comscore
Cultural

Simón Bolívar visto por Marie Arana: retrato de un genio

Un encuentro con Marie Arana, autora de la biografía más completa de Simón Bolívar, que replantea su figura desde una mirada crítica y humana.

Simón Bolívar visto por Marie Arana: retrato de un genio

Simón Bolívar, el Libertador. Ilustración de CHATGPT.

Compartir

Hace poco tuve el privilegio de conocer y escuchar en Hay Festival Santa Marta a la historiadora peruana Marie Arana, autora de ‘Bolívar, Libertador de América’ (Random House, 2019), la monumental biografía de 711 páginas celebrada por Walter Issacson con esta frase: “¡Al fin Bolívar tiene la biografía que merece!”.

Al preguntarle cuál consideraba la biografía más completa que se había escrito sobre Bolívar, me dijo que la del biógrafo alemán Gerard Masur, “Bolívar” (1948), 597 páginas. Pero al leer la suya, no me cabe la menor duda de que ella supera a su maestro, con su minucioso rastreo de cada año de la vida de Bolívar, y el impacto continental y mundial que produjo su muerte, el 17 de diciembre de 1830. Marie Arana aportó una rigurosa documentación sobre los orígenes del general, y contó que escribió su biografía luego de muchos años de investigación, como si fuera una novela donde todos los datos son verificables, pero se concentró en narrar al hombre, al ser humano, con todos sus colores, su luz y su sombra. Esa criatura irrepetible que cabalgó a lomo de caballo y mula diez mil leguas en el territorio americano.

En su intensa y encarnizada existencia, Bolívar batalló en cuatrocientos setenta y dos combates militares, padeció catorce conspiraciones, veintidós intentos de asesinato, comandó personalmente treinta y siete batallas campales, lideró once campañas y tuvo a su mando a un millón de soldados.

“He aquí un hombre demasiado imperfecto que, a fuerza de voluntad, mente aguda, corazón ardiente y un desinterés admirable, llevó la revolución a los rincones más apartados del continente”, dice Marie Arana. Reconoce que Simón Bolívar tenía muchas personalidades, y no es fácil abarcarlo en su compleja diversidad. En su infancia nadie pudo controlarlo, ni su madre ni sus abuelos y tampoco su maestro adorado, Simón Rodríguez. Simón fue un niño salvaje. Su padre murió cuando Simón tenía tres años y su madre, cuando él cumplió nueve. El niño estuvo al cuidado de la nodriza, la negra Hipólita, y otra nodriza blanca, la cubana Inés Mancebo de Miyares, las dos lo criaron y amamantaron, y él llegó a considerarlas como sus madres.

Bolívar no improvisaba nada, dice Marie Arana. Estaba pendiente de cada detalle de su ejército. De las mujeres que cocinaban para la tropa. Del uniforme de los soldados, de cuidar los caballos, de mantener las armas. Él mismo buscaba las telas de los uniformes y el cuero de las sillas. Dormía en el suelo o en la hamaca. Era el cerebro de su ejército. Era un hombre de palabra y acción, pacífico, generoso, un ser humano con fallas y defectos en su vida privada y pública, con una vida extraordinaria sin punto de comparación, con una palabra fluida, no podía controlar sus amoríos a largo plazo, creó la guerra de guerrillas, tomó decisiones terribles, fue tirano en ciertos momentos en que tenía que serlo. Él lo manejaba todo. Jamás se había vivido ni pensado en América con la intensidad con que lo hizo Bolívar. La visión de la historiadora Arana también reflexiona sobre las decisiones fatales de Bolívar: “Mientras avanzaba por el infierno de una brutal guerra, a través de los mataderos de la improvisada justicia militar, no siempre pudo darse el lujo de poner en práctica los principios que tan elocuentemente defendía. De vez en cuando tomaba decisiones cuestionables. Los críticos de Bolívar se apresuran a mencionarlos: el decreto de guerra a muerte, por ejemplo, con el que pretendió amedrentar y sobrecoger al colonizador. La ejecución del general Piar, joven y ambicioso patriota que, sospechó Bolívar, trataba de instigar una guerra racial frente a sus narices.

Marie Arana, biógrafa de Simón Bolívar en Hay Festival Santa Marta. En conversatorio con Joaquín Viloria. //Foto: Cortesía.
Marie Arana, biógrafa de Simón Bolívar en Hay Festival Santa Marta. En conversatorio con Joaquín Viloria. //Foto: Cortesía.

La masacre de ochocientos prisioneros españoles en Puerto Cabello, que en ese momento pareció urgente, pues se temía un motín en la prisión y no había suficientes guardias para contenerlo. La traición de Francisco Miranda, su envejecido colega libertador, quien, según Bolívar, careció de coraje, capituló con demasiada facilidad y vendió la revolución a España. Por último, pero no por ello menos grave, su propio ejercicio de poderes dictatoriales”.

A este párrafo habría que reflexionar además que uno de los mayores errores de Bolívar, del cual se arrepintió poco antes de morir, fue haber fusilado al general José Prudencio Padilla. Y en medio de esos arrepentimientos, estaba también su remordimiento contra el general Santander, cerebro de la Conspiración del 25 de septiembre de 1825, a quien le conmutó la pena de muerte por el exilio en Hamburgo. Y se preguntaba al final de la vida, en medio de fiebres delirantes, si reconciliarse con su adversario hubiera evitado el desplome y anarquía de la joven nación.

La suma de deslealtades y traiciones fueron minando el cuerpo y el espíritu de Bolívar. Su heroína de aquella noche funesta fue Manuelita Sáenz, la hermosa quiteña que se convirtió en su mujer, su confidente, su heroína, la generala del general, desde 1822. Todo lo que siguió fue violento, vertiginoso y desoló a Bolívar, quien en enero de 1930 entregó la Presidencia y le dijo adiós al poder. Fue elegido como presidente Joaquín Mosquera; más tarde, fue destronado por Rafael Urdaneta en un cuartelazo contra el orden constitucional. Y en ese golpe el mismo Urdaneta le pidió a Bolívar que ocupara la Presidencia. Bolívar le dijo que no, que eso violaría la Constitución. La esperanza de Bolívar estaba cifrada en Sucre, al que consideraba como a su hijo y heredero político y militar. Los enemigos políticos asesinaron a Sucre el 4 de junio de 1830 en las montañas de Berruecos, en Pasto. En un periódico se dijo: “Quizá Obando haga con Sucre lo que no hemos hecho con Bolívar”. Fue el derrumbe emocional de Bolívar. Después de su muerte, Manuela Sáenz fue deportada a Cartagena, y luego a Jamaica. Y de Jamaica, regresó pobre y enferma a su aldea natal de Paita; Santander fue llamado a regresar al país y asumir las riendas de la Presidencia. De ese entramado de conspiraciones secretas y públicas está marcado el destino político de Colombia.

Únete a nuestro canal de WhatsApp
Reciba noticias de EU en Google News