La exploración por la existencia humana me lleva a relacionar la poesía, su íntima parentela con la filosofía (un punto clave en el asombro). Dos maneras de percepciones totalmente diferentes de la realidad, desde aquellos lejanos siglos con Aristóteles al explicar la poética, la forma de exponer el mundo con base en la palabra.
El primer parentesco se da en el lenguaje, crean significados y sentidos en territorios disímiles, con la filosofía se intenta abordar el mundo con base en la razón y la poesía se vale del asombro donde la razón huye, la intuición se queda y, sobre todo, la imaginación creativa va explorando imágenes, metáforas, metonimias, alegorías y analogías en el recurso del lenguaje al otorgarle sentido al mundo circundante del poeta. Lea también: La historia de Manuel Patrocinio, el poeta más longevo del mundo
Poiesis
Primero que todo, el término en griego significa física, mundo real concreto; segundo, en biología poiesis (poyética) es el tejido en la estructura de los huesos donde se forja la sangre, tejido hematopoyético. Aristóteles fue biólogo se valió de ese conocimiento, para inferir el flujo sanguíneo en el cuerpo humano, donde en el campo anatómico compara la palabra que fluye en el arte, la arteria no biológica donde la imagen transita en el fluir del lenguaje. Arteria en el sentir de Aristóteles es aire, conducto que transporta algo, en el caso específico del tema: sangre para conservar y mantener la vida.
La poética aristotélica me permite ir con escalpelo crítico a penetrar en la obra del hacedor de palabras con sentido y significado de mundo con el pulso creativo de Miguel Torres Pereira. El mundo de la reflexión filosófica visto, comprendido e interpretado con base en la razón se hace muy diferente al de la cosmovisión del poeta.
Hallo en la obra de Torres Pereira un horizonte metafísico, paradójicamente a su formación en educación en biología y química, él trabaja con la materia y en el laboratorio de la ciencia; sin embargo, en la poesía el asombro se traslada a su fuero íntimo, tocada de una observancia interior donde está ubicada la estancia de su creación permanente. Lea también: Las cartas secretas de Juan Rulfo a Clara Aparicio, su eterno amor
La producción poética es una elaboración íntima del sujeto quien la produce, muchas veces no es concordante con el mundo donde él está inserto. El poeta construye otras realidades, universos diversos que la palabra crea y eterniza, porque lleva en su esencia íntima el atisbo metafísico.

En las entrañas de la poesía
Mi experiencia lectora con la poesía de Torres Pereira se da en el tratamiento sutil de la paradoja, que en él se vislumbra una escisión entre el hombre trabajador de la ciencia con el otro ser que lo habita. El ser intuitivo, navegante en los mares profundos de su pensar, emerge en un cosmos creado por él y a manera de antítesis se instala en un mundo real, estar ahí en el sentido de Heidegger, pero con el asombro de un mirar metafísico en la construcción de la palabra. Lea también: El amor que sacudió el corazón de Kahlil Gibran: una historia increíble
La paradoja para mí establece un diálogo discordante entre dos maneras de ver y contemplar el mundo. Una discordancia amigable en no estar de acuerdo, pero nos aproxima desde la interpretación a concebir afirmaciones o negaciones, aparentemente contradictorias, En la filosofía la paradoja se vislumbra como un absurdo aparente y en la poética el absurdo aparente constituye un punto de inflexión metafísico, es decir, contemplativo.
Verso y universo invitan al lector a un diálogo de imágenes donde la palabra hace círculos de siembras en diferentes planos de la física del mundo y el abordaje temporal del poeta, quien sabe contemplar el mundo exterior, y por pulsión metafísica descender en la hebra del tiempo con un hilo eterno sin límites ni punto de origen ni de finalización. A grandes rasgos, la poética de Torres Pereira de su mano me invita a desnudar los sentidos en que verso y universo son formas de mundo en que la filosofía y la poesía se muestran en el linaje de su parentesco.
Los cuatro libros de Miguel Torres Pereira
La obra poética de Miguel Torres Pereira hasta el día de hoy se encuentra condensada en cuatro libros que, muestran el oficio con la palabra: El corazón de la noche, De luna y piel en otro ámbito, La estación del instante e Incertidumbre del regreso. El tiempo en la poesía de torres Pereira es un filón, una arista de el proceso cosmogónico que ha emprendido con delicados detalles cincelando la forma de lo que da contenido a la creación de la palabra germinal en la sentencia de un poema.
El manejo de elementos comunes a la filosofía lo sabe transferir al caudal poético sin renunciar a ninguna de las formas de pensar y exponer ideas, en que se asoma al mundo con partos creacionales. Quizás el tiempo es el punto en que la palabra germina y forja sin aplazamiento alguno el acto poyético. El poeta se desdobla en tierra de agrimensura en la elección de la imagen, la metáfora que ilumina el texto sin reñir ni pelear por el espacio de las palabras.
En tu diluvio
Las palabras son parte de la nube celeste que se precipita en torrencial aguacero:
En el verso va al contenido de un artefacto artesano para enrostrarnos el verso de un fenómeno atmosférico. En cántaros de octubre sumergí la tarde. Se sirve de la metáfora cumpliendo la función de mudanza en el sentido cabal de lo que el término implica, traslapa el tiempo de un mes y con cántaros logra el espíritu mágico de sumergir la tarde.
En una sola línea es suficiente atrapar el diluvio de cierta connotación sensual en contrapunto con la imagen erótica, en que la poesía dimensiona su mayor esplendor de ser la torre más elevada del conocimiento humano. En la arquitectura de su poética Torres Pereira me señala los predios de su obra sudada disciplinariamente. En el oficio de la constante transpiración toma el vuelo del universo que devela el verso de la permanencia creativa.
Las huellas del tiempo en diluviana noche reafirman la presencia del poeta y deja el rastro inconfundible de que la poesía testimonia su presencia, en los días que octubre es agua y existencia terrenal del poeta en las tempestades de otras lluvias.
Los puntos de contactos entre la filosofía y la poesía son inevitables. Unas veces, hay conciencia plena de ella, en otras, simples coincidencias en las circunstancias. La filosofía como la conciencia crítica de la historia, y por supuesto, conciencia crítica de sí misma, la gran orientadora del conocimiento humano. En la tejedura poética de Torres Pereira hay una línea clara que pendula del asombro poético al asombro filosófico. La puerta de entrada la metafísica. Él es consciente de ello. El asombro como respuesta inesperada es un vital insumo para su creación. Ambrosía donde el mito deja de ser verdad del otro para posibilitar un tiempo acontecido en espacialidad. Choque armónico de un mundo exterior con un mundo interior. Allí se aquerencia la palabra lumínica - para ser conciencia de algo o de alguien y, decirlo en la voz, del filósofo Edmund Husserl -. El hecho estético encuentra la piedra angular en el relacionamiento de lo que el arte de la poesía forja.
El poeta es un hombre de experticia en conjurar el caos del cosmos, conoce mejor que los físicos que, la fuerza centrífuga aún es inexplicable para la matemática en la búsqueda de certezas; en cambio en la incertidumbre del poeta el caos desaparece en la liturgia de sus conjuros y otras mañas donde brota la magia en el ojo de agua de un manantial.