mentira estadística: reforzar demasiado lleva a que económicamente sea inviable, además de que, en caso de choques, y esto es contraintuitivo, la rigidez no permitiría que se disipe la energía dentro del mismo armazón.
El presidente Petro todo lo justifica con su superioridad moral, por eso, para él es preferible que se enriquezca el Estado a que se enriquezcan los privados; el Estado, al fin y al cabo, es realmente de todos: es lo que él llama la democratización de la economía. Pero esto, también, es un imposible estadístico; el Estado es pésimo manejando empresas (solamente los monopolios le producen utilidades) y la economía no funciona bien cuando es democratizada. Suena detestable e inmoral, pero los juicios morales no caben cuando se confrontan con imposibles.
Estatizar solamente produce monopolios, y los monopolios causan, a su vez, microsufrimientos de horas de filas, grosera atención, baja calidad, blanca escasez; que no son tragedias, pero su suma es descomunal. Como la moral se trata del sufrimiento causado, nada más inmoral económicamente que los monopolios.
Hemos dejado que demonicen un concepto que resume lo mejor que nos ha pasado en economía en los últimos 35 años: el neoliberalismo. Si nos ponemos a pensar, todos los esquemas que Petro quiere desmontar, y que funcionan bien, nacen de una idea de separar al Estado de los negocios. No es solamente la salud y la energía, también la educación, las concesiones, la vivienda, inclusive de la política monetaria y los pesos y contrapesos, que ahora Petro tilda de neoliberales.
Lo malo del neoliberalismo es que su progreso es incremental, infinitesimal, si se quiere. Sus decisiones son desalmadas y basadas en estadísticas y evidencias, en métodos y modelos serios -no basadas en intuiciones sensibleras o simbolismos-. Y así, en 35 años se ha logrado bajar la pobreza del 50% al 25% (que sigue siendo escandalosa), mientras que los microsufrimientos han bajado donde persiste el mercado.
El neoliberalismo se trata de competencia, y toda competencia seria es brutal, pero democrática. Eso es lo que no le gusta a la izquierda, pero lo que tampoco les gusta a los conservadores proteccionistas y autoritarios, que renegaron del garantismo constitucional (¿A Petro le quedan 450 días?), denigraron de la apertura que nos presentó el mundo y todavía añoran empresas amigas que arrinconaban el mercado.
Nunca ha habido tantas herramientas para que el frío neoliberalismo llegue a los marginados: sólo una tecnocracia fortalecida con inteligencia artificial, big data y estadísticas podría tomar las decisiones acertadas (morales) para reducir con más rapidez la pobreza.