El peregrino sacude sus sandalias y regresa a casa. Busca en sus bolsillos una pequeña brújula, luego de cruzar el desierto y el mar. Y la aguja pendulante apunta hacia la casa. Mario Vargas Llosa amaba el cuento del escritor norteamericano Wakefield de Nathaniel Hawthorne (1804-1864), sobre la singular aventura de un hombre que abandona su casa y se autodestierra durante veinte años. Es un marido que busca el pretexto de un viaje, deja a su mujer y a su familia, y alquila un lugar cercano para seguir espiando a los suyos, luego de vivir una feliz vida conyugal.
El cuento era de los predilectos de Borges, que lo incluyó en su Antología de Literatura Fantástica. Pero lo increíble es que la vida secreta de los escritores termine pareciéndose a las más raras ficciones. También a Vargas Llosa le encantaba emprender viajes, perderse un tiempo y regresar.
Lo que nadie imaginó es que se perdería ocho años de su casa, luego de medio siglo de matrimonio, celebrado al recibir el Premio Nobel de Literatura, en la que reconoce el papel decisivo de su esposa Patricia Llosa en su vida como escritor. ¿Que otro poder y otra gloria buscaba Vargas Llosa además de ganar el Nobel de Literatura y escribir extraordinarias novelas como: La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1965), Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La Fiesta del Chivo (1998), La guerra del fin del mundo (1981), entre otras. Además de la gloria literaria, recibió de manos del Rey Juan Carlos I el título de Marqués a Vargas Llosa. Lea también: Así fueron los últimos días de Mario Vargas Llosa
En junio de 2015 se convirtió a sus 79 años, en protagonista de su propia novela, al decidir irse a vivir con la modelo filipina Isabel Preysler, que contaba con 64 años. El germen de esa relación empezó en 1986, cuando Isabel entrevistó a Vargas Llosa, y se comprometió ese mismo año con Miguel Boyer. Al igual que en la ficción, en 1976, se fue de casa tras Sussy, una joven que había conocido, y aquello no solo desestabilizó su matrimonio sino que acabó para siempre con la amistad con su compadre García Márquez.
Sus libros que abarcan más de ochenta en todos los géneros: Cuentos, novelas, ensayos, teatro, columnas periodísticas, etc, revelan a un escritor con una disciplina excepcional que derrumbó el peligroso y desgastado mito del creador bohemio.

Vargas Llosa siempre fue un librepensador con grandes contradicciones políticas que lo llevaron a defender inicialmente la Revolución Cubana y luego, decepcionarse de los regímenes autoritarios, fueran de derecha o izquierda, y proclamarse liberal, socialdemócrata, defensor de las democracias en el mundo, pero cada vez girando hacia la extrema derecha. En enero de 2010, el escritor invitado por Hay Festival Cartagena, concedió entrevistas en el Hotel Santa Clara. Logré hacerle cinco preguntas a Vargas Llosa, diálogo que quedó grabado y filmado por las cámaras de la Universidad de Cartagena.
Dijo que el acto de escribir es siempre misterioso. ¿Algún personaje suyo se ha resistido al destino que usted le ha impuesto? Me dijo que sí, que no hay personajes pequeños en un cuento y una novela, y muchas veces un personaje en la penumbra, cobra un nuevo impulso y se impone contra la voluntad del escritor. Hay un sargentico que siempre se me aparece cuando menos lo espero, me dijo. Contó que con García Márquez había emprendido, por iniciativa del escritor colombiano, el proyecto fallido de escribir una novela sobre la guerra entre Perú y Colombia, cada uno desde la perspectiva de su país. El proyecto se desvaneció con el famoso puñetazo que sigue dando de qué hablar. Uno de los cuentos que más le impresionaron en su vida como lector fue “El puente sobre el río Búho” de Ambrose Bierce, “El infierno tan temido” de Juan Carlos Onetti, y “Wakefield” de Nathaniel Hawthorne. Lea también: El discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Nobel en 2010
Cuenta el escritor que sus ancestros vinieron en la primera oleada de españoles al Perú, encabezados por Pizarro, quien fundó Piura, y ascendiendo por los Andes, y la plaza de Cajamarca, dio un golpe de muerte a Tahuantinsuyo. Y entre los conquistadores de apellido Vargas, hubo uno que le vio el rostro a Atahualpa. Una de las pasiones del escritor era rastrear orígenes para sus novelas. La casa tan lejana y abandonada durante ocho años, volvió a tener el impacto apremiante para el escritor, urgido por la certeza de que más allá de la gloria, solo están los seres cercanos que siempre estuvieran junto a él, en los momentos más difíciles y en los días felices.
Los dos años en el internado del colegio militar Leoncio Prado, que gestaron su primera novela “La ciudad y los perros”, volvió a recorrerlo en su otro viaje a la semilla. Su padre deseó alejarlo de la literatura matriculándolo en un colegio militar, y aquello fortaleció su vocación, y conoció de cerca, “el microcosmos de la sociedad peruana”, los contrastes sociales y humanos, de blancos, negros, cholos, indios, chinos, etc. Cuando salió la novela las directivas del colegio quemaron mil ejemplares, señalándolo de “mente degenerada”. Y al regresar, las nuevas directivas le hicieron honores al Premio Nobel.
Ese recorrido por los escenarios de sus novelas fue como volver a los pasos perdidos. La Lima de su infancia y su juventud, volvió a resonar en el golpe del mar cerca a su ventana. Y la sutil neblina que envuelve la ciudad lo regresó a sus orígenes. Y a aquellas mañanas por el Malecón de Barranco viendo el mar plomizo, verde oscuro, espumoso. Lea también: Mario Vargas Llosa en Cartagena: el día que empujó la carreta literaria
Al empujar la puerta de regreso a casa, se sintió como el personaje del cuento que avanza en la penumbra de la casa, presintiendo que su mujer de toda la vida, Patricia, y sus tres hijos, lo esperaban. En el cuento de Ambrose Bierce, el protagonista va a ser ahorcado, mira la soga, y en un instante prodigioso se revienta y cae en el río. Le disparan, huye, nada hasta la otra orilla, y sale espantado buscando su casa, en donde la mujer supone que ya lo han matado. Se abraza a ella. Le da un beso apasionado. En ese instante, la soga se cierra y lo ahorca. Vargas Llosa reconoce que es un cuento perfecto. El deseo ocurre en la imaginación del condenado a muerte.
Ahora era él que regresaba
La brújula en su bolsillo había dejado de pendular. No había otra dirección que la de estar muy cerca de los viejos lomos de los libros, muy cerca de la neblina, el calor de los suyos, y aquella ventana cerca al mar. Bajo el cielo, el amor y la muerte, terminaron abrazándose.