Mientras perdía horas circulando en TikTok, tirada en mi cama, con la canción MTV de Morat sonando a lo lejos, vi de reojo el ejemplar que guardo con cariño de El Principito, mi libro favorito. Pero entonces me confrontó un pensamiento: ¿acaso en este momento no estoy siendo uno de esos adultos que él no comprendía?
¡Vaya que dolió!

Si el Principito existiera, amaría ser su amiga, domesticarnos mutuamente e ir por el mundo contemplando lo esencial, mientras vislumbramos corderos a través de cajas dibujadas en una hoja de papel. Quizá yo me detendría a tomar una selfie o grabar un TikTok, y tal vez a él eso le parezca banal. Entonces, con su dulce voz, replicaría: “¡Los adultos son tan raros!”, y yo me ofendería.
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Pensé: ¿Y si en un rincón de TikTok, donde todo ocurre en segundos y se olvida más rápido aún, un usuario diferente aparece sin aviso? Entre bailes virales, retos sin sentido y filtros perfectos, llegaría un usuario que no grita, no canta, no vende, solo habla suave, con la voz de quien mira el mundo desde la inocencia y el asombro.

“Lo esencial es invisible ante los ojos”
Me lo imagino publicando videos donde habla de su rosa, de su zorro y del desierto. A veces solo mostrando las estrellas mientras narra pensamientos que parecen demasiado simples para este mundo rápido. “Lo esencial es invisible a los ojos”, dice una y otra vez, pero la mayoría pasa de largo. Hacen “scroll”. Como si la belleza solo valiera cuando entretiene, cuando impacta, cuando dura menos de quince segundos.
“Lo esencial es invisible ante los ojos”
El Principito
Entre los comentarios, podría haber quien lo llame “raro” y otros que lo acusen de querer hacerse el profundo. Algunos jóvenes, tal vez por intuición o pura sensibilidad, se detendrían a dejarle corazones, frases como: “gracias por esto”, “lloré”, “me hiciste reflexionar”. Pero serían pocos. El resto sigue su camino digital, atrapado en el ruido, los trends y en la rapidez que no deja espacio para escuchar una frase que se quede adentro. Le recomendamos leer:Si la vida te da mandarinas: análisis del K-drama más visto hasta ahora
Los adultos, en su mayoría, no lo entenderían. ¿Cómo van a entender a ese joven con corona y abrigo largo hablando de asteroides, de baobabs, de volcanes que hay que limpiar cada día?. No entenderían su tristeza delicada cuando su rosa le rompe el corazón, ni mucho menos su risa transparente y tierna. Les parecería absurdo. Porque han aprendido a medirlo todo en cifras: seguidores, vistas, productividad. Porque olvidaron, hace mucho, cómo mirar con el corazón.

“Los adultos no entienden nada”
Volví a la realidad, decidí dejar el teléfono e ir por aquel libro que me hacía ojos desde aquel estante al frente de mi cama mientras sonaba la estrofa: “que yo quiero entender lo que pasó, si el tiempo ha sido cruel, si tal vez nos perdimos o simplemente crecimos”.
Recordé aquella loca idea de ¿Y si El Principito tuviera TikTok?, dejé el libro a un lado de mi escritorio. Tomé una hoja y un lápiz y empecé a garabatear: “¿Quién es este personaje que ha decidido vivir en TikTok como si fuera su asteroide B-612?, ¿Por qué insiste en hablarnos de lo invisible, de la ternura, del cuidado?, Tal vez porque sabe que en medio de tanta fugacidad, aún queda una chispa de niñez en quien se detenga a escuchar. Lea también:10 datos curiosos sobre El Principito, a 75 años de publicarse
En uno de sus videos para TikTok, imaginó como el Principito muestra un cuaderno viejo con dibujos de un cordero, de una caja o de un elefante dentro de una boa. “Los grandes nunca entienden nada por sí solos”, dice con voz pausada. “Y es muy cansador para los niños tener que explicarles todo una y otra vez”.

Pero su presencia en esta red veloz, donde lo emocional se trivializa y todo debe causar impacto inmediato, es también una crítica silenciosa. Un susurro rebelde contra la cultura del olvido, contra la estética que busca perfección pero no profundidad.
Porque el Principito no quiere volverse viral, él solo disfruta su vida.
Hay una tristeza hermosa en verlo allí, hay un gran grado de nostalgia en ver como mi interacción con esta red solo demuestra que soy una adulta más, atrapada en lo trivial. En cambio, él brilla como una flor que florece en el desierto sin esperar que nadie la admire. Como una estrella que resplandece, aun sabiendo que la mayoría no mirará al cielo. Y, sin embargo, lo hace. No deja de hablar, no deja de esperar, no deja de amar su rosa. Para él, cada vínculo vale, aunque no tenga un “me gusta”.
Quizá ese sea el mensaje más urgente de todos: que en un mundo que aplaude lo inmediato, hay que volver a lo esencial, a lo que toma tiempo, a lo que no se puede medir, a mirar a los otros no como números, sino como universos y recordar que el amor, la ternura, la memoria, no se suben en redes. ¡Se viven!
El miedo que da crecer
¿Acaso soy un poco como el bebedor o como el geógrafo?, ¡Que miedo ser como el vanidoso o como el hombre de negocios!, de todos esos adultos que narra El Principito dolería menos ser como el farolero, pero triste solo vivir por servir, olvidándote de ti, adicto a la rapidez y esclavo de terceros que nunca agradecerán lo que haces.

Para concluir mi escrito, hojeé las páginas del libro y vi su imagen: tan cálida, tan inocente. Entonces redacté: “El Principito seguirá allí, en TikTok, entre millones de videos olvidables, siendo una excepción luminosa. Quizá nadie lo entienda del todo. Quizá su voz se pierda en el algoritmo. Pero habrá uno, solo uno, que se detendrá, lo escuchará… y lo comprenderá”. Le puede interesar: 10 datos curiosos sobre El Principito, a 75 años de publicarse
Cuando puse el punto final, entendí que no solo estaba hablando de El Principito, sino del temor a acostumbrarme a mirar el mundo de forma práctica, a dejar de hacer preguntas curiosas y empezar a interesarme solo por cifras, direcciones y rutinas. Me preocupa crecer y olvidar lo esencial, lo que no se ve, pero que siempre estuvo ahí.