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Conoce para qué tejen los hombres en San Jacinto

En la vereda Casa de Piedra, en San Jacinto, niños, niñas, jóvenes, hombres y mujeres campesinos le apuestan a no dejar morir una tradición ancestral. Aquí te lo contamos.

Conoce para qué tejen los hombres en San Jacinto

Leonel Hernández, aprendiendo tejeduría. // FOTOS HFA - EL UNIVERSAL

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En la tierra de ‘La hamaca grande’, en el corazón de los Montes de María, allí donde la tradición señala que las mujeres eran las únicas en dedicarse a la tejeduría y los hombres a labrar la tierra, Leonel Hernández, un agricultor de 29 años, rompe todos lo paradigmas y encontró en el campo y los tejidos sus dos pasiones. (Lea aquí: En San Jacinto, la paz se teje desde el campo).

Y es que la historia de este hombre, un líder natural en la vereda Casa de Piedra, en San Jacinto, se construye alrededor de la Asociación Manos Campesinas Tejedoras de Paz, que a través del programa ‘Hilando vidas y esperanza’, de Usaid y la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), donde él es uno de las 22 personas que luchan, desde esa zona rural, por preservar una tradición ancestral: la tejeduría, la misma que permitió desde épocas remotas elaborar la tradicional hamaca de San Jacinto, los pellones, cinturones, fajas, mochilas y otros accesorios que se convierten en productos icónicos de ese municipio de Bolívar.

Con esto uno comienza a soñar. Mi esposa es tejedora en crochet y veo en esto la oportunidad de crear un emprendimiento de familia”:

Leonel Hernández, agricultor y tejedor de San Jacinto.

Y es que con el correr del tiempo, una de la más preciadas tradiciones de esa localidad ha empezado perder interés entre los lugareños y ello preocupa a las auténtica tejedoras de la zona que buscan, a toda costa y con los niños, mujeres jóvenes e incluso con hombres, volver a sembrar el amor por ese arte ancestral.

Pero si en San Jacinto solo las mujeres tejen ¿Qué vas tú a tejer?, le decían a Leonel sus allegados. “Me incentivó que es algo ancestral y algo que se está perdiendo. Aquí los hombres no tejen, normalmente lo hacen las mujeres, pero me llamó la atención porque por medio de la tejeduría se pueden contar historias. Los Montes de María son un pulmón verde en esta zona de la Costa, en la región y mediante los tejidos yo quiero contar lo que hacemos en nuestro territorio. Ahora estoy tejiendo una faja para un bolso y en ella dibujaré unas montañas, que es lo que nos rodea y donde cultivamos”, señala Leonel, en medio de una docena de mujeres que, al igual que él, le apuestan a salvar la tejeduría ancestral en San Jacinto.

“Aquí podemos explotar nuestros conocimientos ancestrales que se están perdiendo. El tejido vertical es algo que es de nosotros. Yo soy campesino. Laboro en el campo. Hoy, antes de venir a las clases sembré ají. Dedico 4 horas diarias a aprender la tejeduría y eso lo hago tres veces a la semana”.

Leonel no es el único hombre en el grupo. “Hay otro compañero, campesino, nacido y criado aquí. Esto rompe paradigmas y la respuesta ha sido positiva de los demás. Con esto uno comienza a soñar. Mi esposa es tejedora en crochet y veo en esto la oportunidad de crear un emprendimiento de familia. En las noches la puedo apoyar, tejo con ella y en el día laboro en el campo. Mi idea es hacer una microempresa con ella y crear nuestra propia marca”, señala sonriente.

Una maestra maravillada

Mientras Leonel avanza en el tejido de su faja, una reconocida tejedora de hamacas en San Jacinto, Olivia Carmona, se deleita viendo a uno de sus más aventajados alumnos concentrado en la tarea.

“Mi labor en esta vereda es enseñarle a la comunidad el tejido en telar vertical, para que no se pierda la tradición en San Jacinto, porque las veredas hacen parte del municipio y tenemos la misma cultura”.

“Llevó más de 50 años tejiendo. Es tradición de mi familia, esto se ha transmitido de generación en generación y surgió de los indígenas zenúes. De ellos heredamos esta cultura”, sostiene.

“Hemos tenido una sorpresa grandiosísima con esta comunidad -la de Casa de Piedra- porque nos recibieron bien y hemos descubierto un talento que estaba escondido. Estas mujeres y hombres de la vereda han salido excelentes, ya hacen ellos el producto solos, conocen las partes del telar y la técnica, incluso ya hacen labrados y bordados, que eso demora para asimilarlo. El aprendizaje puede durar más de seis meses y aquí han aprendido en menos tiempo. Esto tiene varios procesos: el echado, peinado, paletiado y el diseño. Todo va en el interés y amor que se le pone al arte”, sentencia.

Verlos a ellos tejer es un maravilla. Es emocionante. Ya se ha roto con ese paradigma de que los hombres solo eran para la agricultura y otros trabajos. Hoy tejen. Eso nos agrada”:

Olivia Carmona, tejedora de San Jacinto.

¿Qué falta?

Para que la tradición no se pierda requerimos más apoyo en la parte cultural y en el tejido de telar vertical. Hay que motivar más a los jóvenes, a partir de los colegios y escuelas. Nosotras estamos dispuestos a enseñarles, para que esto no se pierda. De aquí pueden salir grandes diseñadores y grandes empresarios. Aquí se plasma lo que se siente en el corazón y lo que se ve en los alrededores”, dice sabiamente la seño Olivia.

Ver a los hombres tejer es para Olivia “una maravilla. Es emocionante. Ya se ha roto con ese paradigma. Los hombres solo eran para la agricultura y otros trabajos. Hoy hacen esa labor - la tejeduría- que para nosotras es pesada. Eso nos agrada, no hay distinción de sexo para tejer, para tejer hilos de esperanza”.

La semilla la tejeduría sigue germinando y Yuris, una niña de solo 7 años luce entretenida tejiendo una mochila hacía 4 días. Ella, una vez culmina sus clases en la escuela de la vereda, se entrega de alma y corazón a la seño Ana Álvarez, quien le enseña la técnica del crochet, mientras su madre, otra alumna de la tejeduría, la observa sonriente desde la distancia. Igual sucede con Beybis Vanesa Hernández Ballestas, alumna de la seño Damaris. Ella es Tierralta (Córdoba) y en su familia nadie teje. Vive desde hace 3 años en la vereda con su esposo e hija. Tres veces a la semana llega a las clases. “Veo una oportunidad para aportar más a mi hogar y crecer con la tejeduría”.

En la vereda Casa de Piedra, la tejeduría es una esperanza que se hila en comunidad. (Lea aquí: Turismo comunitario y de naturaleza: ¡San Jacinto es el destino!).

La seño Olivia Carmona y una de sus alumnas de Casa de Piedra.
La seño Olivia Carmona y una de sus alumnas de Casa de Piedra.

Verlos a ellos tejer es una maravilla. Es emocionante. Ya se ha roto con ese paradigma de que los hombres solo eran para la agricultura y otros trabajos. Hoy tejen. Eso nos agrada”.

Olivia Carmona

Tejedora de San Jacinto

Los niños también tejen.
Los niños también tejen.
Participantes del programa ‘Hilando vidas y esperanza’, en la vereda Casa de Piedra, en San Jacinto, con sus telares verticales.// CORTESÍA
Participantes del programa ‘Hilando vidas y esperanza’, en la vereda Casa de Piedra, en San Jacinto, con sus telares verticales.// CORTESÍA
Damaris Buelvas comparte sus conocimientos en Casa de Piedra. // CORTESÍA
Damaris Buelvas comparte sus conocimientos en Casa de Piedra. // CORTESÍA
La maestra Damaris Buelvas Escalante, transmitiendo conocimientos. // CORTESÍA
La maestra Damaris Buelvas Escalante, transmitiendo conocimientos. // CORTESÍA
Olivia Carmona, maestra de tejido en telar vertical. // CORTESÍA
Olivia Carmona, maestra de tejido en telar vertical. // CORTESÍA
Algunos de los productos elaborados por miembros de la comunidad de Casa de Piedra. // CORTESÍA
Algunos de los productos elaborados por miembros de la comunidad de Casa de Piedra. // CORTESÍA
Parte del equipo ‘Hilos de Esperanza’: las maestras Olivia Carmona de Castellar y Ana Álvarez Fonseca; Edwar Manuel Guerrero, director ejecutivo de Corpofodesco; la maestra Damaris Buelvas Escalante;  Marelis Romero, apoyo logístico y Liseth Jaspe Catalán, auxiliar administrativa y financiera. // CORTESÍA
Parte del equipo ‘Hilos de Esperanza’: las maestras Olivia Carmona de Castellar y Ana Álvarez Fonseca; Edwar Manuel Guerrero, director ejecutivo de Corpofodesco; la maestra Damaris Buelvas Escalante; Marelis Romero, apoyo logístico y Liseth Jaspe Catalán, auxiliar administrativa y financiera. // CORTESÍA
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