Aunque a muchos les cueste aceptarlo, el rostro más visible del activismo climático actual es el de una joven sueca que no ha cumplido los 25 años, pero que ya ha enfrentado a jefes de Estado, empresarios y sistemas completos que ignoran la emergencia ambiental. Su nombre es Greta Thunberg, es sueca, blanca, cabello rubio y ojos azules.
En agosto de 2019, Greta llegó a Nueva York a bordo de un velero de carreras de 60 pies propulsado por energía solar. Tardó 15 días en cruzar el Atlántico desde el Reino Unido, distancia que habría recorrido en un par de horas de haber tomado un vuelo comercial, sin embargo no lo hace por su alto impacto ambiental. Su destino era la Cumbre de Acción Climática de la ONU, donde pronunció uno de los discursos más recordados de su trayectoria: “No quiero tu esperanza. Quiero que entres en pánico”. Lea también: Greta Thunberg es detenida en una protesta contra Israel en Copenhague
Convertirse en símbolo global tiene consecuencias que a muchos les cuesta la vida.
La adolescente que ha movilizado protestas en todo el mundo acerca del cambio climático, fue elegida como “la persona del año” por la revista Time en el 2019, donde compartió espacio con personas como el ejecutivo principal de la compañía Disney, Bob Iger. A tal logro se opuso Donald Trump con un tuit tan despectivo como ofensivo: “Greta tiene que controlar su enojo e ir a ver una buena película clásica acompañada de un amigo, íCálmate Greta, cálmate!”, dijo.
Una infancia marcada por la sensibilidad
Su conciencia ambiental no apareció de la noche a la mañana. Desde pequeña, Greta experimentaba angustia frente a situaciones que para otros niños pasaban desapercibidas. Documentales escolares que mostraban océanos contaminados con plástico la dejaban profundamente agobiada. Mientras sus compañeros seguían con su día, ella se quedaba atrapada en esas imágenes. Esa ansiedad, que forma parte de su diagnóstico de Asperger, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y mutismo selectivo, se convirtió en una inyección de energía.

A los 15 años, comenzó a faltar al colegio los viernes para protestar frente al Parlamento sueco. Así nació el movimiento Fridays for Future, que hoy inspira a millones de jóvenes en más de 150 países a exigir acciones concretas frente al cambio climático. Lea también: Policía desaloja a la fuerza a famosa activista Greta Thunberg de protesta
El precio de incomodar
Convertirse en símbolo global tiene consecuencias que a muchos les cuesta la vida. Greta ha sido objeto de burlas, desprecios y ataques personales. Un parlamentario británico la llamó “el Justin Bieber del ecologismo”. El bloguero australiano Andrew Bolt se refirió a ella como “profundamente perturbada”. Incluso el expresidente Donald Trump ironizó en X (antes Twitter): “Parece una niña muy feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Qué gusto da verla!”.
Todo esto, a pesar de ser una adolescente con condiciones neurodivergentes y una causa tan legítima como necesaria: la defensa del medioambiente. Su más reciente aparición pública fue recientemente al ser expulsada de Israel un día después de que las fuerzas israelíes interceptaran en el mar Mediterráneo una embarcación en la que ella y otras once personas intentaban romper el bloqueo sobre Gaza con una dosis de ayuda humanitaria. Sobre su negativa de entrar a la Franga de Gaza, se dijo que lo hacía para llamar la atención, como una especie de “yate selfie”, como mencionaron algunos.
El eco de Greta Thunberg en Cartagena
Mientras Greta Thunberg alza su voz frente a líderes mundiales, su eco llega hasta ciudades como Cartagena de Indias, donde el cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una realidad que se vive. George Salgado, un activista ambiental con formación en administración de empresas, recursos naturales y electrónica, ha dedicado su vida a desarrollar tecnologías sostenibles para comunidades marginadas. Reconocido por redes científicas como la Red Colombiana de Semilleros de Investigación y ESI-AMLAT, Salgado entiende que la lucha por el medioambiente también es una lucha por la justicia social. Lea también: Greta Thunberg asegura que la COP26 es “un fracaso”
“Cartagena tiene unas condiciones climáticas complejas y efectos reales del cambio climático”, comienza diciendo. Se refiere, por ejemplo, al aumento de las olas de calor, al desequilibrio entre la cantidad de árboles y la población, y a fenómenos como el hundimiento gradual del suelo que afecta especialmente a zonas como Bocagrande, cuyas obras para contrarrestarlo son alarmantes: “Para que la zona de Bocagrande deje de inundarse nos cuesta 40 millones de dólares, así anunció el alcalde hace unos días”.
“Es una ciudad que tiene que enfrentar una crisis climática con urgencia, pero no lo está haciendo desde un enfoque transversal”, advierte. Para él, los planes de ordenamiento territorial se enfocan más en lo político que en lo técnico. “Se habla de desarrollo, pero se deja el medioambiente como un tema aislado, cuando debería ser el eje”.
Al ser consultado sobre pequeñas acciones que podrían ayudar a mitigar los efectos del cambio climático en la ciudad, el activista social y ambiental mencionó la importancia de los árboles en el ecosistema. “Es bonito construir cemento, ¿cierto? Pero eso significa menos árboles”. Y aunque las universidades tocan el tema ambiental, lo hacen de forma superficial: “Te dicen: la contaminación, el cambio climático… pero después te mandan a sacar una hoja y escribir un ensayo, como si eso bastara para entender la ciudad”.
La mayor preocupación de líderes como George es el desinterés colectivo, por eso, muchas veces el mensaje de líderes como Greta se pierde en el camino. “Las sociedades deberían ser ambientalmente activas, conscientes. Y ahí está el problema: hay un divorcio entre los políticos que no hablan de medioambiente porque no lo consideran progreso; y una academia encerrada”.
Tal divorcio se mantiene con problemáticas sociales como la desigualdad, la marcada disparidad económica. “Imagina llegar a un barrio donde la gente solo piensa en cómo sobrevivir, qué va a comer ese día, y tú vienes a hablarle de no quemar basura. Es lógico que no les interese. Las condiciones en Latinoamérica, y especialmente en Cartagena, son tan caóticas que los mensajes ambientales dejan de tener impacto”, enfatiza.