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Cultural

Juan Gossaín retrata el Caribe en ‘La Balada de María Abdala’

La segunda novela del periodista y escritor Juan Gossaín reúne relatos marcados por el lirismo, la sensibilidad narrativa y la riqueza del detalle.

Juan Gossaín retrata el Caribe en ‘La Balada de María Abdala’

Una novela tejida con crónicas: el estilo de Juan Gossaín. //Foto: Archivo.

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La idea de una novela narrada por un muerto remite a historias como Pedro Páramo, llenas de melancolía y dolor. La balada de María Abdala está narrada, en gran parte, por el hijo fallecido e innombrado de Abraham y María Abdala, una pareja de inmigrantes libaneses que se instaló en San Bernardo del Viento, Córdoba, por arreglo de sus familiares. Y sí, en la novela de Juan Gossaín hay episodios de melancolía, de dolor, también de nostalgia, en algunos capítulos ocurren verdaderas catástrofes e injusticias. Sin embargo, el tono que caracteriza a este relato no es la desolación, sino el optimismo.

El amor de María y Abraham en la novela de Juan Gossaín

La balada de María Abdala se compone de 9 capítulos. Aunque el hijo fallecido es el narrador, los hechos están enfocados desde la perspectiva de la epónima y su esposo. Eventualmente, el padre también asume el papel de narrador e introduce otras perspectivas sobre su relación y sobre el amor en particular. Si hay una constante en el texto, es el vínculo inquebrantable de los dos.

La esencia de esta relación está resumida en su primer encuentro, tras llegar María a tierras colombianas en barco y notar que Abraham, a quien nunca ha visto, le trajo un ramo de flores:

—Un hombre que recoge flores —pensó ella— no debe saber cuánto mide una yarda.

Su juicio fue certero. A la inversa de mi madre, él no había sido nunca un hombre de acciones sino de emociones. […]

—¿María? —preguntó él, y a ella le pareció que su voz era bondadosa, pero algo endeble para su gusto.

Mi madre asintió con la cabeza y buscó en él alguna señal de un posible desencanto por haberla reconocido, pero no la encontró.

—Además es un romántico —pensó ella.

—¿Marjaba? —la saludó, y habría querido besarla en la frente chapeada por el bochorno, pero lo venció la vergüenza.

—Nij —respondió la muchacha, con una voz tersa y firme, a pesar de la ofuscación.

Mi padre sonrió para infundirle entusiasmo a la extraña. “Parece un hombre bueno”, pensó ella.

María es suspicaz, directa y pragmática; Abraham es hombre idealista, bonachón y complaciente. Aunque muchas veces discrepan en su modo de ver las cosas, la convivencia que logran dura toda la vida y se cuidan el uno al otro. Tanto que, tras el entierro de María, Abraham piensa lo siguiente: “Yo estaba equivocado. La verdadera vejez empieza cuando se muere la mujer de uno. La vejez es la soledad y hoy empecé a ponerme viejo. Estoy solo de nuevo, solo como al principio”.

Es una relación llena de ternura, ternura que comparte con el modo en que el narrador sin nombre presenta su relato. Desde el primer párrafo, que abre con el lecho de muerte de María, hasta el último, la novela adopta un tono lírico. Para Margot Ricci, periodista y esposa del autor, esta cualidad aproxima la novela a los poemas en prosa.

Antes del primer punto aparte, el narrador habla de “la claridad del mediodía que entra a raudales por los tragaluces del baño” del aire que “tiene la fragancia inconfundible de la leña verde del almuerzo y su humo espeso”, de un hombre que desmonta su caballo con un “salto garboso que le permite su vejez atlética” y “la misma ceremonia ritual de todos los viernes, desde que existe el mundo”, de mangos de “carne amarilla” que “no tienen fibras ni dejan hilachas entre los dientes”. Cierra con esta frase: “Los mangos son el pasado. La muerte es el presente. Mi madre se está apagando”.

Portada de La Balada de María Abdala.
Portada de La Balada de María Abdala.

Crónica y ficción en la novela de Juan Gossaín

El texto no sigue una historia particular, no hay una acción dramática de principio a fin con comienzo, nudo y desenlace. Me explico: se tocan temas como el modo en que María y Abraham llegaron a Colombia, cómo se instalaron en San Bernardo, o cómo Abraham aprendió a hablar español (a punta de crucigramas, diccionarios y pergaminos medievales), pero a la par de eso hay muchas otras historias que reciben un tratamiento extenso.

Está la historia del fantasma de un pirata, la de una mujer andrajosa que hacía milagros, la de un prodigioso beisbolista, la del primer prostíbulo del pueblo o la de un italiano despechado y mujeriego que provoca un incendio masivo. En muchas de estas situaciones, María tiende a aparecer como una de las personas que se esfuerza por resolver los problemas de turno gracias a su carácter asertivo, lo que le gana el respeto de la gente.

Para Margot Ricci, esa característica de la novela responde a que “la crónica y el cuento eran lo que mejor le venía a Juan”. En efecto, María Abdala puede verse como una serie de crónicas, unas más fantásticas y otras más realistas, cuyo elemento común es el pueblo donde ocurren (“que se volvía una vaina grandiosa en la mente de Juan”, apunta Ricci).

Surgen comparaciones con Cien Años de Soledad, y, de hecho, María Abdala también comparte algo del desdén de aquella novela por las acciones de europeos y norteamericanos en los pueblos de América Latina (“regaló a las víctimas del incendio unos zapatos de talla cuarenta y cinco, ambos del pie izquierdo, que habían mandado de caridad unas fundaciones de Estados Unidos”), la inacción de las autoridades (“en este pueblo es más fácil hacer milagros que hacer justicia”) y, en un ejercicio de autocrítica, los descuidos de la prensa (“A veces [los periodistas] son más ignorantes que perversos”).

Coda

Concuerdo con el investigador Óscar Domínguez Portugal cuando afirma que “la coherencia de una posible acción global […]se esfuma en medio de la pluralidad y disparidad de los hechos” y que “detrás del teatro de los acontecimientos […] se alza entre líneas una entrañable historia de amor, consistente, furtiva”. Ni San Bernardo del Viento ni el matrimonio que protagoniza La balada de María Abdala aparecen como perfectos e ideales, pero la narración detallista, diáfana y poética deja entrever el cariño que siente por las personas y las cosas que retrata. Eso la hace, me permito decirlo, una obra verdaderamente bella.

Obras consultadas

• Gossaín, Juan. (2003). La balada de María Abdala. Editorial Planeta S.A.

• Entrevista realizada Margot Ricci el día 28 de marzo de 2025.

• Akram, Khater. (2017). “Why did they leave? Reasons for early Lebanese migration”. Moise A. Khayrallah Center for Lebanese Diaspora Studies [Sitio Web]. Recuperado el 14 de mayo de 2015, en https://lebanesestudies.ncsu.edu/news/2017/11/15/why-did-they-leave-reasons-for-early-lebanese-migration/

• Castillo Pérez, Nelson. (2008). “La balada de María Abdala: una secreta historia de amor”. Cuadernos de Literatura del Caribe e Hispanoamérica, 8, 25-37. Universidad de Córdoba.

• Domínguez Portugal, Óscar. (2019). “Comunidades sirio-libanesas en Colombia durante la primera mitad del siglo XX”. Revista Alaüla, Vol. 6, 48-61. Universidad de Cartagena.

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Las migraciones libanesas a Colombia

De acuerdo con el historiador Akram Khater, se estima que entre 1870 y la década de los años 30, aproximadamente 330.000 personas salieron del territorio que hoy está compuesto por Siria, Líbano, Israel y Palestina con rumbo a los territorios americanos. En aquel tiempo, esos países eran parte del Imperio Turco Otomano, cuya situación económica se había deteriorado y llegaría a un punto de quiebre con la llegada de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y su disolución en 1922.

Sobre las razones de aquellos migrantes para salir, existen dos narrativas principales. La primera, citada por el investigador Óscar Domínguez Portugal, es que respondió a intentos por escapar al servicio militar obligatorio, que durante mucho tiempo había excluido a los no-musulmanes (el Líbano posee una población cristiana considerable) y habría dejado de hacerlo tras las reformas secularizantes de la Tanzimat (“Regulación”) del gobierno del sultán Abdülmecid I.

La segunda, citada por Khater como la más probable, es que esa migración habría respondido principalmente a la búsqueda de mejores oportunidades que se iban volviendo más escasas con el declive y la caída del imperio. Sea cual fuera el motivo principal, los primeros libaneses llegaron a Colombia con pasaportes otomanos (por lo que se les llamaría “turcos” por mucho tiempo) en 1884 y se instalaron principalmente en ciudades como Barranquilla y municipios como Lorica.

Este es precisamente el trasfondo que informa la condición de migrantes de los personajes y de Gossaín mismo. Cuenta el narrador que “los primeros emigrantes libaneses llegaron a San Bernardo del Viento cuando la guerra del catorce estaba en su apogeo”. Cuenta Margot Ricci que “el papá de Juan venía directamente del Líbano y no hablaba español. Su mamá era hija de inmigrantes libaneses y había nacido en Colombia, si mal no estoy, en San Pelayo”.

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