Desde hace muchos años he seguido las huellas del artista, cantante lírico y coleccionista de arte latinoamericano Mateo Blanco (Miami, 1981), de padres colombianos, de quien tuve noticias por su vínculo con la Fundación Ripley. La sección ‘Aunque usted no lo crea’ de esa fundación, que registraba los hechos más insólitos del mundo, me impactó desde niño, de manera que, junto a mi padre, coleccionaba las rarezas que la fundación preservaba.
Una de las noticias que la fundación registró fue precisamente la que más me impactó a mí: la de Javier Pereira, un indígena de Tuchín, en Córdoba, el hombre más viejo del mundo que llegó a cumplir 167 años. Cuando la fundación se enteró, fue tras la búsqueda de ese personaje que jamás se había subido a un avión; lo llevaron a Nueva York. Pero murió a sus 168 años, al regresar a Montería. Está enterrado en el cementerio de Montería. Ese fue el inicio de nuestra conversación, que aún no acaba.
Mateo Blanco, además de coleccionista de rarezas, artista polifacético y creador integral, es cantante lírico. Su vocación empezó desde niño, al ver que una de las reliquias de su fascinación era la Corona de los Andes de Popayán, con 443 esmeraldas. Y que el brazalete de diamantes y platino de su madre -“Regalo de mi padre”, dice- había pertenecido a Evita Perón. Su madre también es artista, bailarina de nado sincronizado y coleccionista de arte. Su abuela fue una soprano. La voz de tenor de Mateo ha deslumbrado audiencias.
Cuando pasó por Cartagena de Indias, vino a completar más singularidades para la fundación, y le sorprendió que quien escribió la noticia de la muerte de Robert Ripley en El Universal fue Gabo. Mateo es un cazador de maravillas para las colecciones de los 33 museos de la Fundación Ripley en el mundo. Después de ser invitado a cantar en el cumpleaños del presidente norteamericano George H. W. Bush, en la Casa Blanca, le llegaban tarjetas de Navidad cada año del presidente norteamericano.
Él no cesa de ir tras el arte y el coleccionismo. Ahora me cuenta que sigue persiguiendo objetos insólitos con historias, y creando sus propias piezas textiles basadas en banderas “cargadas de profundo simbolismo, audaz textura y orgullo cultural, que forman parte de las colecciones permanentes de grandes y significativos museos estadounidenses, incluyendo el Boca Raton Museum of Art, el Butler Institute of American Art, el DeLand Museum of Art y el Mennello Museum of American Art”.

El coleccionista de arte que no para
Mateo trabaja, en sus obras y en sus colecciones latinoamericanas, el fervor por algo tan complejo como la identidad, la unidad y la transformación, a partir de elementos y materiales de una cotidianidad revestida de esplendidez. Es reconocido y valorado en Estados Unidos como apasionado coleccionista de arte latinoamericano, curador de una colección privada monumental que sumerge sus raíces colombianas en la riqueza de nuestra cultura y nuestro territorio.
Dentro de las obras que tiene en su colección hay un retrato al óleo del coleccionista de arte cubano José Gómez Sicre, realizado por el pintor Enrique Grau en los años cincuenta. Un bodegón y una figura humana de Débora Arango. En esta colección también tiene obras de Fernando Botero, David Manzur, Rafael Saldarriaga, Camilo Isaza, Lola Vélez y Jesucita Vallejo de Mora, entre otros.
Su colección rinde homenaje al patrimonio cultural, a la naturaleza exuberante del país y a los colores vibrantes de nuestra nación. Las piezas de su colección privilegian la flora, fauna y ese derroche de vida que emana del ser y el espíritu de Colombia. La suya es una pasión por el arte que además de abarcar el arte latinoamericano, se fija en el arte estadounidense. Uno de sus planes es adquirir una obra significativa del artista folclórico estadounidense Earl Cunningham para comenzar este nuevo capítulo.
“Al igual que mi obra, mi colección debe representar todo lo que soy. Esta expansión es una evolución natural: se trata de abrazar ambos lados de mi herencia”, confiesa Mateo Blanco.
“Ya sea que esté creando o coleccionando, mi objetivo es preservar y elevar las historias que importan: las de mi gente, mi tierra y la belleza que nos rodea. Esta colección es una extensión de mi arte y de mi identidad”. Está convencido de que su fascinación por el coleccionismo está enraizada en la herencia, la visión y la autenticidad.

El cazador de sorpresas por el mundo
Desde que conoció a Cartagena, sigue el rumbo de los milagros de esta ciudad al pie del Caribe. Conoció muy joven a Débora Arango en Cartagena, y la visitó en su apartamento que tenía en la ciudad en Bocagrande. Se hizo su amigo y fue alumno de ella. En dos imágenes que me comparte Mateo, aparece muy joven pintando un lienzo junto a la célebre maestra de arte colombiano. Mateo conoce y celebra la colección de arte de la cartagenera Francia Escobar. Mateo Blanco me contó que adquirió, para la Fundación Ripley, el vestido de Marilyn Monroe, que ella se puso el día del cumpleaños de J. F. Kennedy, cuando le cantó en la Casa Blanca. Ese tesoro de colección lo adquirió la Fundación Ripley por 5 millones de dólares, el vestido más costoso comprado en subasta en la historia. Un récord Guinness. Con la misma tela y cristales, Mateo Blanco hizo un retrato de Marilyn Monroe, con miles de cristales, que se exhibe en un museo de Kuala Lumpur, en Malasia.
En el museo Ripley, en Slugger, ciudad de Louisville, Kentucky, se exhibe su retrato de Jennifer Lawrence, en 2016.
Cada vez que pregunto por una nueva rareza encontrada, tengo el pálpito de que Mateo Blanco viene de regreso de algún lugar lejano del mundo tras un tesoro por descubrir y no tarda en darme una nueva sorpresa. La intuición no me ha engañado.