Pocas voces han resonado con tanta valentía en la historia de Colombia como la de Jaime Garzón. Con un talento natural para la imitación, la crítica y el humor político, Garzón no solo hizo reír, sino también reflexionar a un país marcado por la desigualdad, la corrupción y el conflicto armado.
A través de sus personajes, dio rostro y voz a sectores silenciados y a figuras del poder, mostrando con ironía las contradicciones más profundas de la sociedad colombiana.
Los mejores personajes de Jaime Garzón
Uno de sus personajes más emblemáticos fue Heriberto de la Calle, un lustrabotas que entrevistaba a personalidades desde su humilde cajón. Lo que parecía una conversación sencilla se convertía en una incisiva radiografía de quienes ostentaban el poder. Aunque nació en CM&, fue en Caracol, bajo la dirección de Yamid Amat, donde el personaje alcanzó su mayor proyección, generando incomodidad a políticos y celebridades. Lea también: Arrancaron las grabaciones de la novela sobre Jaime Garzón

Con Godofredo Cínico Caspa, Garzón encarnó la voz de un sector conservador de la sociedad. Abogado de “gente de bien” y defensor a ultranza del statu quo. A pesar del rechazo de algunos líderes al verse retratados, el personaje se volvió un ícono dentro del noticiero Quac, creado junto a Antonio Morales.
Otra figura clave fue Dioselina Tibana, una empleada del servicio en la Casa de Nariño, quien con su lenguaje sencillo, compartía las verdades incómodas del poder. A través de ella, Garzón develaba los “trapitos” de la clase dirigente, entre rumores, chismes y frases que parecían absurdas, pero que contenían profundas críticas sociales. Lea también: 17 años sin Jaime Garzón, un poeta del humor

También estaba Néstor Eli, el vigilante que, desde su caseta, se enteraba de todos los secretos del país. Al atender las llamadas de políticos, el celador no solo satirizaba la cercanía del poder con la opinión pública, sino que también mostraba cómo muchos colombianos preferían justificar lo injustificable.
A pesar de las múltiples amenazas que recibió por su estilo, Garzón nunca cedió. Continuó denunciando hasta que en 1999 fue asesinado. Su muerte dejó un vacío en el periodismo crítico y la sátira política del país.