El historiador y escritor Javier Ortiz Cassiani ha logrado contar la historia con el rigor documental y el encanto armónico de la narrativa literaria. Es historiador de la Universidad de Cartagena, con estudios de posgrado en la Universidad de los Andes y El Colegio de México. Participó en el homenaje de reedición de la novela “El patio de los vientos perdidos” (1984) y el libro de cuentos “Lo Amador” (1981) de Roberto Burgos Cantor, en Filbo 2025.
Ortiz Cassiani es autor de: “El incómodo color de la memoria”, que ha sido reeditado con nuevos textos, “Un diablo al que le llaman tren” y “Bailar con las trompetas del Apocalipsis”. Conversamos con él para Facetas:
Entrevista a Javier Ortiz sobre Roberto Burgos Cantor
¿Qué impacto tuvo en usted, como historiador, la obra de Burgos Cantor?
-Roberto tenía una capacidad infinita para echar mano de la historia. Se convirtió en el gran biógrafo literario de la historia reciente de Cartagena de Indias, y contribuyó sustancialmente con mis intereses investigativos y mi manera de abordar esta disciplina.
Me alentó, con su escritura y su forma de desacralizar lo trascendente y ponerlo a ras de suelo, como diría Michel de Certeau, a no tenerle miedo a la subjetividad en la historia, y a saber que este recurso desacralizador era fundamental para poder poner en escena a los personajes y los espacios que a mí me interesaba historiar.
¿Cuál cree que es el mayor aporte de Burgos Cantor a la literatura colombiana y al mundo?
-Sin duda, la poética de su lenguaje. Y no solo cuando asume de narrador omnisciente, donde, por supuesto, se destaca por una narrativa de altísimo nivel poético, sino cuando les da voz a los personajes de sus novelas y cuentos. Se necesita una infinita sensibilidad, un trabajo de arqueología brutal del lenguaje para dar la voz, sobre todo a los personajes populares, de manera tan poéticamente bella y tan creíble como lo hacía Roberto.

Las figuras de Pedro Claver, Alonso de Sandoval y Benkos Biohó son recuperadas en “La ceiba de la memoria”. Ya Zapata Olivella lo había hecho en Changó. ¿Qué particularidades y matices encuentra?
-Siempre me he sentido privilegiado, junto a muchos otros y otras, de haber estado en esa especie de taller de creación de “La ceiba de la memoria”. Las primeras líneas de la novela Roberto las leyó en una de las versiones del Seminario Internacional de Estudios del Caribe -que se organiza desde 1993 cada dos años en Cartagena-, y quienes estuvimos allí quedamos atentos a la edición de la obra.
Recuerdo perfectamente la pregunta de uno de los asistentes al Seminario sobre la verosimilitud de la cantidad de latigazos que podría resistir una persona y la respuesta de Roberto con su generosidad acostumbrada. Sin duda, sin “Changó, el gran putas”, de Manuel Zapata Olivella, no existiría “La ceiba de la memoria”, y Roberto, desde esa coincidencia maravillosa de que su primer relato, “La lechuza dijo el réquiem”, se publicara en Letras Nacionales -la revista que fundó Manuel en 1965-, mantuvo una relación de respeto y valoración de su obra.
Las particularidades de “La ceiba de la memoria” están en que, pese a la coincidencia de personajes con “Changó, el gran putas”, se desprende de la apuesta épica y epopéyica de esta última. Quizá habría que decir que hay una especie de épica más íntima, una épica de la intimidad que se refleja en algunos personajes, lo que también representa una apuesta política, pero diferente a la de Manuel.
“La ceiba de la memoria” tiene pasajes memorables, y hace poco la releí y me quedó dando vueltas en la cabeza este, que Roberto pone en boca del capitán Alekos Basilio Laska, porque es un reflejo de cómo se piensa el oficio de escritor mientras se escribe: “Cuando la tradición se escribe y queda estampada en la escritura ya pierde su poder de actuar en la vida desde las regiones desconocidas de su origen.
Allí, en la palabra escrita, adquiere una virtud distinta y su relación se limita a quien la lee. Nadie más ha visto al Holandés Errante, su barco hediondo, de velas hechas jirones y la tripulación tocada por la peste, desde que un navegante gallego, Don Álvaro Cunqueiro, relató́en un libro sus costumbres. Sin la letra escrita el sosiego no llega”.
¿Qué nuevas alturas alcanzó en su última novela y cuentos póstumos?
-El uso del lenguaje para la comprensión humana. A través del lenguaje, la poética del espacio y de los personajes, para desentrañar el Caribe, lugar donde estaban las obsesiones de su sensibilidad.
En “Señas particulares”, dijo que escribir era una manera de “fundar regiones de resistencia, refugios de humanidad donde se mantiene el fuego y se preserva la imaginación”. Eso hizo todo el tiempo, construir una bella trinchera desde el lenguaje para que sus personajes sobrellevaran los éxitos cotidianos, pero también las miserias de los trabajos y los días.
Lo vemos en Otilia de las Mercedes Escorzia, personaje principal de “Ver lo que veo”, su última novela, ganadora del Premio Nacional de Novela 2018, del Ministerio de Cultura. Una historia de los problemas más recientes de la convulsionada vida política nacional tratados desde esa domesticidad del poder que construía con su lenguaje y sus personajes.
Los años y los acontecimientos han rebosado la memoria de Otilia de recuerdos de errancia y dolor. Cuando empezaba a preparar su mente para las memorias futuras de un rancho y un barrio hecho con las sobras de la ciudad, asoma, otra vez, en este mundo ancho, la necesidad de quitarles “la angosta esquina de la puta tierra”, que la devuelven a los tiempos del despojo inicial.