
Uno de los grandes retos de las ciudades capitales y emergentes en nuestro país es lograr mantener tasas de crecimiento positivas‚ mientras se promueven y anhelan condiciones ambientales prístinas, estables o no tan nocivas para sus habitantes. Así lo indica Cristian Julián Díaz Álvarez, decano nacional de Ingeniería y Ciencias Básicas de la Fundación Universitaria del Área Andina.
Señala que esta expectativa que, de lejos, se veía difícil de alcanzar por las características del crecimiento económico, fundamentado en el consumo; el medio ambiente, centrado en las esferas de la vida; y el desarrollo, enfocado en la calidad de vida y el cierre de brechas. Sin embargo, los gestores urbanos mantenían la utopía desde sus discursos y los planes de desarrollo aprobados por los correspondientes consejos municipales.
“Hacía falta una gran crisis para evidenciar el espejismo urbano: la pandemia mostró que las ciudades y la forma de vida urbana nunca atendieron criterios de sostenibilidad. No solo por las continuas prácticas insalubres que coadyuvaron a la infestación, sino por la alta vulnerabilidad individual, colectiva e institucional para atender, al menor costo posible, el desafío de la supervivencia”, afirma el decano Díaz.
El vertido en áreas públicas de aguas servidas y basuras, el uso de cuerpos de agua como reservorios de aguas negras, los débiles controles de plagas urbanas, la liberación a la atmósfera de especies químicas tóxicas, material particulado, gases ácidos y la radiación no intencional ionizante y no ionizante, entre otros, son algunas de las prácticas que nos están matando lentamente, según el académico.
La forma y magnitud del metabolismo social de una población urbana en aumento, que agota los recursos naturales, difícilmente recicla materiales con altas eficiencias, no recircula el agua, ni atiende la economía circular. Somos parte de una sociedad que, solo hasta hoy, se dio cuenta que no es capaz de autoabastecerse; que no logra gestionar de una manera óptima los flujos básicos necesarios para cualquier asentamiento humano: agua, energía eléctrica, combustibles fósiles y alimentos.
Adicional a estas señales‚ anota el decano de Areanadina, se suma el modelo de gestión lineal y determinista presión-estado-impacto-respuesta”, que restringe cualquier análisis de la complejidad. Las ciudades son un conjunto de elementos heterogéneos, cuyos individuos responden de una manera no lineal a las políticas públicas en función de sus experiencias, imaginarios y creencias, en contextos sociales, económicos y geográficos variopinto. Todo un bricolaje que exige una aproximación compleja, que no necesariamente se está “enseñando” en las aulas.
En este orden de ideas y con este ejemplo urbano, la nueva Maestría en Gestión Ambiental de Areandina, adscrita a la facultad de Ingeniería y Ciencias Básicas, es una propuesta académica que, como elemento diferenciador, inserta la complejidad – como pensamiento y ciencia- en el currículo, de tal forma que sus futuros egresados tengan la capacidad de mirar el mundo de una manera holográmática – tipo 360°-, reconociendo que la dimensión ambiental, en su coexistencia con lo económico y lo social- está regida por procesos no lineales, por la indeterminación, la incertidumbre y, sobre todo, por la diversidad.
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