Cuatro décadas sin la voz grave de Nino Bravo dejan a su paso los recuerdos del puñado de éxitos que cantó toda Hispanoamérica y que lo convirtieron en leyenda. Su tono potente y cálido le valió para acumular la resonancia suficiente para que su nombre siga vibrando aún hoy.
Empezó como pulidor de diamantes, pero se dedicaba en sus ratos libres, con tanto esmero, a cantar para sus amigos y algunos cuantos que se reunían en torno a la banda Los Superson, de la cual entró a hacer parte luego de perder su trabajo y dada su amistad con el bajista Vicente López, quien es considerado una figura crucial en su despegue.
Su destino llamó a su puerta por primera vez, y luego de haber intentado infructuosamente una carrera como cantante y un primer oficio de orfebre, en el verano de 1969 (cuando tenía 25 años).
En ese momento el compositor y arreglista catalán Augusto Algueró, le ofreció interpretar la canción ‘Te quiero, te quiero’, tema que lo catapultaría al éxito nacional.
Con la confianza y el impulso del afortunado incidente, le sobrevinieron hits como ‘Libre’, ‘Un beso y una flor’, ‘Mi gran amor’, y ‘Voy buscando’.
El fatídico día
Luis Manuel Ferri Llopis (nombre real del cantante valenciano) murió a los 28 años. Un fatídico accidente automovilístico mientras viajaba de su casa en Valencia hacia Madrid en un día como hoy de 1973.
Nino, quien iba manejando su BMW, perdió el control del vehículo, en una curva de Cuenca, cuando se dirigía a los estudios de su compañía discográfica a mezclar su voz en unas canciones del Dúo Humo, grupo del cual era representante.
El cantante y su guitarrista fueron trasladados a Tarancón, un pueblo situado a 80 kilómetros de Madrid. Al notar la gravedad de las heridas, los médicos decidieron llevarlo en la única ambulancia del poblado hacia la capital, sin embargo este perdió la vida durante el trayecto.
De tal manera que hoy se conmemora la vida y no la muerte de un hito de la música moderna.
Sus canciones han quedado plasmadas en tres generaciones que se reconocen admiradoras de la voz masculina que entonó cantos de libertad y de un romanticismo infrecuente en estas épocas de famas prefabricadas.
A “Manolito”, como le llamaban en su pueblo, le esperaba una audiencia generalizada en América Latina en donde se destacó fácilmente por su manera de interpretar las canciones, casi palpándolas con los ojos cerrados, casi sonriendo y casi llorando desde su vestido de traje.
