En el barrio Boston existe un rincón singular que tiene vida propia. Allí no suenan solo páginas al pasar: también las risas de niños, voces que leen en voz alta, aplausos de los grupos de adultos mayores, temas de la comunidad en general y, a veces, hasta suspiros de nostalgia. Todo eso sucede bajo la mirada atenta y el acompañamiento de Liliana Patricia Robles, coordinadora de la Biblioteca Juan de Dios Amador desde hace 15 años. Este es un lugar de esparcimiento, que cambia vidas y está lleno de la sabiduría de las letras. “Esta es mi segunda casa”, dice sin titubear y sonríe, señalando a alguno de los niños presentes con la mirada que una madre posa sobre sus hijos. Y la de Liliana no es una frase lanzada a la ligera. Esta mujer no solo dirige la biblioteca: la cuida, está al tanto de mantenerla viva y lucha por que cada rincón sea lo más conservado posible. Conoce a cada niño que llega, a cada abuelo que repite historias, a cada joven que encuentra aquí su voz. “Hasta hacemos de psicólogos”, dice entre risas, recordando cómo muchos adultos mayores llegan buscando compañía más que libros, y se van con un consejo, una palabra de aliento o simplemente el alivio de haber sido escuchados.
La biblioteca –que en otro tiempo fue un burdel llamado La Casona y que en 1989 fue transformada por el Distrito en un templo de letras y comunidad– es hoy uno de los 18 espacios que conforman la Red de Bibliotecas del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), una red que promueve espacios de formación, transformación y cultura viva. Liliana, una mujer de sonrisa amplia y amable, es quien se encarga de que todo funcione al derecho y que las páginas de los libros estén en constante movimiento. (Lea también: El IPCC presentó informe de gestión ante el Concejo de Cartagena)
Niños, jóvenes y abuelos: el corazón de la casa
Bajo el liderazgo de Liliana, la biblioteca se ha convertido en un punto de encuentro para todas las edades, en el barrio Bostón y sus alrededores. Según explica, los niños participan en actividades como la hora del cuento, talleres de artes plásticas y la estrategia LEO (lectura, escritura y oralidad), enfocada en la primera infancia. Los jóvenes, por su parte, desarrollan proyectos de lectura y escritura como parte de su servicio social, en alianza con instituciones educativas como Playas de Acapulco y el Perpetuo Socorro.
“Es un programa muy lindo”, cuenta Liliana, refiriéndose a LEO. “Los muchachos leen, escriben cartas, hacen poemas con sus propias palabras. Les ayudamos a prepararse para que devuelvan ese conocimiento a sus colegios. Todo esto lo hacemos con el apoyo de la Secretaría de Educación”, destaca con emoción.
Y los abuelos... ¡los abuelos actúan! Participan en talleres y de la elaboración de manualidades. Algunos de ellos llegaron sin saber leer, y hoy escriben cartas y crean con sus manos. Todo gracias a una sólida alianza con organizaciones comunitarias como la Fundación Mis Mejores Años, representada por Carmen Martínez, quien lleva 22 años colaborando con la biblioteca y hace parte de la esencia misma de este lugar. “Para mí, el programa más valioso de la biblioteca es la lectura, porque he visto cómo muchos adultos mayores que no sabían leer ahora lo hacen con confianza. Además, aquí participan en talleres de manualidades y actividades recreativas que les dan alegría y propósito. Yo represento a la Fundación Social Mis Mejores Sueños, que trabaja con esta población, y creo firmemente que este espacio es fundamental para la comunidad: es un lugar donde se aprende, se comparte y se vive con dignidad”, explica Carmen.
Una red que transforma vidas
Durante 2024, el IPCC promovió el acceso equitativo a la lectura, la escritura y la oralidad en todo el distrito. Más de 42.000 personas se beneficiaron de actividades en bibliotecas vivas, dotadas y fortalecidas. Se crearon 51 empleos directos permanentes y más de 2.400 personas fueron alcanzadas en zonas de difícil acceso gracias a los programas de extensión bibliotecaria, según reportó esa entidad Distrital.
En la Biblioteca Juan de Dios Amador, estos programas no son cifras: son historias. Como la de Roquelis, una niña de 11 años que hace parte de un programa de niños y niñas, donde desarrollan actividades para fortalecer la lectura, la escritura y el dibujo. En este caso, junto a otros pequeños, le escribe una carta a su mamá, a propósito del Día de las Madres. Lo hace con la nostalgia que le dejó en su corazón haberse separado de ella por algún tiempo y haberla vuelto a recuperar. Liliana la acompaña sin prisa, sin presiones. Solo está. Escucha. Acompaña. Esa también es su misión.
Una historia que empezó caminando
La Biblioteca Juan de Dios Amador fue fundada en 1972 y es la primera del distrito. Nació como una biblioteca nómada, recorriendo varios puntos de la ciudad antes de asentarse en Boston hace 36 años.
El lugar, que alguna vez fue un burdel, fue adquirido por el Distrito y convertido en un espacio de conocimiento y encuentro. “Yo lucho para que este espacio se mantenga”, dice Liliana. Mientras camina por los pasillos, saluda a cada visitante como si fuera de la familia. Y lo son.
Porque entre cuentos, cartas, páginas y conversaciones, esta biblioteca no solo resguarda libros: guarda y transforma vidas.