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Cultural

La farsa de Troya: análisis de Troilo y Crésida de Shakespeare

El 23 de abril fue el aniversario de la muerte de William Shakespeare. Hoy lo recuerdo a través de una de sus obras más inusuales.

La farsa de Troya: análisis de Troilo y Crésida de Shakespeare

Troilo entrega a Crésida a Diomedes y los demás griegos, ilustración de Henry Courtney Selous.

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La historia de la guerra y el saqueo de Troya es uno de los referentes de la literatura de Occidente, fuente de inspiración para muchos poetas durante muchos siglos. La única vez que William Shakespeare decidió abordar esa mina de drama y conflictos fue para mofarse; el resultado fue Troilo y Crésida, la única de sus obras que adopta un tono satírico de principio a fin y que pareciera criticar duramente a la política de su tiempo en lugar de ensalzarla u ofrecer pequeños comentarios.

Fuentes para analizar Troilo y Crésida

Troilo y Crésida es una reelaboración de dos historias. La primera es la Ilíada de Homero, la historia de cómo Paris se llevó a Helena de los aposentos de Menelao, de cómo este exigió venganza a su hermano el rey y comandante Agamenón, de cómo los griegos invadieron Troya para recuperar a Helena y de cómo bien entrado el conflicto ocurrió que el más notable de sus guerreros, Aquiles, se negó a luchar, hasta que el príncipe troyano Héctor mató a su amigo y probable amante, Patroclo. Todas estas cosas ocurren por los designios de los dioses, que deciden quién gana y quién pierde. La Ilíada había sido traducida al inglés por autores como Arthur Hall (1581) y George Chapman (1598-1611).

La segunda historia no está en Homero, sino que es una adición medieval originada en el Roman de Troie (“Romance de Troya”, 1155-1160) de Benoît de Sainte-Maure. Trataba de un príncipe troyano, Troilo, de su amante, Briseida, y del tío de Briseida y alcahuete Pándaro. Luego de consumar su amor, Briseida es llevada al campamento griego por petición de su padre, Calcas, quien había desertado a los troyanos. Ahí, ella rompe sus votos y jura fidelidad al griego Diomedes. Troilo se entera y luego muere en batalla, logrando muchas bajas, pero sin poder vengarse de Diomedes. La tradición posterior cambió el nombre de la protagonista por “Crésida” al combinarla con otro personaje de la Ilíada, Criseida, que es lo que ocurre en Il Filostrato (circa.1335) de Giovanni Bocaccio y Troilus and Criseyde (década de 1380) de Geoffrey Chaucer.

Troilo, Crésida y Pándaro, ilustración de Fred Barnard.
Troilo, Crésida y Pándaro, ilustración de Fred Barnard.

La burla del bardo

La historia de la Ilíada era entendida a la vez como una tragedia y una hazaña gloriosa. La de los amantes troyanos, como una tragedia y un ejemplo excelso del amor cortés, del caballero sentimental que lucha para conseguir el amor de una dama o enaltecerla. Sus personajes cometían errores, pero al mismo tiempo representaban ideales a los que la sociedad medieval aspiraba. Más aún, eran parte de la historia “nacional” de Inglaterra, gracias a la leyenda de Bruto, supuesto nieto del troyano Eneas, en el Roman de Brut (1155, “Romance de Bruto”) de Geoffrey de Monmouth. Ahí, se contaba la historia de cómo él llega a las islas británicas y funda una “Nueva Troya” que vendría a identificarse con Londres.

Lo que hace Shakespeare en su propio drama, siglos después, se reduce a cinco palabras: no dejar títere con cabeza. En Troilo y Crésida, la Guerra de Troya aparece como una contienda absurda, cruel y libre de cualquier asomo de solemnidad, pues quienes la guían son seres ridículos que persiguen ideales sin sustento o los manipulan para su beneficio, llámese Agamenón, Menelao, Paris o Ulises. Lo que realmente los motiva es dar supuesta cuenta de su hombría en la batalla y en la cama, cueste lo que cueste y a costa de quien sea. No es casual que cuando Crésida es llevada al campamento de los griegos, lo primero que intentan hacer es besarla a la fuerza, ni tampoco que los príncipes troyanos decidan conservar a Helena argumentando que pelear por ella eleva su reputación (“ella es un emblema de honor y renombre, espuela de hazañas valerosas y grandiosas”, dice Troilo).

Los griegos acosan a Crésida, ilustración de Joseph Kenny Meadows]
Los griegos acosan a Crésida, ilustración de Joseph Kenny Meadows]

Helena es el centro de la contienda, se supone. En torno a ella se dicen muchas cosas; unos dicen que es solo una prostituta, otros la ensalzan como la única justificación que la guerra necesita (“debe ser hermosa si con su sangre la pintan así todos los días”, dice Troilo). En la Ilíada, era una figura compleja que detestaba estar en Troya por el sufrimiento que traía y no podía escapar por culpa de Afrodita. En la única escena de Troilo y Crésida donde aparece, es una persona insulsa, sin ningún interés aparente en el conflicto. En el mundo de Shakespeare no hay dioses que influyan a los mortales; griegos y troyanos se matan por ideales falsos, pretextos vacíos. A la hora de ir a la guerra, vale lo mismo una mujer que otra, sea la frívola Helena, la infortunada Crésida o la sensata Andrómaca, esposa de Héctor, quien prefiere un marido vivo a uno que organiza combates en su nombre, da más prioridad a su “honor” y solo parece regañarla o ignorar sus súplicas de quedarse en casa.

Otro personaje ilustrativo es Tersites. En la Ilíada, él se quejaba de la duración del conflicto y criticaba a Agamenón, pero luego era callado por Odiseo/Ulises; una sociedad guerrera no apreciaba a alguien así, lo llamaba cobarde. Shakespeare lo convierte en el único que intenta ver las cosas como son. Tersites insulta a todos sus compañeros, expone lo tontos que son y reniega de la contienda, aunque, de manera hipócrita, se regodea en el caos: “Toda la causa se reduce a un cornudo y una ramera, una buena escaramuza para enfrentar bandos rivales y sangrar hasta morir”, dice.

Tersites se ríe de Áyax, Aquiles y Patroclo, ilustración de Henry Courtney Selous.
Tersites se ríe de Áyax, Aquiles y Patroclo, ilustración de Henry Courtney Selous.

Héctor, tradicionalmente el más honorable y sensato de todos, tampoco se salva. Aunque se presenta como la voz de la razón y el más interesado en devolver a Helena (“hemos perdido decenas de los nuestros por una cosa que no es nuestra ni tiene valor para nosotros”), Paris y Troilo logran convencerlo de lo contrario al tentarlo con la citada posibilidad de acrecentar su fama si la guerra continúa, la misma motivación que mueve a Aquiles, que aquí es más díscolo y arrogante de lo usual.

¿Qué de los amantes epónimos? Troilo es un joven ingenuo, egoísta e ignorante de su propio hedonismo. Crésida es una muchacha casi tan desencantada como Tersites (“los hombres dan más valor a aquello que no han conseguido”) y parece tristemente resignada a ser un personaje que tiene las de perder. Pándaro, entre tanto, es un hombre jocoso, vulgar y uno de los pocos que sabe que todos están pensando realmente en sexo.

El final de ambas historias es intencionalmente anticlimático. Troilo mismo entrega a Crésida a los griegos, pero no hace nada por evitar esa suerte a pesar de sus muchas promesas y de que luego tiene la oportunidad de ver la conversación entre Crésida y Diomedes con sus propios ojos. En su lugar, sufre un colapso, se enfurruña y decide unirse a la guerra insensata que, recordemos, se está llevando a cabo por una situación similar a la suya.

Por el otro lado, Héctor vence a Aquiles y lo deja vivir, haciéndose el magnánimo. Acto seguido, mata a un guerrero indefenso cualquiera nada más para quedarse con su armadura. Justo después, Aquiles regresa con sus mirmidones, les ordena emboscar a Héctor y de paso se queda con el crédito, dando así origen al mito de su victoria. En ninguno de los dos casos hay lugar para la reflexión, la sinceridad o los ideales caballerescos, solo la codicia y la hipocresía.

Aquiles y sus mirmidones disponen del cadáver de Héctor, ilustración de John Gilbert.
Aquiles y sus mirmidones disponen del cadáver de Héctor, ilustración de John Gilbert.

¿Una obra filosófica?

Troilo y Crésida es un drama algo denso, quizás el más denso que hizo Shakespeare, tanto que algunos críticos, como William R. Elton, han propuesto la teoría de que no fue hecho para ser representado en los teatros públicos, sino para los doctos de los Inns of Courts, las asociaciones de abogados profesionales de Inglaterra y Gales. Sus chistes abarcan desde los estándares de la época de Shakespeare (enfermedades venéreas, insultos a los cornudos) hasta retórica más elaborada, como…

TROILO: Ah, que mi dama no espere tener miedo alguno. En el cortejo de Cupido no está presente ningún monstruo.

CRÉSIDA: ¿Ni nada monstruoso, tampoco?

TROILO: Únicamente nuestros trabajos cuando juramos llorar mares, vivir en el fuego, comer rocas, domar tigres, pensando que es más difícil para nuestra dama idear una imposición suficiente que para nosotros afrontar cualquier dificultad impuesta. Esta es la monstruosidad del amor, dama, que la voluntad es infinita y la ejecución circunscrita, que el deseo es incalculable y el acto un esclavo de los límites.

CRÉSIDA: Dicen que todos los amantes juran mejor desempeño del que son capaces y se reservan habilidades que nunca demuestran, prometiendo mayor perfección que diez y descargando menos de la décima parte de uno. Aquellos que vociferan como leones y actúan como las liebres, ¿acaso no son monstruos?

O bien…

TROILO: ¿Qué te ofende, dama?

CRÉSIDA: Mi propia compañía, señor.

TROILO: No puedes evitarte a ti misma.

CRÉSIDA: Déjeme y lo intento.

Lo que he relatado hasta el momento es solo la parte más sencilla de exponer, pues en el espacio que tengo es difícil dar cuenta de todos los debates que se dan dentro de la obra: sobre si las cosas tienen un valor intrínseco o si este depende de un agente externo, sobre el rol de la reputación a la hora de moldear el carácter de una persona, sobre el papel de las mujeres dentro de una sociedad dominada por la guerra, sobre el alcance del tiempo y el olvido, sobre la conducta y las promesas de los amantes, sobre el choque entre ideal y realidad, sobre los grados de interpretación de la realidad, sobre la veracidad y aplicabilidad de los mitos y valores que rigen una comunidad. A cada paso solo hay desilusión, burla y cinismo. Las grandes figuras del pasado son despojadas de su grandeza y los ideales que normalmente encarnan quedan expuestos como letra muerta.

Gran parte de la carrera teatral de Shakespeare se fundamentó en hacerle propaganda a una versión de la historia inglesa y legitimar la dinastía de los Tudor o el reinado de James I (especialmente en Ricardo III y Macbeth). Por eso, sorprende que dedicara una obra entera a atacar directa y sistemáticamente a la que durante mucho tiempo fue una de las piedras angulares del patriotismo inglés. No son muchas las veces que un autor así se decide diagnosticar a su sociedad y culpa a los que ostentan el poder, no los de abajo.

Si tuviera que hacer una comparación, diría que la obra que más se asemeja a Troilo y Crésida es Dr. Strangelove (1964), de Stanley Kubrick. En esa película, que transcurre durante la Guerra Fría, un general estadounidense desata una crisis nuclear porque en su paranoia concluye que los métodos modernos de purificación del agua son una conspiración rusa para hacer impotentes y estériles a los hombres de Estados Unidos. Los soldados y mandatarios de esa película se parecen mucho a los guerreros y reyes de Shakespeare, son igual de ridículos y están igual de obsesionados con una cierta idea de la hombría en la guerra a toda costa. No por nada, el dramaturgo George Bernard Shaw dijo alguna vez que en Troilo y Crésida, Shakespeare estaba “listo para dar comienzo al siglo XX, si tan solo el XVII se lo permitía”.

Coda

Los dejo con uno de mis pasajes favoritos de la obra y que ilustra bien el tipo de discusiones que maneja, un fragmento de la discusión entre los príncipes troyanos sobre el valor de Helena:

HÉCTOR: Hermano, ella no vale lo que cuesta conservarla.

TROILO: ¿Y qué valor tienen las cosas si no el que se les da?

HECTOR: Pero el valor no reside en la voluntad particular. La estimación y la valía yacen tanto en lo que algo tiene de precioso como en el que avalúa. Es loca idolatría hacer al ritual más grande que al dios y es enferma la voluntad que se aferra a lo que desea sin alguna evidencia del pretendido mérito.

TROILO: […] ¿Vale la pena conservarla? Pues ella es una perla cuyo precio hizo zarpar a más de mil naves y transformó a los reyes coronados en mercaderes. Si sostienen que fue sabio que Paris fuera -como deben hacer, porque todos dijeron “¡Ve, ve!”- si admites que trajo a casa un trofeo valioso -como deben hacer, porque todos aplaudieron con las manos y exclamaron “¡Invaluable!”- ¿por qué ahora reprochan los resultados de su propia sabiduría y hacen lo que la diosa Fortuna nunca cometió, devaluar así aquello que estimaron más precioso que el mar y la tierra? ¡Ah, cuán bajo hurto, hemos robado lo que tememos conservar!

Obras consultadas

• Shakespeare, William. (1602). Troilus and Cressida. New York: Penguin Random House.

• Dawson, Anthony B. (2002). [Reseña del libro Shakespeare’s “Troilus and Cressida” and the Inns of Court Revel, de William R. Elton] The Modern Language Review, 97 (2), 390-391. Modern Humanities Research Association.

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