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Cultural

De Alejandría a Cartagena: Aciman, Afrodita y el arte de imaginar

Una narración personal en Cartagena sobre arte y lenguaje, inspirada en las obras de Pierre Louÿs y André Aciman.

De Alejandría a Cartagena: Aciman, Afrodita y el arte de imaginar

Foto referencia de estatua. // tomada de Pexel: Buğrahan Haksever

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Conocí a un escultor que vivía encerrado en su taller. Su bien más preciado lo escondía para sí mismo; una estatua que esculpió a mano, cincel puro. Otros escultores usaban el “alma”, una técnica que requiere de un molde o estructura interna. Pero su obra era tan personal que debía retocarla solo con su fuerza y movimiento. El resultado fue un cuerpo y rostro idéntico al de una mujer que amaba.

Adoraba a la estatua como a su vida misma, le rendía tributo, se desnudaba frente a ella y la contemplaba en las noches más estrelladas. No obstante, no tardaron los efectos colaterales. No podía enamorarse de alguien que no fuera la estatua, incluso comenzó a sentir repulsión por la mujer de carne y hueso que le inspiró. Lea también: El grito que cabe en una guayaba

Demetrios es el protagonista masculino de la novela Afrodita (1896), escrita por Pierre Louÿs. Era un escultor griego en la Alejandría helenística, admirado por su talento artístico y belleza masculina. Esta obra la leí en mis vacaciones de marzo de 2025. Leerla en Cartagena, en pos pandemia, y con tecnología alrededor, es un contraste complejo.

¿Qué hubiera pasado si…? Afrodita, Aciman y la vida en subjuntivo

Tuve un ritual; solía trotar por la bahía de Manga, llevarme audífonos, una toalla, suficiente agua y la obra en una edición de bolsillo. Una vez concluía la caminata, entraba al Fuerte del Pastelillo y me tumbaba un rato en la fortificación a consumir un nuevo capítulo, uno por día, solo uno, no tenía derecho a más. Cada vez que pase por la bahía recordaré a Afrodita, y cada vez que vea la portada de Afrodita, recordaré la Bahía de Manga.

Lo más loco es que escuchaba reguetón, incluso el más estereotipado y marginal, que nadie asociaría con el ímpetu de una obra clásica. “Vino tinto, agua de mar. En la costa de Noruega, una aurora boreal. Fenómeno en el cielo difícil de no mirar. Así es ella, maravillosamente bella. Un historial de belleza, como monumento en Grecia”, escuchaba en una canción de Arcángel, que no dejaba de asociar con Afrodita, y también con mi realidad, un escenario digital con tanto prodigio y belleza en línea que admirar, pero tantos filtros y capas a la vez, tanta incapacidad para conectar realmente con la otredad de carne y hueso.

El arte en un mundo incoherente

Recuerdo cuando fui al Centro de Convenciones en enero de 2024, para un conversatorio de André Aciman en el marco del Hay Festival. Este autor nació en Alejandría, en 1951, de origen judío sefardí. Pero debido a la persecución contra los judíos en Egipto, emigró con su familia a Italia y luego a Estados Unidos, donde desarrolló su carrera. En ese entonces desconocía que el origen de Aciman fue en Alejandría, de Alejandro Magno, Alejandría de belleza, de placer, de Afrodita. Alejandría de arte, sacrificio y estatuas, ¡qué casualidad!

En ese conversatorio habló sobre el arte, dijo que no estaba hecho para resolver, sino para dar forma a lo que no la tiene, a nuestros vacíos, y quizá a la inevitable culpa que sentimos cuando nos contradecimos, o ante los deseos que no podemos explicar. Y aunque esto no borre del todo la incoherencia que nos rodea, puede hacer visible lo que nos duele o cuesta decir, abrirnos a ser interpretados de múltiples formas, desde las carencias y vacíos o cultivos de cada quien. ¿Es entonces el arte es necesario porque el mundo es incoherente?, me pregunté mientras él continuaba hablando en el auditorio.

Vivir en modo irrealis

De momento solo había leído una obra de Aciman, la más comercial; “Llámame por tu nombre” (Call Me by Your Name), que ganó tres Óscar en 2018 y catapultó a Timothée Chalamet como un sensual y codiciado twink. Pero antes de esa adaptación, la novela romántica la había leído en PDF durante mi adolescencia, sin mayor asombro y sin entender algunas partes. Así que esa mañana compré una edición impresa, y por qué no, hice la fila para que la autografiara. “Todos pensamos en cosas que nos averguenzan, y soñamos con gente que no podemos tener. Yo no pude tener a esa persona en la vida real, pero sí en mi obra, lo hice mío en la historia”, dijo el autor esa mañana antes de firmarme. Más adelante, estas palabras cobraron sentido.

Autógrafo de André Aciman. // foto: Juan Ramos del Valle - EU
Autógrafo de André Aciman. // foto: Juan Ramos del Valle - EU

El subjuntivo y el condicional

Hace unas semanas volví a leer a Aciman, en una obra distinta, una selección de ensayos titulada “Homo-irrealis”. ¿Qué es “Homo-irrealis”? Primero consulté y no encontré resultados en los diccionarios, luego entendí que este es un término que André Aciman usa para describir a una persona que vive más en el deseo, la imaginación y el “qué hubiera pasado si...” que en el presente real.

En uno de los ensayos de esta obra (que aún tengo en PDF y espero comprar en físico pronto), titulado “Bajo Tierra”, profundiza en el uso del subjuntivo y el condicional, característico del “modo irrealis”.

El subjuntivo: “Si volviera…”, “Ojalá me amara…”. El condicional: “Te amaría si…”, “Podría haber sido…”. Explica que estos modos verbales podrían expresar lo que puede ser, pero que no es; ya sea un amor no correspondido, uno muy correspondido, o una familia que alguna vez fue feliz, y que hoy está distanciada. El “modo irrealis” apela a la nostalgia y a la idealización, pero también a todo aquello que a la larga acabamos esculpiendo. Lea también: Cordyceps: el hongo que podría evolucionar y “convertir a humanos en zombies”

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Recientemente estuve conversando con un amigo, que trabaja como docente de lenguas, sobre el subjuntivo y el condicional. Me dijo que la invitación es conjugar en presente, porque cuando sus estudiantes recurrían a ellos, el los prevenía llamándoles los “modos verbales patéticos”, modos que expresan situaciones hipotéticas, dudas o acciones que solo son posibles o probables bajo ciertas circunstancias, lo cual es patético para él.

¿No volvemos patéticos cuando apelamos al subjuntivo?, ¿recurrimos al condicional cuando perdemos a alguien o algo que amamos, y que muchas veces conservamos en el modo irrealis, protegiéndolo del deterioro al que se enfrenta en la vida real? ¿Deberíamos entonces sentirnos bien o mal por usar los “modos verbales patéticos”?, ¿cómo respondería Aciman a esto?

En Homo-irrealis, Aciman dice que “los artistas ven otra cosa aparte de lo que es visible en el “mundo real”.

No suelen ver o amar lugares, rostros, objetos por lo que son en realidad. Lo que les importa es ver otra cosa o, mejor aún, ver más de lo que tienen ante sus ojos”. Aciman consuela a los patéticos afirmando que los artistas no solo interpretan el mundo para conocerlo, que de hecho, hacen más que interpretar: “Lo transfiguran para verlo de otro modo y, al final, se adueñan de él en sus propios términos, aunque sea por un breve espacio de tiempo, mientras vuelven a empezar el proceso con otro poema, otro cuadro, otra estatua, otra composición”.

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