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Cultural

La tumba de las luciérnagas: carta a una niña marcada por la guerra

Inspirada en “La tumba de las luciérnagas”, escribo una carta a Setsuko, la pequeña que simboliza a los niños víctimas de la guerra y la indiferencia.

La tumba de las luciérnagas: carta a una niña marcada por la guerra

Ilustración de Setsuko junto a Seita, su hermano en medio del caos. // imagen generada con inteligencia artificial

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Querida Setsuko,

Mi corazón todavía se estremece cuando pienso en lo que tuviste que enfrentar. Tenías apenas cuatro años, pero tu alma cargaba historias que solo una mujer de muchos lustros podría contar. La guerra te enseñó cuán dura puede ser la humanidad, cuán crueles pueden ser algunas familias, y cuán atroz es sufrir bajo la mirada indiferente del mundo sin que nadie corra a ayudarte.

La tumba de las luciérnagas, Setsuko. // Captura de pantalla
La tumba de las luciérnagas, Setsuko. // Captura de pantalla

No sé si lo sabes, pero la película que cuenta tu historia se llama “La tumba de las luciérnagas” y no ha dejado de ser vista desde 1988, cuando Estudio Ghibli retrató la dureza de la segunda guerra mundial desde tu país, Japón.

Recuerdo que odiabas el refugio antiaéreo. ¡Te aterraba! Tu hermano Seita, sin saber cómo convencerte, te amenazaba diciendo: “Te va a caer una bomba”. Y tú, tan pequeña, comprendías que el peligro era real. Lo entendías, aunque no debías hacerlo. Le recomendamos leer: Gaza y Ucrania: El terror de la guerra y su impacto en los niños

El estruendoso sonido de los aviones de guerra te hacía correr a los brazos de Seita, tu hermano de apenas 14 años, que te cuidaba con la responsabilidad de un adulto, como si con su cuerpo pudiera protegerte de todo el horror. Quiero contarte algo, Setsuko. Como Seita, hoy hay muchos. Miles de niños obligados a ser padres de sus hermanos pequeños, truncando su infancia, llenándose de heridas que el tiempo difícilmente cura.

No lo supiste, pero Seita también quería llorar por la muerte de su madre. No lo hizo porque también era tu madre, y decírtelo te hubiera roto el corazón. Con apenas 14 años, eligió callar su dolor por amor a ti. Por ese mismo amor, sentías paz en sus brazos, incluso cuando todo a su alrededor ardía. En medio del fuego, del hambre y del miedo, él era tu refugio. Eso me consuela: saber que encontraste algo de paz en su abrazo, a pesar del infierno que vivían.

Setsuko cargada por Seita en medio de la destrucción de la guerra. // Captura de pantalla
Setsuko cargada por Seita en medio de la destrucción de la guerra. // Captura de pantalla

También hay muchas tías como la tuya. Esa que al principio los recibió, pero luego los trató como una carga. No lo comprendiste, eras solo una niña, pero esa mujer representa la indiferencia del mundo. Ojalá no hubieras tenido que conocerla. Ojalá tu madre no hubiera muerto. Ojalá nadie le hubiera dicho a tu hermano que por no mostrar “patriotismo” no merecían comer. ¿Patriotismo de un niño de catorce años? ¡Qué injusticia tan grotesca! Ojalá te hubiera conocido, Setsuko, para darte ese plato de arroz y caramelos que tanto anhelabas, los que necesitabas.

Hay cosas que no viste y que quiero contarte. No para entristecerte, sino para que tu historia no muera en vano. Quiero que el mundo la conozca, que le duela, que llore y si aún hay un poco de humanidad en este planeta vacío, también espero que con estas letras haya espacio para un poco de reflexión.

Tu hermano te llevó a esa cueva escapando del desprecio de su tía, buscando tranquilidad, y nunca los juzgaré por eso, porque solo él sabía cuánto dolía realmente. Pero una cueva oscura, infestada de insectos y sin comida, fue casi una condena a muerte, quizá por eso tu película se llame “La tumba de las luciérnagas”.

Setsuko en la cueva donde vivían. // captura de pantalla
Setsuko en la cueva donde vivían. // captura de pantalla

Cuando las bombas caían, Seita ya no corría al refugio. Se deslizaba entre ruinas y casas vacías, no por valentía, sino por hambre. Se jugaba la vida por un puñado de arroz, por una fruta robada que a veces ni alcanzaba a madurar. Escondido entre arbustos ajenos, temblando más por el miedo a fallarte que por el sonido de los aviones. Pero no solo era comida lo que te faltaba, Setsuko. También necesitabas medicina, y esa ni con todo el coraje del mundo podía conseguirla.

Tú solo querías arroz y dulces, algo tan simple, tan propio de una niña de cuatro años. Pero Japón, sumido en su guerra, no te ofrecía ni eso. Te fuiste apagando, lentamente, como una flor olvidada en un rincón de concreto, reseca, sola, sin sol que te abrigara, sin agua que te aliviara, sin una mano que te salvara. Marchitaste en silencio, mientras el mundo miraba hacia otro lado. Le puede interesar: Bucear con papá o con quién vino en su lugar.

Hoy lo entiendo gracias a ti. Como lo dijo alguna vez el poeta Serafín Velásquez Acosta: “Qué vergüenza con los niños que nacerán mañana por el negro porvenir que les espera”. Me avergüenza decir que hay miles como tú. Me avergüenza que aún hoy existan niños que, como tú, coman ranas por hambre. Que sus cuerpos se demacren ante la mirada del mundo, igual que el tuyo y que sus nombres se pierdan en titulares fugaces, sin que nada cambie.

Desnutrición, fiebre y soledad fueron más que síntomas: fueron tormentos que acabaron lentamente con tu vida, mientras ni siquiera el abrazo de tu hermano podía aliviarte. Moriste en silencio, convertida en una luciérnaga más, símbolo en Japón de las almas inocentes que parten. No solo te mató la guerra, Setsuko, sino también la indiferencia de un mundo que no quiso salvarte.

Setsuko se enfermo poco a poco. // capturas de pantallas
Setsuko se enfermo poco a poco. // capturas de pantallas

¿Recuerdas cuando el doctor te dijo que lo que necesitabas era comida? Se equivocaba. Lo que necesitabas era amor, empatía, y un mundo capaz de ver que solo eras una niña. En esa misma guerra que te robó la vida, también murió Ana Frank, y aunque ella era un poco mayor, y quizá comprendía lo que ocurría, también sufrió una muerte injusta, demostrando que las guerras no distinguen edades. Solo destruyen. Lea también: Virginia Vallejo cuenta su vida desde el exilio: “He tenido una vida plena”

Cuando la esperanza abandonó a Seita, entendió que dos huérfanos en una cueva, rodeados de luciérnagas, no tenían futuro. Y lo que más me avergüenza, Setsuko, fue que conseguir carbón para cremar tu pequeño cuerpo fue más fácil que encontrar un puñado de arroz para mantenerte con vida. Fuiste más valiosa muerta que viva para ese mundo roto.

Han pasado más de 40 años desde que te guardaron, hecha polvo, en un tarro donde deberían ir caramelos. Y aún así, Setsuko, te lloro. No te conocí, pero te lloro como a todas las demás luciérnagas que te alcanzaron y te siguen alcanzando hasta hoy.

La tumba de las luciérnagas. // captura de pantalla
La tumba de las luciérnagas. // captura de pantalla

Porque el mundo no ha aprendido nada. Porque aún hay niños como tú, marchitándose en silencio mientras los adultos discuten guerras y olvidan infancias. Porque tú, tan pequeña, sigues siendo un espejo de todas las ausencias que la humanidad se niega a ver. Lea también: Si la vida te da mandarinas: análisis del K-drama más visto hasta ahora

Diviértete en el cielo, pequeña. Abraza a tus padres y a tu hermano. Vive allá la infancia que acá te arrebataron.

Con amor,

una adulta que te falló, como todos.

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