En 1929, Virginia Woolf pronunció una frase que se convertiría en uno de los manifiestos más citados del feminismo: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”. Con estas palabras, en su ensayo homónimo, resumía una realidad que trascendía lo literario: el derecho de las mujeres a disponer de autonomía económica y espacio intelectual, en un mundo que, hasta entonces, las relegaba al margen de la creación y la vida pública.

Cierren sus bibliotecas si quieren; pero no hay puertas, ni cerraduras, ni cerrojo que cierre la libertad de mi espíritu”.
Virginia Woolf
Woolf fue de la época de la Inglaterra entre guerras, con universidades masculinas, bibliotecas cerradas para ellas y una tradición literaria construida sobre nombres de hombres. Ella sabía, por experiencia propia, que el talento no basta sin condiciones que lo sostengan. “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”, escribió. Le recomendamos leer: El Principito en TikTok: Así le iría al niño que ve con el corazón
Cabe destacar que Virginia Woolf fue una escritora, ensayista y editora británica. Publicó “Una habitación propia” a partir de conferencias dictadas en universidades femeninas de Cambridge, para reflexionar sobre las barreras que impedían a las mujeres dedicarse a la literatura. En él argumenta que el talento necesita independencia usando esta idea como metáfora de la libertad creativa y de la igualdad de oportunidades.
Hoy, casi un siglo después (95 años), la pregunta es: ¿tenemos ya todas las mujeres esa “habitación propia”? Lamentablemente, la respuesta no es tan clara como podría parecer.

Desafíos para las escritoras
Quizás Virginia Woolf, si pudiera asomarse al mundo de hoy, contemplaría con una mezcla de asombro y melancolía a las mujeres que disfrutan de su libertad; las vería alzar la voz en parlamentos, universidades, fábricas, hospitales y redes digitales, y reconocería en sus gestos la misma sed que latía en aquellas páginas suyas donde reclamaba no solo una habitación propia, sino también el derecho a pensar, a crear y a existir más allá de los márgenes.
Pero también, con su mirada aguda y su alma inquieta, notaría las grietas bajo los espejos modernos. Vería a mujeres que, aunque tienen llaves de casas y títulos colgados en las paredes, siguen sin encontrar del todo esa habitación silenciosa que alcanzarían si los estereotipos que desde niñas les repiten no existieran.
En una entrevista con EFE, la directora de contenidos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), Laura Niembro; la directora de la Feria del Libro de Madrid, Eva Orúe, y la directora-fundadora del portugués Festival Correntes d’Escritas, Manuela Ribeiro, coincidieron en que las mujeres son más numerosas en la industria editorial, pero, destacan, “los directores de las editoriales, los directores de los gremios, los presidentes de los gremios siguen siendo varones”.
Niembro indica que, en México, “hay más mujeres incorporándose al mundo de la lectura que varones” y, ante la pregunta “¿por qué todavía no hay más mujeres que hombres en posiciones de toma de decisiones?”, ambas señalaron que esta situación se replica en casi todo el mundo.
Ante eso, Wolf escribiría otra vez. Tal vez no desde el escritorio de una biblioteca inglesa, sino desde la mesa desordenada de una joven que escribe en la madrugada entre responsabilidades. Escribiría con esperanza y con crítica, con ternura y con fuego. Diría que hemos abierto la puerta de esa habitación propia, pero que aún queda trabajo por hacer dentro de sus muros: colgar en ellos los retratos de nuestras antecesoras, llenar las estanterías con nuestras palabras, y sobre todo, no olvidar que es un acto de resistencia y una promesa de futuro para quienes siguen.
El legado de Virginia Woolf
La vigencia de “Una habitación propia” no radica en su literalidad, sino en su capacidad para interpelar las condiciones de la libertad femenina.
Woolf no pedía lujos; pedía condiciones mínimas para que el talento no se marchitara por falta de espacio o pan. En sus páginas hay una advertencia que resuena hoy: “La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual”. Le puede interesar: Virginia Vallejo cuenta su vida desde el exilio: “He tenido una vida plena”
Literatura y feminismo
‘Una habitación propia’, de Virginia Woolf, acaba siendo una crítica profunda a los estereotipos que históricamente han definido y limitado a las mujeres porque desmantela con lucidez la idea de que la inferioridad femenina es natural o inevitable. Woolf no solo denuncia la exclusión material, la falta de dinero, educación o espacio para escribir, sino también la construcción simbólica que ha encerrado a las mujeres en papeles secundarios, callados o decorativos. Al recorrer la historia literaria y preguntarse por qué no ha habido “una Shakespeare mujer”, no señala una supuesta falta de talento, sino la ausencia de condiciones para que ese talento florezca.
A lo largo del ensayo, Woolf muestra cómo la figura de la mujer ha sido moldeada por la imaginación masculina, convertida en musa, ángel del hogar o espejo en el que los hombres se engrandecen. Estas imágenes se han normalizado tanto que incluso las propias mujeres han llegado a asumirlas como naturales.

Hoy aún lo vivimos, pero Woolf, con ironía y elegancia, demostró que son construcciones culturales.
Así, su crítica se dirige no solo a la exclusión concreta de las mujeres escritoras, sino a los estereotipos que justifican y perpetúan esa exclusión.
El ensayo termina siendo un llamado a romper con esas narrativas impuestas. La “habitación propia” no es solo un espacio físico, sino una metáfora de la autonomía que las mujeres necesitan para liberarse de los moldes heredados. Al imaginar un futuro donde las mujeres escriban con libertad y desde su propia experiencia, Woolf anticipa una transformación cultural: el fin del pensamiento que reduce a la mujer a un objeto pasivo, y el inicio de una literatura y una sociedad donde las voces femeninas puedan reinventar el mundo desde su propio centro.
No se trataba solo de “escribir”; se trataba de dejar de ver a la mujer como un “sujeto pasivo”, alguien que muchas veces fue -y sigue siendo- denigrado, encasillado y vulnerado.
Virginia Woolf y la necesidad de la “Habitación propia”
En la historia de la literatura, muchas mujeres escribieron desde pasillos estrechos, cocinas silenciosas o cuartos prestados. Sor Juana Inés de la Cruz desobedeció a su época para leer y pensar en un convento; Alfonsina Storni escribió versos que olían a mar y rebeldía; Gabriela Mistral enseñó y escribió desde tierras ajenas, llevando su patria en la voz, ¿y dónde queda Jane Austen?, ella prefirió usar un seudónimo antes que dejar de escribir. Todas ellas, como Woolf, entendieron que la palabra era más que tinta.
El feminismo del siglo XX marchó por calles y plazas reclamando derechos civiles, voto, igualdad en el trabajo y en la educación. El del siglo XXI continúa la lucha en otros frentes: la paridad política, el fin de la violencia de género, la equidad salarial y el reconocimiento de las diversidades. Son conquistas que, como capas de pintura, van ampliando el lienzo donde las mujeres pueden escribir sus propias historias. Lea también: La tumba de las luciérnagas: carta a una niña marcada por la guerra
Escribir sigue siendo, para muchas, un acto de resistencia. Quien toma la pluma o el teclado reclama no solo el derecho a narrar, sino el derecho a existir en el relato colectivo. La “habitación propia” de Woolf, más que un lugar, es una trinchera íntima: un rincón donde el pensamiento se refugia y florece, protegido del ruido externo y de las viejas cadenas.