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Diomedes y la Virgen del Carmen: la fe que nunca desafinó

Diomedes Díaz no solo fue el máximo exponente del vallenato, también fue un devoto silencioso de la Virgen del Carmen.

Diomedes y la Virgen del Carmen: la fe que nunca desafinó

Diomedes Díaz y la Virgen del Carmen. //Colprensa

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En medio del calor abrasador de La Guajira, donde el polvo levanta versos y el viento arrastra melodías, nació un niño que años más tarde le cantaría a millones. Diomedes Díaz, el Cacique de La Junta, no solo llevó en el pecho la estampa del folclor vallenato, también cargó consigo —hasta el último aliento— la devoción más férrea y silenciosa: la Virgen del Carmen.

Fue su madre, Elvira Maestre, la primera en hablarle de ella. “La Virgencita te cuida”, le decía, mientras lo arrullaba con la voz suave de quien sabe que la fe es un refugio. Desde entonces, la imagen de una mujer serena y protectora quedó grabada en el corazón de aquel niño travieso que soñaba con cantar.

Pero la conexión más íntima surgió años después, cuando el acordeonero Juancho Rois —su compañero de batallas musicales— le regaló una figura de la Virgen del Carmen. A partir de ese día, Diomedes no volvió a separarse de ella. “Esta Virgencita me cuida el camino”, decía, llevándola en sus giras, en los camerinos, en los hoteles, en las fincas. Donde estuviera él, estaba ella. Incluso su casa en Valledupar fue bautizada con su nombre: “La Virgen del Carmen”.

No era un católico de misal ni de procesión. No rezaba el rosario ni se persignaba antes de cantar. “Yo no oro, no rezo. Yo me encomiendo, no más”, confesó alguna vez. Su fe era otra cosa. Una suerte de conversación muda, de guiños espirituales que se activaban antes de subir al escenario o cuando sentía que la vida lo tambaleaba. Lea: ¿Por qué los conductores en Colombia celebran a la Virgen del Carmen el 16 de julio?

La conexión de Diomedes Díaz con la Virgen del Carmen

Y lo tambaleó más de una vez

El 30 de octubre de 2012, entre Valledupar y Badillo, una llanta de su camioneta explotó. El vehículo se volcó. Los vidrios estallaron. El cuerpo del Cacique salió herido, pero no quebrado. Desde la cama del hospital, en bata blanca y mirada recelosa, soltó lo que para él era una verdad más fuerte que cualquier diagnóstico:

—La Virgen del Carmen me protegió. Sigo con vida hasta nueva orden.

Ese tipo de frases no eran excepcionales. Quienes lo conocieron sabían que su vida pendía de una cuerda tensa entre la gloria y el abismo, y que él la cruzaba aferrado a su fe.

También le cantó. Le cantó como se le canta a una madre, a una musa, a un amor que se guarda en el pecho. En “Mi primera cana”, agradeció: “Ay ve, gracias Virgen del Carmen por darme tantas cosas bonitas…”. Y en “Título de amor”, suplicó: “Virgen del Carmen, dame licencia señora…”

La manera de rezar de Diomedes Díaz: con música

Cada 16 de julio, día de su Virgen, Diomedes no daba conciertos. Esa fecha era sagrada. Organizaba caravanas, levantaba altares, mandaba a hacer camisetas con su rostro y el de la Virgen. A veces prometía cosas grandes. Una vez juró que si se curaba del síndrome de Guillain-Barré, construiría una iglesia en su nombre. Nunca llegó a hacerlo. Murió en diciembre de 2013, sin cumplir la promesa, pero dejando en su fanaticada una nueva tradición: recordarlo cada 16 como si fuera un santo popular. Le puede interesar: Así será la procesión náutica en homenaje a la Virgen del Carmen

Hoy, en pueblos de La Guajira y el Cesar todavía se escucha su voz en altavoces que lloran vallenato. Junto a las imágenes de la Virgen, algunos le prenden velas a su foto. Porque para muchos, Diomedes también protege desde algún lugar. Porque la fe, cuando se mezcla con la música, se vuelve eterna.

Y él lo sabía. Por eso nunca desafinó cuando hablaba de ella. Porque la Virgen del Carmen no fue un símbolo más en su vida. Fue su brújula. Su talismán. Su canción sin final.

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