Aunque muchos lo creen costeño, lo cierto es que Papoman no nació en la región Caribe. El reconocido artista de champeta llegó al mundo en Arboletes (Antioquia), un municipio antioqueño donde pasó sus primeros años dedicado a la pesca artesanal. Esta actividad no era solo una tradición familiar, sino también una necesidad para llevar el sustento a su hogar.
Mucho antes de convertirse en uno de los intérpretes más queridos de la champeta y de prender la fiesta en las esquinas cartageneras con éxitos como La monita retrechera, Milton Torres, nombre de pila del cantante, recuerda su infancia con claridad: salidas al mar a las 5 a.m., muchas veces bajo la lluvia, y jornadas en las que la única opción era regresar con la caña llena de peces.
“Cuando cumplí 13 o 14 años, mi papá me enseñó a pescar porque mi familia era pescadora”, relató el cantante y compositor en Si te contara, el videopódcast de El Universal. “Cuando salía a pescar, si no llegaba con pescado a la casa, no regresaba. No es como esos que se van a pescar y si no cogen nada, se devuelven. Yo era persistente. Salíamos mojados, a veces lloviendo, para meternos al mar. Y no era río, era mar”. Lea también: Papoman habla de su relación con Jader Tremendo: “Yo ya lo perdoné”
Sin embargo, a pesar de la disciplina que aprendió en el mar, su pasión artística siempre estuvo presente. Y fue esa vocación la que lo llevó a confrontar a su padre con una decisión firme: no quería dedicarse a la pesca como forma de vida. “Yo siempre me decía a mí mismo: ‘Yo no voy a ser pescador’. Claro, tenía que pescar porque si no, no comíamos. ¿Me entiendes?”, dijo.

El primer paso de Papoman
Con esa certeza, empacó sus cosas en una maleta y emprendió viaje a Cartagena de Indias, la ciudad que años después se convertiría en el epicentro de su carrera musical. Pero antes de esa mudanza, Milton ya daba señales de su talento. Practicaba ballet -usando sin permiso las licras de su hermana- y llegó a ser director de danza en Arboletes. Incluso formó un grupo de reggae. “Ya yo venía por ese camino. Mis abuelos se dedicaban al bullerengue”, recordó con orgullo.
Una vez en Cartagena, la historia comenzó a tomar forma. Uno de sus amigos, a quien recuerda como ‘El Chirri’, lo ayudó a acercarse a Chawala, una de las voces pioneras de la champeta en la ciudad. “Cuando Chawala me escuchó, le cambió la actitud enseguida”, rememora Papoman. Por eso, hoy en día, si tiene la oportunidad de aconsejar a un joven que sueña con ser artista, le recalca la importancia de estar preparado, de estudiar, pero también de aprovechar las oportunidades que la vida ofrece.
“Recuerdo una vez que un muchacho se me acercó en el gimnasio y me dijo que era compositor, pero no tenía ni una canción grabada en el celular. Hijo, esto es una enseñanza: si tú eres compositor, tienes que tener al menos cinco canciones grabadas ahí, en tu celular. Yo te las puedo escuchar si tú me las muestras. A mí también me escucharon gracias a que alguien me dio 2 minutos de su tiempo”, comentó. Lea también: El día en que Papoman se contagió de sífilis: “Pensé que me iba a morir”
Uno de los aspectos más impactantes de Papoman es la potencia de su voz. Basta con escucharlo una vez para notar cómo puede llenar toda una habitación con su energía vocal. Esa intensidad, según él, es herencia directa de los artistas que lo inspiraron desde pequeño. “Yo escuchaba mucho a Vicente Fernández. Mi mamá ponía su música cuando yo era chiquitico. Si ustedes se dan cuenta, Vicente Fernández canta llorando. Es que las cosas hay que sentirlas. Yo las siento”.

Un giro de 180 grados
Justo en el momento más alto de su carrera, Papoman recibió una noticia que lo sacudió por completo: un diagnóstico de una enfermedad de transmisión sexual. “Ese día estaba viendo una película en la que el protagonista se moría. Para mí fue una película de terror. Y no sé por qué, pero me quedó esa idea de que yo me iba a morir. Fue horrible”, relató.
Ese episodio marcó un antes y un después en su vida. Durante ese período, el artista sintió que la fama lo había alejado del foco, arrastrándolo a los excesos y a un estilo de vida que lo alejaba Dios. Fue entonces cuando decidió darle un giro a su camino: tomó un micrófono, no para cantar champeta, sino para predicar. Se alejó de la música secular y comenzó a componer canciones cristianas, un proceso de sanación y redescubrimiento que dio frutos como La Cristomicina, Acepto a Cristo y Jesús es mi pastor, entre otras.
Durante varios años, Papoman se mantuvo lejos de los escenarios. En ese proceso también se distanció de muchas personas que estimaba. Hoy, desde una postura más equilibrada, reconoce la importancia de abrirse nuevamente a su entorno sin dejar de lado su fe. “Es bueno descargar, perdonar y abrazar. Si usted hace eso, siempre las cosas le van a salir bien”.
Mirar atrás con orgullo
Hoy, Milton Torres observa su camino recorrido con una mezcla de orgullo y gratitud. Ya no es aquel niño que salía al mar con el canalete al hombro, pero sigue siendo el mismo soñador. “Yo le digo a ese Papoman que era un berraco, aquel que se levantaba tempranito y salía con el canalete al hombro, porque no era ni con motor”, concluyó.