Hay películas que no se olvidan. No necesariamente por los grandes galardones ni por cifras estratosféricas en taquilla. No por los aplausos ni las luces. Se quedan porque tocan una fibra secreta, porque llegan sin permiso y se anidan en el corazón.
‘Lilo & Stitch’, estrenada originalmente en 2002, fue una de las raras películas que lograron eso. Una historia que parecía pequeña, modesta y hasta extraña para los estándares Disney de la época, pero que se convirtió en la infancia de muchos.
Más de dos décadas después, este clásico regresó en formato live action. Fue estrenada el 22 de mayo de 2025 y lo hizo con una delicadeza sorprendente. En tiempos en los que Disney parecía haber perdido el alma de sus relatos, ‘Lilo & Stitch’ se levantó como un faro y no por su perfección técnica, sino por algo más profundo: por su fidelidad, por su nostalgia intacta.
Por recordarnos lo que Disney solía ser cuando, antes que todo, nos hacía sentir.
La historia original no hablaba de princesas, ni de castillos, ni de príncipes azules. Hablaba de abandono, de pérdida y de no pertenecer. Lilo era una pequeña hawaiana huérfana, amante de Elvis Presley, marginada por sus compañeros e incomprendida por la única persona que le quedaba: su hermana Nani, quien se encuentra con Stitch, un experimento alienígena creado ilegalmente para destruir.
Juntos, sin embargo, formaron algo más poderoso que cualquier cuento de hadas: una familia. No una perfecta, sino una real, una Ohana, que significa familia en hawaiano. Y familia significa que nadie se queda atrás… ni se olvida.
El reto de Lilo y Stitch live action: renovar sin traicionar
Esta versión live action, dirigida por Dean Fleischer Camp, abraza esa esencia y la lleva al presente sin traicionarla. Ha sido un éxito rotundo. No solo en taquilla -donde ya supera los 600 millones de dólares vendidos-, sino en algo mucho más valioso: en la emoción del público.
La pequeña Maia Kealoha, en su primer papel protagónico, encarna a Lilo con la receta exacta de ternura y picardía representativas del personaje. Su conexión con Stitch -recreado con una mezcla impecable entre CGI y animatrónicos- es tan genuina que uno olvida que está viendo algo artificial. Sydney Agudong, como Nani, muestra a una hermana mayor más humana que nunca, una madre improvisada, una joven que renunció a su sueño de ser bióloga marina para sostener lo que quedó de su familia.
Y Stitch… sigue siendo Stitch: caótico, hilarante, adorable. Un reflejo de nosotros mismos cuando el amor nos transforma.

Disney no es solo para niños
En los últimos años, Disney se ha embarcado en una cruzada de remakes live action que, más que aplausos, han recibido críticas. Películas como ‘La Sirenita’ (2023) y ‘Blancanieves’ (2025) buscaron volver al presente con discursos de empoderamiento e inclusión, intentaron ser revolucionarias, pero perdieron el alma en el camino.
El público, lejos de conectar, se sintió desconcertado. Con cambios abruptos en la trama, transformaciones “innecesarias” en los personajes, un deseo por figurar que terminó vaciándolos de la ternura original. La inclusión, aunque necesaria y justa, se sintió muchas veces forzada. El resultado: películas que no conectaron ni con niños, ni con adultos, ni con nadie.
‘Lilo & Stitch’, en cambio, hace lo opuesto: honra el pasado sin miedo al presente. No pretende corregir la historia, sino comprender por qué funcionó. Parece mostrar que Disney por fin entendió que el verdadero público de estos remakes no son solo los niños de ahora. Somos nosotros también, los niños de antes. Los que crecimos con sus películas, los ahora adultos jóvenes, los hermanos mayores, los padres primerizos que hoy vuelven al cine con sus hijos para mostrarles la historia que un día les enseñó el significado de la familia y que ser diferentes está bien.
El detalle que faltó en el remake de Lilo y Stitch
Nada en esta vida es perfecto, y esta versión también ha generado -aunque pocas-, algunas críticas. Una de ellas tiene nombre propio: Pleakley.
En la película original, este divertido alienígena que llega a la Tierra para ayudar a capturar a Stitch rompía, sin decirlo explícitamente, con los roles de género. Lo recordamos disfrazado de mujer, con vestidos, pelucas, bolsos, y lo hacía con una alegría inocente que, sin pretenderlo, ofrecía representación a personas queer, trans y drag en una época donde eso era prácticamente inexistente en el cine infantil.
En el remake, aunque Pleakley mantiene su carácter nervioso y encantador, ya no experimenta con su identidad de género de la misma forma. Los productores explicaron que, por limitaciones técnicas del CGI (imágenes generadas por computadora) y restricciones presupuestarias, el personaje permanece en su forma humana durante casi toda la película, eliminando así las escenas más icónicas con sus atuendos femeninos.
Un gesto que, para muchos fans, representó una oportunidad perdida, un detalle que se extrañó, y quizás un retroceso en un momento en que la representación importa más que nunca y hay que recalcarlo.
No obstante, a pesar de esa ausencia, la película no pierde su corazón. No es perfecta, pero es honesta. Y eso, en un panorama saturado de cintas diseñadas para ser virales antes que memorables, es valioso.

La nostalgia como arma secreta de Disney
Quizá es por todo esto que, al salir del cine, muchos lloramos. No por tristeza, sino por gratitud. Si Disney quiere seguir haciendo remakes, este es el camino. No se trata de hacer por hacer; por dinero o popularidad, se trata de recordar por qué esas películas funcionaron en primer lugar: por lo que nos hicieron sentir.
Queremos volver a llorar en el cine. Queremos volver a creer en las familias raras. Queremos que nos abracen de nuevo historias que, sin saberlo, nos enseñaron a vivir. Porque eso es ‘Lilo & Stitch’: una película sobre no rendirse con quienes uno ama. Sobre ser distinto y aún así ser amado, porque “nadie se queda atrás ni se olvida”. Y nosotros, Disney, no lo hemos olvidado, no lo hagas tú tampoco.