Tenía la serenidad memoriosa y sacerdotal de quien había contemplado en sus honduras más impredecibles, los milagros escurridizos de la vida. Era, sin ínfulas, un sabio de a pie que recorrió todo el Caribe en canoa, había descifrado el espíritu de las sabanas, las islas y los valles, la soledad del desierto de La Guajira y las entrañas bananeras del Urabá. Un sabio que hablaba pausadamente, y en algún momento de su vida quiso ser sacerdote, como su amigo, el cura Camilo Torres, quien dejó su sotana para meterse al monte. Orlando Fals Borda (1925-2008), cuyo centenario de su natalicio se celebra en 2025, nos contó que su vocación de estudioso insaciable del Caribe empezó siendo niño, cuando, a sus doce años, su abuela paterna -que era ciega-, Cándida Álvarez, le pidió que le leyera un libro, y él decidió escribirle una novela en cuatro cuadernos para mantenerla encantada, con una historia que él mismo había inventado. Lea: Orlando Fals Borda: un sabio del Caribe
“Yo me hice escritor solo porque quería verme con mi gente”, me dijo la última vez. “Porque quería ser mejor persona. Me humanizó la perspectiva de la sociología. Es tan profunda la escritura que me llevó a San Martín de Loba a conocer a mi hermano negro, Alfredo Fals. Él no sabía que era su hermano. Y mi familia no lo sabía. Y yo lo supe porque su mamá había guardado las tarjetas de mi papá, que era de Magangué. Mis abuelos eran mompoxinos”.
Donde el Sinú habla y Fals Borda escucha
Orlando Fals Borda escribió su monumental libro “Historia doble de la Costa” en cuatro tomos que pueden leerse con el rigor de un científico consagrado a las ciencias sociales y el rigor y la gracia de un cuentero y cazador de historias. Las historias paralelas, la del sociólogo y la del narrador, se entrecruzan y confluyen en realidades verificables y en seres de carne y hueso. A su paso por el Sinú, un grupo de narradores e investigadores fortaleció el rastreo de informaciones de ese patrimonio cultivado por mentes brillantes como el novelista y pensador Manuel Zapata Olivella, Benjamín Puche Villadiego, el descifrador matemático del sombrero vueltiao; el investigador musical, escritor y músico Guillermo Valencia Salgado, Compae Goyo, para citar tres de ellos. De esa legión se integraron otros creadores excepcionales como Víctor Negrete, David Sánchez Juliao, Leopoldo Berdella De la Espriella.
Escribió un ensayo ilustrador de esos hallazgos en “Fuentes y encrucijadas de la identidad sinuana”, en la revista Aguaita 2, noviembre de 1999, en la que analizó el primer gran equívoco de la región sinuana al bautizarse con el nombre del héroe de Rionegro: Córdoba, en 1951, al erigirse en departamento, nombre sugerido por senadores antioqueños afincados en el territorio, que ganaron la batalla a los senadores locales que apostaban a que se llamara Departamento del Sinú, Departamento entre Ríos, etc. Lea: Proponen que 2025 sea el ‘Año de Orlando Fals Borda’ en el Caribe
A Fals Borda se le iluminaban los ojos cuando hablaba del Sinú, patrimonio ancestral con una sabiduría de vida, “una de las civilizaciones más bellas y humanas del hemisferio, la de los cacicazgos zenúes. De allí provienen algunos de nuestros más conocidos símbolos unificantes; el sombrero vueltiao, la gaita, el bollo, el puma de oro, la urna de las manos entrelazadas. Y ninguna arma”. En ese ensayo, Fals subrayaba en las figuras de la cacica Tota de Chinú, la conquistadora Francisca Baptista de Bohórquez, “la única conquistadora hembra a quien nombró el monarca español para los reinos americanos”, y a ella le tocó enfrentarse a los colonos machos del Sinú, quienes terminaron siguiéndole los pasos, rendidos ante su competencia. También la figura del capitán Francisco Velásquez, un español pobre colonizador de Mocarí, fundador de Cereté en 1721, quien desafió las Leyes de Indias que prohibían que los españoles convivieran con los indios en los mismos caseríos. Él fue el primero en modificar esas leyes, abriendo una posibilidad de convivencia triétnica en los caseríos, aprendiendo a bailar el montucuy de la comunidad indígena. Los virreyes pegaban el grito en el cielo. Al español Antonio de la Torre y Miranda, conquistador y fundador de 44 pueblos, incluyendo Montería, jamás se le hubiera ocurrido semejante desafío.
La mujer detrás de las leyendas del Sinú
La pesquisa de Fals Borda en el Sinú descifró mitos, leyendas e historias. Nos devolvió en carne y hueso a la bailadora de porros y fandangos María Barilla, cuyo verdadero nombre era María de los Ángeles Tapias, nacida en 1887 en Ciénaga de Oro y fallecida en Montería en 1940. Descubrió sus huellas en Montería y Ciénaga de Oro, como legítima e inspiradora personaje de nuestra historia. Encontró en archivos privados algunas fotos de María de los Ángeles Tapias, hija de Evangelina Tapias, quien trabajaba en el servicio doméstico de la familia Berrocal en Montería. María de los Ángeles, además de bailadora, era una reconocida activista política de ascendencia italiana. Prescindió de su apellido Tapias cuando, siendo una muchacha de dieciséis años, viviendo en la finca Las Majaguas, se enamoró de Perico Barilla, hijo de crianza de Vival Barilla y Cenobia Montesinos. Le fascinó el apellido Barilla por su sonoridad y su gracia. No duró ese amor, pero tanto su nombre como su apellido se perpetuaron en un porro que lleva su nombre y es el himno de Córdoba. El retrato de María Barilla pintado por Wilfredo Ortega sirvió de portada al libro biográfico que escribió Albio Martínez, uno de sus grandes discípulos.
El regalo que donó Orlando Fals Borda
Antes de morir, Orlando Fals Borda donó su biblioteca y archivo sonoro al Banco de la República de Montería. Festejaba el guapirreo, grito legítimo de los sinuanos para saludar en la distancia a los amigos y para celebrar la vida en el corazón del monte. Decía que Colombia debía aprender del Sinú. “Ese deseo ancestral de felicidad, libertad y autonomía no pueden ser sepultados”.