Corría el año de 1974 cuando la Universidad de Cartagena oficializó el ingreso de la Escuela de Trabajo Social a su oferta académica. Aunque la historia de esta profesión en la región se remonta a la década de 1940, fue en el Alma Mater donde alcanzó su máximo esplendor. Hoy, el programa celebra su legado como pionero de la disciplina en el Caribe colombiano y como agente de cambio en el tejido social de todo un país.
Los orígenes de esta carrera en Cartagena fueron modestos pero visionarios. En 1945, en el Colegio Mayor de Cultura Femenina de Bolívar, se fundó la Escuela de Servicio Social con la misión de formar a mujeres para atender las necesidades de los sectores vulnerables. En sus inicios, apenas dos egresadas se titularon: Lucía Teresa Bustillo Franco y Kally Méndez de Alario.
De la adversidad a la consolidación
La escuela enfrentó múltiples desafíos financieros que la llevaron a cesar sus actividades en 1950. Sin embargo, gracias al esfuerzo de figuras como Amanda Gómez y el respaldo de instituciones locales, la escuela retomó su labor en 1951. La creación de la Corporación de Estudios y Acción Social de la Costa Atlántica (Ceasca) en 1965 fue clave para garantizar su continuidad.
En 1969, un grupo de estudiantes liderados por Yolanda Ribón de Rodríguez (QEPD), inició con alumnos de Economía y Derecho un proceso para que el programa fuera incorporado a la Universidad, propósito que se logró en 1970, cuando fue adscrito a la Facultad de Economía, lo que amplió el campo de acción de las trabajadoras sociales.
Este enfoque permitió acompañar los estudios sobre pobreza y desarrollo, relevantes en una época en la que las desigualdades sociales y económicas eran palpables. Después de su desarrollo como escuela, en 1974 recibe la denominación oficial como Programa de Trabajo Social, con la que cobra vida como carrera universitaria autónoma.
Motor de cambio
En una ciudad marcada por la pobreza, el analfabetismo y la falta de organización comunitaria, las trabajadoras sociales comenzaron a desempeñar un papel fundamental en la sociedad.
Poco después, las prácticas de las estudiantes demandaron un nuevo enfoque de intervención que, además de reconocer las dinámicas de las comunidades, trabajara activamente para transformarlas y, con ese objetivo, se situaron en barrios y en instituciones como centros juveniles, hospitales, instituciones de acceso a vivienda y cárceles, acercando la universidad a las realidades más urgentes de la ciudad.
Nancy Bolaños Navarro e Isabel Pérez Chaín, en su reseña histórica del programa, explican cómo, de la mano con las profundas revoluciones sociales que vivió América Latina en los años 70, la carrera de Trabajo Social en la Universidad de Cartagena consolidó su enfoque académico y científico, integrando a su currículo disciplinas como sociología, antropología e investigación social, lo que fortaleció su posicionamiento como un programa de gran relevancia en el contexto regional.
En 1975, el programa ascendió a la categoría de Facultad de Trabajo Social, consolidando su presencia en la academia y en la sociedad.
Legado que trasciende
Ante el crecimiento de su ámbito de impacto, en 1994 la unidad académica cambia de denominación a Facultad de Ciencias Sociales y Educación con un único programa: Trabajo Social. La nueva estructura promovió un espíritu de colaboración interdisciplinaria; una sinergia que enriqueció la formación académica y contribuyó a la creación de un espacio de aprendizaje inclusivo y diverso.
Este cambio también abrió las puertas a nuevas oportunidades de prácticas y proyección social, al tiempo que comenzaron a llegar hombres a la carrera.
Cimentada en la experiencia de Trabajo Social, la Facultad de Ciencias Sociales y Educación ha dado la bienvenida a otros programas de pregrado, posgrado y educación continua que en el Siglo XXI han consolidado una oferta académica pertinente e incidente.
A tono con los nuevos tiempos
Con un enfoque renovado, el programa ha abordado problemáticas contemporáneas como estudios de género, desplazamiento forzado y pobreza, desarrollando proyectos de investigación relevantes que dieron origen a las maestrías en Familias y Género y en Conflicto Social y Construcción de Paz, al tiempo que ha generado alianzas estratégicas con instituciones locales, regionales, nacionales e internacionales.
El trabajo científico de sus grupos de investigación, la creación de observatorios y programas de posgrado, los procesos de autoevaluación que le han permitido ser acreditado en alta calidad en tres ocasiones, su comprobado impacto en el contexto regional y nacional, y, sobre todo, la calidad profesional y el compromiso de sus docentes, estudiantes y egresados, son la mejor carta de presentación de un programa que ha sabido trascender.
El programa de Trabajo Social de la Universidad de Cartagena ha evolucionado, adaptándose a las nuevas realidades. La transformación social de sus profesionales ha trascendido fronteras. Muchos de sus egresados trabajan en contextos nacionales e internacionales, siempre con el mismo compromiso: servir a las comunidades más vulnerables.
“Hoy miramos con orgullo todo lo que nuestros antecesores lograron, y trabajamos con pasión por honrar esos esfuerzos y seguir en la senda transformadora”, precisa Lidy Agámez, egresada y actual directora del programa, para quien la celebración de los 50 años evoca una memoria viva que recupera el aporte de las pioneras de la disciplina en la región y valora el esfuerzo de los maestros de todas las generaciones, el impacto de los egresados y la proyección de los estudiantes actuales.
Hoy miramos con orgullo todo lo que nuestros antecesores lograron, y trabajamos con pasión por honrar esos esfuerzos y seguir en la senda transformadora”.
Lidy Agámez, egresada y actual directora del programa.
Con una base sólida en la academia y con su mirada y sus acciones enfocadas en la realidad de las comunidades, el Programa de Trabajo Social de la Universidad de Cartagena se proyecta como un faro de esperanza y compromiso, para seguir impactando las vidas de miles de personas de todas las edades y contextos, justo allí donde la voz y la acción de las y los trabajadores sociales son más necesarias que nunca.