En el tenis no solo se juega con una raqueta y una pelota. En la cancha, ante la certeza de un inicio y la incertidumbre de cuándo acabará, los tenistas se enfrentan, partido a partido, con su mayor rival: su mente.
Aryna Serguéievna Sabalenka nació el 5 de mayo de 1998, en Minsk, Bielorrusia. Y, como muchos tenistas profesionales de élite, el tenis llegó a su vida cuando apenas aprendía a leer y escribir. Tenía seis años cuando su padre, su mayor referente en la vida, la llevó a una cancha.
“Un día, mi padre me llevaba a un lugar en el auto y en el camino vio canchas de tenis. Así que me llevó a las canchas. Realmente me gustó y lo disfruté, y así fue como empezó”, reveló en una entrevista al evocar sus inicios.
Pensó que el tenis no era su camino en la vida pero nunca lo abandonó y hoy es admirada por su potente y agresivo juego. Con su diestra se abrió camino al tenis profesional al debutar en 2015, pero su reconocimiento internacional lo alcanzó en 2017, al disputar la final de la Copa Billie Jean King -Fed Cup- con su país e ingresar al grupo de las 100 mejores tenistas del mundo.
Desde que Sabalenka empezó a escalar en el circuito, ha conquistado a muchos aficionados por la rudeza que muestra en el terreno de juego. Aun con sus luchas, ha alcanzado la cima y ha experimentado el éxtasis de la victoria con sus 26 títulos en el circuito WTA (20 títulos individuales, incluyendo tres Grand Slams, y 6 títulos en dobles, con dos Grand Slams ganados junto a Elise Mertens).

La bielorrusa golpea la pelota con gran intensidad, como si fuera una representación de la vida misma: ante la frustración, la certeza, las ganas, los errores, los aciertos; en los días buenos y en los que el miedo se apodera de ella. No hay saque ni golpe de fondo -tanto de derecha como de revés- en el que su fuerza no sea evidente.
Sabalenka es una oponente desafiante tanto para las tenistas del circuito como para ella misma. Así como toma el control de los puntos que disputa y pone bajo presión a sus rivales, también puede perder la perspectiva de su juego cuando sobrepiensa y pierde el control de su mente y esta empieza a jugar otro partido.
‘Gracias, Dios. Gracias porque no paré, porque no me rendí, porque me seguí exigiendo y seguí peleando, y todo por este momento’”.
Aryna Sabalenka.
Profundidad. Consistencia. Desafío. Rebeldía. Audacia. Espontaneidad. Vulnerabilidad. Estas son palabras que podemos usar para hablar de Aryna. Otros la catalogan como emocional e infantil: una mujer que siente mucho, que no se sabe controlar, que llora, que se queja, que pelea, que no es quien debería ser. Si habla, es malo; si calla, es peor. Si muestra sus sentimientos, no sabe perder; si los esconde, no es un buen ejemplo.
A sus oponentes le gusta verlos detrás de la línea de base y dificultarles la oportunidad de contraatacar. Se mueve con gran agilidad y es una combinación de sus grandes ídolos: Serena Williams y María Sharapova. Lea: Us Open: así quedó el ranking ATP tras la victoria de Sinner y Sabalenka
El partido más difícil de Aryna Sabalenka: el juego con su propia mente
Le gustan los desafíos, las batallas y luchar, aunque a veces se pierda en ellas y hasta raquetas ha reventado. Cuando está ‘on’, puede contra todos. Es intimidante, y aquel tatuaje de tigre que luce en su antebrazo es el recordatorio del fuego que hay en su alma.

Se muestra invencible en el fondo de la pista con su derecha y dominante con su servicio, pero es una mujer empática, que está aprendiendo a sobrellevar las dificultades. No se muestra inquebrantable, sino que le cuenta, a todos los que la ven, cómo se siente, cuál es su panorama y cómo experimenta sus dos realidades: la humana y la deportiva.
Tiene 27 años. Y, desde hace siete conoce el verdadero significado de perder, uno que no ha experimentado ni en las finales de Grand Slam que no ha podido alcanzar. El vacío de saber que cuando voltea al banco de su equipo, no está el gran amor de su vida. El dolor de saber que no podrá disfrutar, celebrar, abrazar o llorar con su padre. Lea: Aryna Sabalenka paseó a su rival y se metió en octavos de Roland Garros
De ese dolor floreció un gozo que despertó cuatro años después del peor día de su vida, a unos meses de pensar que no lo iba a lograr. En 2023 insinuó dejarlo todo. Estaba a punto de cumplir 25 años y no había logrado uno de los títulos más ostentosos del tenis. Ella se lo había prometido a su padre: “Antes de los 25 años, un par de Grand Slams”. La esperanza no estaba de su lado, no había aliento. Había perdido su saque, había perdido su nacionalidad para poder ser “alguien” en un mundo sumergido en la guerra.

Sabalenka: del saque potente al alma desnuda
Experimentaba no solo la duda deportiva y la incertidumbre como profesional, sino también la desesperanza humana. La tildaban de tirana, de apoyar la guerra y la muerte por su lugar de origen, aun cuando en repetidas ocasiones alzó su voz y pidió que las armas dejaran de sonar.
La presión que sentía por cumplir el sueño que tenía con su padre - y la guerra entre Rusia y Ucrania- fueron detonantes en su vida personal, mental y en su juego. Hasta que en Australia demostró que no hay nada que no pueda lograr cuando cree en ella. Lea: Aryna Sabalenka dejó sin trono a Swiatek y avanzó a la final de Roland Garros
Antes de su cumpleaños número 25, obtuvo su primer Grand Slam: “Me sentía como la persona más fuerte del planeta y solo podía decir: ‘Gracias, Dios. Gracias porque no paré, porque no me rendí, porque me seguí exigiendo y seguí peleando, y todo por este momento’”.
De mirada penetrante y seria, Aryna Sabalenka sonríe, baila y hasta posa como una bailarina de ballet. Tiene una de las personalidades más desafiantes del circuito y, con su humor, ha logrado ser No. 1 en individuales -el primero lo alcanzó en septiembre de 2023- y actualmente, tras recuperar su ritmo y superar algunas lesiones, se volvió a sentar en el trono.
En el tenis eres tan bueno como tu mente te lo permita. Es un deporte tan mental como físico, y Sabalenka deja ver la vida del deportista con todos sus matices: la alegría del triunfo, la rabia del error, el desenfreno de la frustración y la esperanza de que siempre hay un nuevo torneo para mejorar como persona y como tenista.