Decir que estaba emocionado por el viernes 17 de octubre era poco, y es que mi banda favorita, Imagine Dragons, se presentaba en Bogotá por tercera vez desde que iniciaron su carrera en Las Vegas hace 15 años, en Estados Unidos. Imagine vino a Colombia por primera vez con su Smoke + Mirrors Tour en 2015 (tenía 15 años); la segunda fue con el Mercury World Tour en 2023 (yo recién empezaba a trabajar, así que me fue imposible ir), y esta tercera fue con el Loom World Tour, la gira de su más reciente álbum, Loom, con la cual finalmente los pude ver, 10 años después de su primera vez en el país.
Desde que me enteré de que venían no dudé en comprar la boleta con muchos meses de anticipación, comprar los tiquetes de avión y avisarle a uno de mis mejores amigos para ir. Lea aquí: Orgullo colombiano: los hitos que marcaron la moda mundial
Así que decir que el día anterior dormí es poco. Desde las tres de la mañana estaba despierto, ya que mi vuelo a Bogotá salía a las 5:30. La emoción no cabía en mi cuerpo, literalmente. Mis ojos no se pegaron; sentía cómo la felicidad se tomaba cada parte de mí. Era uno de los pequeños sueños de mi lista que iba a cumplir. Desde que conocí a Imagine Dragons, en el popular juego Pro Evolution Soccer en 2013, con su canción On Top of the World (mi canción favorita de la banda), he vivido momentos alegres, tristes, extraordinarios y nefastos, siempre acompañados por su música. En los momentos felices me subían más el ánimo, era como estar en el video de una película, y en los tristes me ayudaban a sanar o a sobrellevar lo que estaba sucediendo. Finalmente, 12 años después iba a poder verlos en vivo, alejado de mi ciudad, pero todo por lograr ese pequeño sueño para mí.
Pero Bogotá no nos iba a dar tregua ese viernes 18 de octubre. Errores pequeños e inocentes convirtieron ese viaje en una travesía que solo por ver a Imagine Dragons iba a valer la pena.

Llegada a Bogotá e inicio del drama
Cuando llegué a Bogotá, mi amigo y su novia —llamémoslos I y D— me estaban esperando en un Airbnb que arrendaron. Ya estaban listos para el concierto, con la misma emoción que yo. Pero, a falta de muchas horas, ellos querían aprovechar su primer viaje como pareja (primer viaje para I y uno de los tantos para D) para conocer al menos zonas turísticas de la capital. Algo muy loco en un mismo día de concierto, el cual estaba programado para comenzar a las 8:00 p.m.
La primera misión era desayunar y conocer el cerro de Monserrate. El primer objetivo fue cumplido: desayunamos esos alimentos fuertes que mantienen a los cachacos sin hambre al menos hasta las dos de la tarde, uno que nos iba a servir para lo que venía. Ya al alimentarnos, decidimos pedir un Uber para dirigirnos a Monserrate. Sin embargo, nadie quería llevarnos en la aplicación que estábamos usando, y tomamos nuestra primera mala decisión: caminar en Bogotá sin conocer al menos por dónde andábamos. Le puede interesar: Valerie, la primera cartagenera con síndrome de Down en el Reinado Juvenil
Así que fuimos en busca de un taxi en una esquina cercana. En este punto, mi amigo estaba hablando por celular con mi abuela para pedirle el favor de que le colaborara con llevarle un medicamento a la suya en Cartagena. Cuando quisimos darnos cuenta, en una moto de alto cilindraje un hombre, amigo de lo ajeno, le arrebató de las manos el celular sin darse cuenta. Lo que iba a comenzar como una gran experiencia dio un giro de 360 grados a un estrés que se extendió y nos frustró por gran parte del día.

Solo recuerdo el “¡Nojoda!” de I con mucha frustración. No eran ni las 10 de la mañana, así que enseguida regresamos al hotel para cerrar todas las cuentas y aplicaciones que estaban abiertas en el smartphone. Posterior a esto, lo que serían pasajes para turistear se convirtieron en pasajes para hacer diligencias en una ciudad que no conocíamos.
Lo primero fue reportar el celular para que lo bloquearan y después reportar la SIM, para de esta forma dejar a los bandidos sin ninguna chance de realizar nada en el dispositivo. Fueron casi cuatro horas que se sintieron como todo un día. Fue pasando el tiempo y el concierto se acercaba. Ya casi resignados, pero agradecidos y viendo lo “positivo de la situación” (el concierto y que estábamos sanos, dejando lo material y el duro golpe moral a un lado), entramos a un local a comprar un chaleco para D por la fría noche que se venía. Sin embargo, cuando estábamos pagándolo, nos dimos cuenta de que los bandidos, no contentos con el celular, estaban sacando dinero desde una aplicación que olvidaron cerrar.
Si lo primero fue un golpe moral, esto fue un dolor de cabeza infinito. Con mucha velocidad D evitó que le debitaran el cobro y logró el reembolso, pero uno solo quedó pendiente. Este nos tomó estrés, energía y la poca moral que nos quedaba para la noche. Fueron casi dos horas más de llamadas a sucursales bancarias, quejas y reclamos para que el dinero volviera a sus bolsillos, algo que por suerte se logró casi a las 4:00 p.m. Más aquí: Pablo Alborán eclipsó a Ibagué: así se vivió su primer concierto sinfónico
Habían pasado mis amigos tantas cosas estresantes en ese momento que ni cuenta nos dimos de que no habíamos comido. Así que, de vuelta en el Airbnb, lo mínimo que podía hacer era tratar de subirles el ánimo con una buena comida tras un día tan tortuoso. Comimos un buen pollo de una marca local (ya saben cuál es) y recuperamos energías. Ya habiendo pasado lo peor —un robo y un intento de robo—, eran las 5:00 y, después de todo el estrés, solo quedaba el concierto por delante: Imagine Dragons nos esperaba.
No obstante, nos percatamos, mientras comíamos, de que una protesta estaba ocurriendo muy cerca de nuestro hotel.

Rumbo a ver Imagine Dragons
En el lobby del hotel, rumbo a ver a la banda, estábamos pidiendo en la aplicación un transporte, pero nos enteramos de que la protesta era más grave de lo que sonaba: policías e indígenas se estaban enfrentando; hubo disparos de flechas, heridos e incluso gas lacrimógeno, el cual se metió hasta el lobby donde nos encontrábamos, dejándonos con ardor en ojos y nariz por un rato.
Casi dos horas pasaron y seguíamos estancados sin poder salir, hasta que el señor Óscar —nuestro héroe en la app—, gracias a él, desde la distancia, pudimos salir al concierto a falta de dos horas para comenzar, luchando contra el tráfico y todo lo que se nos ponía en medio.

Imagine Dragons salvó un día tortuoso
Ya en el Vive Claro, I, D y yo nos olvidamos de todo lo que había pasado afuera y estábamos a minutos de cumplir un sueño. Luego de extensos protocolos de seguridad, llegamos a las 7 a nuestros puestos. Lástimosamente, a I y D les tocó en la zona derecha y a mí en la izquierda. Por suerte para ellos, los que estaban en su zona fueron corridos a platea y tuvieron el privilegio de ver el concierto más cerca. Yo no corrí la misma suerte, pero por todo lo que vivieron —sé que son cosas materiales, pero es duro trabajar, lograr lo que te propones y que venga alguien de la nada a apropiarse de lo que sudaste durante el mes—, se lo merecían. Por mi lado, podía ver muy bien el espectáculo.
Después de esperar un buen rato bajo la lluvia y el frío de la capital, inició el concierto a eso de las 8:30 de la noche. Dan Reynolds salió y todo el estadio explotó en emoción con las notas de una de las canciones del álbum de la gira, Fire in These Hills. No puedo mentir: aquí se me salió una lágrima. Todo el día había sido muy frustrante, pero este pequeño momento significaba el inicio de ver lo positivo hasta en un día tan asqueroso como fue ese. Más del talento en Facetas: José Orlando, el cartagenero que conquista París con la cocina del Caribe

Las lágrimas brotaban de mis ojos; estaba cumpliendo un pequeño sueño. Avanzaban las canciones en el repertorio: Thunder, Bones, Take Me to the Beach, y durante los meses que iban de tour no habían tocado mi favorita, hasta que Dan dice: “Let me bring some of Night Visions” (Déjenme traerles algo de Night Visions, álbum donde pertenece la canción On Top of the World), y empieza a sonar la melodía.
Mi grito de emoción juro que se escuchó en todo el Vive Claro. Estaba disfrutando la primera canción de la banda que me acompañó en mi infancia; en serio, es una emoción indescriptible. Como si fuera poco, tuve la oportunidad de ver frente a mí a Dan Reynolds en un momento inesperado de la noche. Se acercó a la zona donde estaba mientras cantaba I Bet My Life, otro sentimiento que no puedo explicar. Es como si los astros que tanto nos perjudicaron en el día nos hubieran favorecido en la noche.
Por su parte, I y D también pasaron por lo mismo; lo tuvieron tan cerca como yo. Tanto así, que al final de la noche D tuvo la suerte de llevarse un recordatorio del concierto: Dan Reynolds le había dado a D la púa con la que Wayne Sermon (otro de los miembros de la banda) había tocado. Ni el mejor de los fans de Imagine Dragons espera que le pase eso en un concierto.
Todo eso fue épico para nosotros, pero mi momento favorito de la noche fue cuando Dan —quien en el concierto conectó con todos, subió a una fanática a vivir el momento de su vida disfrazada de tiburón, o cuando hablaba en su español rústico diciendo cosas como: “Hola, mi amigo. Me llamo Danielito. Canto. Me gusta bailar. Mi español muy, muy poquito. Muy poco. Muy pequeño. I love you. Te amo”— reveló que no había vivido uno de sus mejores meses y que Colombia le había alegrado el corazón desde que llegaron. Otras facetas: Taylor Swift: un tour por sus eras románticas
Octubre es uno de los peores meses del año para mí. El show de Bogotá es el primero que damos en Suramérica en la gira y ustedes han sentido mi corazón. Eso es lo lindo de la música. Nos cura. Ustedes me han ayudado a sanar.”
Dan Reynolds (Vocalista de Imagine Dragons)
Como si fuera algún mensaje personal, me sentí muy identificado, no solo por lo que pasó en el día, sino porque durante muchas partes de mi vida, la música —su música, sus letras— han sido lo mejor que he tenido y me han ayudado a sentirme bien, incluso en los momentos más oscuros.
Gracias, Imagine Dragons, por hacer que ese día en Bogotá pasara de ser una pesadilla a ser uno de los días que jamás olvidaré. Cumpliendo un sueño de niño, 13 años después, a mis 25. Por ustedes siempre estoy: “On Top of the World.” Gracias por todo.
