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¿Y si Paulina nunca existió? El misterio oculto de La Usurpadora

Paulina, ¿real o inventada? Una relectura cultural de La Usurpadora, la telenovela mexicana de 1998, a través de su icónico personaje Paola Bracho.

¿Y si Paulina nunca existió? El misterio oculto de La Usurpadora

Gabriel Spanic interpretando a Paola Bracho en La Usurpadora. // tomada de X

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La vez que mi madre nos dejó en casa de mi abuela, con el pretexto de una gripe contagiosa, entendí que lo que sabía lo había aprendido en las telenovelas. Poco después descubrimos que se había escapado con un amante a Santa Marta.

Los melodramas eran parte de la vida de mi madre. Los devoraba con facilidad. Con el tiempo adquirió el histrionismo característico de una villana. Pero de eso ya hace mucho.

Hace un tiempo me instalaron un servicio de televisión por cable. Como actualmente poner una serie de ocho capítulos en Netflix es lo habitual (ese proceso de consumo del entretenimiento rápido al nivel de las redes sociales), y ver televisión pasó a ser lento y tedioso, apenas hace unos días me dispuse a revisar los canales de un servicio que estuve pagando sin usar. Me topé con un clásico del melodrama mexicano: La Usurpadora, con una doble interpretación de la talentosa Gabriela Spanic. Lea también: A 95 años, ‘Una habitación propia’ de Virginia Woolf inspira a las mujeres

La historia se inicia con Paulina, una joven de origen humilde que vive con su madre enferma en una costa gentrificada por hoteles de lujo. Ahí conoce a Paola Bracho, una huésped con quien tiene un parecido impresionante. Después de tanto tiempo volví a escuchar ese recurso sonoro, con cuerdas dramáticas que avivaban un aura malévola y sofisticada, que anticipaba la aparición de Paola.

Ella no quería regresar a ocupar su rol de madre. Por lo que al conocer a Paulina pensó: “Se parece tanto a mí que si la mando a mi casa nadie se daría cuenta”. Paola disfrutaría clandestinamente unas vacaciones de exceso, poniéndole los cachos su marido mientras este cuidaba a sus hijos. Y en torno a esta premisa se desarrolla la novela, ambientada en los 90 en Ciudad de México, Acapulco y Cancún, reforzando el imaginario de lujo vinculado a la élite.

Paola quería vivir su vida

Ahora entendía por qué mi madre memorizaba frases de Paola como: “Necesito una casa y una familia; criadas que me lo hagan todo”. A finales de los 90 surgía un debate en Latinoamérica sobre los roles de género: mujeres que trabajaban, se divorciaban o accedían al poder económico revelándose de cualquier condición que las redujera.

Gabriel Spanic interpretando a Paola Bracho en La Usurpadora. // tomada de X
Gabriel Spanic interpretando a Paola Bracho en La Usurpadora. // tomada de X

Tanto Paola como mi madre se desenvolvían en una América Latina en la que la participación laboral en mujeres apenas había aumentado cerca de 10 puntos porcentuales. No había una remuneración por el trabajo doméstico, tampoco alternativas de estudio. Y considerar posibilidades como el aborto, estar soltera, ser modelo webcam, hablar abiertamente de sexo y hasta conseguir un sugar daddy... eran impensables.

La Usurpadora: la teoría que borra a Paulina de la historia

Más allá del contexto alrededor de Paola, demasiado adelantada a su época, hay una complejidad interna de la que poco se habla. Navegando en las profundidades de las redes sociales me encontré con una teoría que no me parece descabellada del todo: ¿y si Paulina nunca existió?, ¿y si Paola era una mujer con trastorno disociativo que batallaba con dos personalidades para lidiar con el estrés de ser la esposa perfecta?, ¿Paulina era su estado natural y Paola el alter ego?

En la novela desarrollan a dos protagonistas en paralelo: Paulina, que quería escapar de la precariedad, y Paola, intentando descansar del tedio de la madre modelo. Hay algo de lógica en pensar que entonces ambas habitaban en ella, hasta el punto de cuestionar su identidad y el anhelo de “otra vida”. Vivir la utopía que ha pasado por la cabeza de muchas mujeres atadas a la rutina doméstica: mojarse la boca con un buen gin tonic, dejar todo tirado y permitirse huir, mentir como quien siempre tuvo que decir una verdad distinta a la suya, revolcarse en otras sábanas, hacerse dueñas de una nueva belleza y enamorarse otra vez, porque una sola vez no fue suficiente.

Gabriel Spanic interpretando a Paola Bracho en La Usurpadora. // tomada de X
Gabriel Spanic interpretando a Paola Bracho en La Usurpadora. // tomada de X

No hay que dejar de lado la desconexión moral que esto trajo consigo. Paola estuvo presa de su libertad, paradójico cuando se supone que ser libre es moverse liviano. Precisamente porque no saber qué hacer con tanta libertad puede sentirse como estar preso del deseo desbordado.

Tal vez “usurpar” sea una connotación conflictiva, con la que nadie quiere que se le vincule. Pero haciendo una relectura desde Paola, puede mirarse como el acto de encarnar la incomodidad de una sociedad que castigaba (o quizá hasta el día de hoy castiga) a la mujer que quiere más.

A Paola se le juzgó por ser perversa, pero quizás fue de las pocas mujeres en los 90 que se atrevió a rebelarse contra lo que se esperaba de ella: sumisión, maternidad ejemplar y fidelidad. No era una santa, pero, a través de la presencia escénica que aportó Gaby Spanic al personaje, se convirtió en la villana icónica de los memes y ediciones de TikTok, con frases icónicas como: “Tengo ganas de hacer maldades”, “Hagamos un pacto de perras” y el inolvidable: “Solo necesito un millón de dólares”.

Meme de Paola Bracho. // tomada de X
Meme de Paola Bracho. // tomada de X

Más allá de las risas, y la belleza evidente de este perverso personaje de ficción, hay algo de tragedia en ella: Paola encarna el deseo reprimido de muchas latinas. Hoy me pregunto cómo la vería mi madre. Qué habría sido de su vida si cumplía su amenaza de “un día coger un caminito y largarse” porque desde la realidad que yo no era capaz de percibir, y en medio del tumulto de ropa que se rehusaba a lavar y el almuerzo que nadie le pagaba por preparar, ella se deleitaba con las travesuras de Paola, un descanso para reírse o envidiar lo que no podía ser.

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