Llegó a Barranquilla desde la terminal de buses de Cartagena. Viajó con su hermana, quien para esos tiempos era su compañera de trabajo, y con quien se hospedó en un hotel a dos edificios de distancia de donde se alojaba el futbolista.
Desempacó en un parpadeo. Sacó luces, máquinas y sets de limpieza; guardó los nervios con los que había viajado desde Cartagena, y con los que cargaba desde abril de 2022 cuando conoció a Roller, hermano de Luis Díaz, quien lo había contactado para que tatuara al 7 más grande Colombia.
Cuando cruzó el bloque de cemento que lo separaba de su sueño, tropezó con un río de periodistas que acechaban al goleador. Lo interceptaron e insistieron en saber a dónde iba. El olfato les decía que era él, Elkin, quien haría realidad el que hasta ese día sería el sueño frustrado del guajiro. Siga aquí: Luis Díaz es el mejor extremo del mundo; lo dicen los números, varios técnicos y expertos
Entró y se encontró con un caja metal donde cabían sus ansias. Entró como pudo y presionó el piso 22. Al cerrar la puerta, le fue inevitable no recordarse hace siete años, cuando tenía 15 y empezaba a tatuar.
Elkin rememoraba los días en que saliendo de clases se entrometía en un estudio que estaba justo en frente de su colegio en el barrio San José. Atraído por el sonido vibrante de la máquina de Andy, el dueño del estudio al que invadía desde la ventana, descubrió su pasión, misma que explotó en una feria científica de su colegio con una máquina para tatuar casera: una cuchara, una aguja de coser, una tinta de lapicero y un cargador; un artesanal que le valía un Nobel, porque nunca entendió cómo no les dio gangrena a los compañeros que le sirvieron de lienzo ese día.
Ese momento marcó su vida. Siguió jugando con pedazos de metales, motores y agujas que encontraba en su casa en el taller de su papá, y le llegó 2017. Después de un año de haberle rayado las pieles a “los locos que se dejaban” usar de lienzo, Elkin ya era un experto hacedor de máquinas. Tanto que hasta las comercializaba cuando fabricaba una mejor. Hasta que, por fortuna, asegura, cometió el error de tatuar a su hermana. Por ese hecho, su papá le quitó las artesanías y se vio obligado a comprar su primer kit profesional para tatuar.
Con ese kit recién estrenado llegó a “El Rayatón”, un evento de tatuadores en el que dio sus segundos pasos y conoció a Letto, un artista ya consagrado del tatuaje en Cartagena, y hoy compañero de estudio. Esa jornada le dio la patadita de la buena suerte y lo llevó a su primer estudio de tatuajes. Uno que en realidad era una barbería, pero en el que un amigo le dio una habitación para comenzar de lleno con su sueño. Dos años después de ese momento, en 2019, ya era Elkin Torres, reconocido tatuador.
Se hizo 2020 y, como a todos, le llegó la pandemia. Sin embargo, Elkin, amarrado a su idea de consolidarse como tatuador, se atornilló su máquina a la mano y no dejó de tatuar. Cuando todos cerraron, él mantuvo abiertas las puertas del cuartico que fue su estudio hasta 2021, cuando su papá falleció.
Ese año Elkin se convirtió en “el hombre de la casa”, se mudó con su familia a Los Alpes, y en el hogar donde vivía con su mamá, dos hermanas y su sobrinito de un mes siguió su sueño. Dos dosis de Pfizer y un sueño compartido con un amigo lo llevaron a Bélgica por tres meses a instalarse en un estudio europeo.
Lo recuerda con tanta lucidez que se le va la vista al recrearlo, como si estuviese viviendo el momento de nuevo. Estaba tatuando, cuando abrieron la puerta y le presentaron al hermano del colombiano que estaba conquistando Inglaterra con un balón en los pies, y quien le compartió las ganas de Lucho de tatuarse con él.
Cuando terminó el deslizar de la placa de metal, veintidós pisos después, se abrió la puerta plateada que contenía su sueño. Se encontró de frente con una familia de cinco, todos esperando por él: los Díaz. Estaban el gran Lucho Díaz junto a su novia Geraldine, la señora Cilenis, Roller y el gran entrenador y cacique vallenatero, Mane Díaz. Sintió que levitó, y dos segundos después puso los pies sobre la tierra.
Saludó a Lucho como a un ‘vale más’, y de inmediato se pusieron en lo de ambos. Lucho le dijo que quería algo con referencias a Dios, al tiempo y un león. Fueron dos diseños los que hizo Elkin, mientras Lucho recordaba sus días en Barrancas, La Guajira, y cuando su papá lo entrenaba para ser lo que es hoy. Un Jesucristo, un reloj y el pedido león fueron los tatuajes. Rayado el gran 7, Elkin siguió con los demás: Roller y Geraldine. Lea aquí: Tic, tac: representante de Luis Díaz se habría reunido con Barcelona
Al final de la sesión, cuando Lucho le preguntó cuánto era, Elkin le respondió que no le debía nada. Sobre las protestas de Geraldine porque cobrara su trabajo, Elkin, el ahora tatuador oficial de los Díaz, insistió en que Lucho no le pagara el tatuaje. Sin embargo, el guajiro no lo dejó regresar a su hotel con las manos vacías. Fue a su cuarto y regresó con una camiseta exclusiva del Liverpool; en ese momento, sólo el reguetonero paisa Blessd la tenía en Colombia. Lucho la extendió sobre el grueso vidrio que componía la mesa del comedor, y con un marcador negro la inmortalizó: Lucho Díaz/23 firmó, y se la entregó a Elkin. Así se hicieron amigos.
A su regreso a Cartagena, Elkin armó su maleta para irse a Bélgica por otros tres meses, y continuar con su vaivén trimestral. En su vuelta a la Heroica lo recibió una intoxicación que lo mandó al hospital el 31 de diciembre de 2022, y ahí en la sala blanca de luz encandilante recibió la llamada de Roller. Lucho lo quería en Inglaterra para seguir tatuándose, y no hubo mejor remedio que ese mensaje. Se paró a galope y le dijo a su mamá, metió todo lo que pudo en su bolso de viaje y el 3 de enero de 2023 ya estaba en Liverpool.
Le dio la bienvenida “La Guajira”, como se llama la casa de Lucho, aunque el 7 insiste en que no es suya. De nuevo se encontró a toda la familia Díaz. A Lucho le estaban haciendo terapias para la lesión que había sufrido, y en ese cruce de paredes, mientras acababan las sesiones, le hicieron el recorrido por la casa de tres pisos y lo instalaron en una habitación.
Se quedó 15 días. En ese lapso celebró el cumpleaños 26 de Lucho, tatuó al futbolista uruguayo Darwin Núñez y a su novia. Le hizo una ‘manga’ a Lucho, volvió a rayar a Geraldine y a Roller, y esta vez sí les cobró. Con su trabajo hecho, regresó a Bélgica a calentar su estudio y retornó, nuevamente, a los tres meses a Cartagena, a seguir tatuando desde su nuevo estudio en el barrio Providencia. Para febrero de 2024 estaba de vuelta en Europa, lo que Lucho aprovechó para invitarlo de nuevo a Inglaterra y tatuarse el nombre de su recién nacida hija. Lea además: “Mane” Díaz, papá de Luis Díaz, es tendencia en redes por jocoso baile
El Mane Díaz también aprovechó y se llenó los brazos de tatuajes pequeños con los nombres de sus hijos, distribuidos a su gusto por el tronco, siendo criticado por la edad en que decidió hacerse esa “rebeldía” después de su lamentable secuestro.

Elkin regresó a Cartagena por otros tres meses con una nueva camiseta autografiada por Lucho, que cuelga en su estudio en Providencia junto a la camiseta de Darwin Núñez, más que como un trofeo, como un recordatorio de los años en que con tuercas y engranajes, del ángel que hoy le cuida, comenzó su sueño de ser tatuador.