Conserva un maletín lleno de sueños, pero no sus sueños: los de sus niños de 3°, 4° y 5° en la Institución Educativa San Francisco de Asís, en Henequén.
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Hay millones de maestros como Graciela González Méndez, 67 años, maestros que son curiosos, apasionados, creativos, a los que ni el tiempo ni la edad los detienen. Pero las líneas se estrechan cuando los desafíos de la virtualidad los exponen a tener que personalizar los espacios de formación por grupos de estudiantes y, en gran parte de los momentos, hacerlo con cada niño.
Esa es ella, Graciela, una maestra que si debe enseñar a cada estudiante para garantizar su aprendizaje, no escatima compromisos porque desde hace veinte años abrazó la educación y no la ha soltado.
-¿Llegó tarde a la educación?- pregunto.
- No. Llegué en el momento preciso -responde.
Y llegó justo después de que su esposo falleciera por un cáncer. Con el amor y apoyo de sus hijos hizo el duelo, y pasados unos meses decidió estudiar la licenciatura en primaria y promoción de la comunidad, de la que se graduó con tesis meritoria.
Han sido 20 años en los que ha participado de los sueños de sus estudiantes y hoy, ante los desafíos del nuevo coronavirus, dice: “La vida nos sorprende con nuevas situaciones, pero debemos estar preparados para todo”. Y lo dice con toda propiedad pues trabaja en un contexto difícil, con niños de escasos recursos, muchos de ellos desplazados, sin Internet ni computadores y recibiendo una educación virtual sin estándares ni legislación en Colombia, pero con una profesora que se desvive por asegurar el derecho fundamental a sus estudiantes de 3°, 4° y 5°.
Son niños, cuyas familias muchas veces tienen que elegir entre comprarles un cuaderno y comer, es verdad, estamos en una ciudad pobre y desigual, y en estas condiciones el papel de la profe Graciela es determinante porque transmite esperanza. Verla y saber que está ahí representa para sus estudiantes la oportunidad de soñar y de tomar mejores decisiones para su futuro. Ella enseña que ninguna condición humana, por más vulnerable que sea, puede limitar las acciones de cambio de las personas.

¿Cómo les enseña hoy?
A falta de computadores o tablets, trabajan por guías que Graciela y otros docentes imprimen en sus casas, luego arman los paquetes y los envían cada 15 días con un mototaxista de confianza. Ojo, los maestros costean cada hoja y el transporte del mototaxista que deja las guías en una casa del barrio, y los familiares de los niños las recogen en diferentes horarios. “Se han hecho virales los audios que dicen que los maestros no trabajamos, que la carga es para los padres, pero no es así, nuestro trabajo con la pandemia se ha multiplicado y lo hacemos con gran cariño. Recuerdo a cada niño. En mi mente tengo nítidos esos rostros que acaricio en el recuerdo”, expresa la docente.
El trabajo de los padres también se ha multiplicado, pero según ella eso es bueno porque la familia ha recuperado el rol de corregir, enseñar y transformar a los niños, labor que antes habían delegado a la escuela.
Por WhatsApp o por teléfono les explica lo que deben hacer y por ese mismo medio envían las tareas resueltas.
¡Lleva la prensa a la educación!
Antes de la pandemia, la maestra Graciela González llegaba todos los lunes al periódico El Universal a recoger 40 diarios de la devolución de días pasados, para utilizarlos en clase como herramienta didáctica. Ella piensa que usarla genera disciplina y criterio en los niños. Hoy, en la distancia, les deja de tarea leer noticias en la página web del periódico junto a sus padres.
“Esta ha sido la oportunidad para crecer como comunidad educativa, padres, estudiantes y maestros trabajamos en equipo”, detalla.
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Profe Graciela, no en vano conserva ese maletín lleno de recuerdos, con tarjetas y notas de Mariana, Mane, Alexandra, Daniela, María Alejandra, Angie, Karina... y de los más de 100 niños a los que educa, porque sus enseñanzas tienen el poder de cambiar el mundo de cada niño. ¡Feliz Día del Maestro! (La también: Día del maestro: la clase de sus vidas)