El 15 de noviembre de 1989, el fútbol colombiano perdió a Álvaro Ortega, un árbitro joven, íntegro y apasionado. Hoy, se cumplen 35 años de su asesinato, un crimen que aún permanece impune y que ha dejado una herida abierta en la familia del fútbol de Bolívar.
Álvaro nació con una vocación inquebrantable por la justicia en el campo y un amor profundo por su familia. Su vida giraba en torno a su esposa Betty, sus hijas Mónica y Lorena, y una devoción sincera por sus padres, Hegel y Elvia, y sus hermanos.
Era un hombre de valores firmes, alguien que enfrentaba cada partido con la convicción de que el arbitraje debía ser un espacio de imparcialidad y rectitud, aunque en esos tiempos oscuros, el fútbol se encontraba bajo la sombra de intereses criminales
.Ese día, de noviembre, Álvaro viajó a Medellín para un partido de cuadrangulares entre el Deportivo Independiente Medellín y América de Cali. Jamás imaginó que el destino le tenía preparada una trampa mortal. Una decisión técnica tomada en el Pascual Guerrero unos días antes fue el pretexto que las mafias necesitaban para condenarlo.
En aquel 1989, en un país donde el fútbol era manipulado por intereses oscuros, Álvaro fue enviado a Medellín sin saber que le habían sentenciado a muerte. Su único pecado: mantenerse firme en su deber y jamás ceder ante presiones externas.
En nuestra casa, el impacto de su pérdida fue devastador. Mi madre, Elvia, vistió de negro el resto de su vida; mi padre, Hegel, cargó el dolor de su ausencia hasta sus últimos días. Álvaro fue para nosotros un referente de rectitud y bondad. Él nunca se dejó influir, y en el terreno de juego, se mantenía fiel a sus principios, con la dignidad que siempre le caracterizó.
Sin embargo, el fútbol, el mismo deporte que él amó, lo traicionó y lo entregó a su cruel destino.Este año, en el partido entre el Deportivo Cali y el Once Caldas, válido por el descenso en la liga BetPlay, volvieron a removerse las fibras de nuestro dolor. Mi sobrino, Carlos Ortega, árbitro FIFA y un hombre que sigue el legado de Álvaro en el arbitraje colombiano, fue amenazado. Al igual que su tío, Carlos se ha mantenido firme en sus valores, enfrentando los desafíos de un entorno hostil, siempre con la misma vocación y dignidad que caracterizaron a Álvaro. Lea: Carlos Ortega, con nervios de cirujano en el arbitraje nacional
A lo largo de estos 35 años, seguimos esperando justicia, no solo para honrar la memoria de Álvaro, sino para que se repare a sus herederos y se haga justicia y paz. Sabemos que ni Álvaro ni Carlos jamás traicionarían su honor. Podrán equivocarse en alguna decisión, como cualquier ser humano, pero su honra y su buen nombre son innegociables.
Hoy, después de más de tres décadas de su partida, la herida sigue abierta. La justicia sigue siendo un reclamo y un anhelo y mientras este caso no encuentre respuesta, el fútbol colombiano no podrá descansar en paz. Porque, más allá de un árbitro, el fútbol perdió a un hombre íntegro, a un esposo, a un padre y a un hermano que solo pedía que el juego que amaba se mantuviera limpio y justo. Lea también: Carlos Ortega, siguiendo un legado familiar y haciendo historia
Este 15 de noviembre, al cumplirse 35 años de su cobarde asesinato, recordamos a Álvaro con el mismo cariño y respeto de siempre. Su memoria sigue viva en cada partido, en cada decisión de su sobrino Carlos, y en el corazón de todos los que lo amamos y exigimos que, algún día, la justicia haga lo suyo.
*Especial para El Universal