La vida da vueltas hasta encontrar la almendra de la génesis. El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936 - Lima, 2025), había recorrido los últimos meses sus propios pasos, y sentía que su vida se apagaba como la luz de una vela frente al mar. Murió a sus 89 años, en el regazo apacible de su familia, junto a los suyos.
Vargas Llosa vivió las ficciones de la realidad en carne vida, conoció el delirio del amor, el poder y la gloria, disfrutó de los senderos del paraíso colindantes con la enigmática soledad que embiste a todos los mortales y encaró con dignidad, la inminente certeza de la más pura fragilidad de morir.
Nacido en marzo y fallecido en abril, como su compadre de Aracataca, Gabo. Vida en marzo, muerte en abril. El 6 de marzo de 1927, Gabo, fallecido el 17 de abril de 2014. Vargas Llosa, el 28 de marzo de 1936 y fallecido el 13 de abril de 2025. Los compadres mueren en Semana Santa. Vargas Llosa, el Domingo de Ramos. Gabo, el Jueves Santo. Vargas Llosa se despidió de las letras al publicar su novela ‘Le dedico mi silencio’ (Alfaguara, 2023), con la que completó 20 novelas, entre más de medio centenar de libros en diversos géneros, entre cuentos, ensayos, dramas, testimonios, etc. Lea: Así fueron los últimos días de Mario Vargas Llosa
Prometió escribir un ensayo último sobre el impacto que vivió al leer y conocer la obra de Jean Paul Sartre. Siempre dijo que deseaba morir escribiendo, después de más de 60 años de escritura sin tregua. Desde que escribió su primera novela ‘La ciudad y los perros’ (1963), Vargas Llosa, el único sobreviviente del mítico Boom Latinoamericano, fue el más prolífico de los Premios Nobel de Literatura. Lo ganó en 2010 y no cesó de escribir novelas, ensayos y columnas de opinión.
Hombre con vitalidad y memoria prodigiosa, siempre consideró que leer y escribir habían sido sus dos placeres supremos. A través de la lectura viajó a mundos insospechados y conoció la perplejidad de los universos culturales entre Oriente y Occidente, pero también conoció las formas de pensar, sentir y resolver las encrucijadas, la humanidad, entre guerras, pestes, intolerancias políticas, fundamentalismos religiosos y políticos, germen propicio de todas las violencias. Vargas Llosa dijo muchas veces que a través de la lectura y la escritura pudo vivir incontables vidas paralelas en el tiempo. Se opuso a todas las formas de autoritarismo tanto de la derecha como de la izquierda, y defendió la socialdemocracia. Vargas Llosa ganó la eternidad en las letras del universo, con novelas como ‘La ciudad y los perros’, ‘La casa verde’, ‘Conversación en la catedral’, ‘La guerra del fin del mundo’, ‘La fiesta del chivo’, para citar algunas de ellas. Tenía una disciplina endemoniada, poseído por la magia y el embrujo de contar historias. Lea: El discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Nobel en 2010
El encuentro fallido entre Gabo y Mario Vargas Llosa
Vargas Llosa vino siete veces a Cartagena de Indias. En los años 70 vino a visitar a la familia de García Márquez, para la culminación de su ensayo ‘Historia de un deicidio’ (1971) sobre ‘Cien años de soledad’. El 3 de mayo de 1997 presentó su novela ‘Los cuadernos de Rigoberto’. Intervino en febrero de 2004 en el Foro Iberoamericano.
El 29 de enero de 2010 participó en Hay Festival de Cartagena, año en que le concedieron el Premio Nobel de Literatura. Ese enero, Daniel Mordzinski hizo las mejores fotografías de García Márquez sentado al borde de su cama, mirando un impreciso horizonte en la habitación. Y también captó a Vargas Llosa escribiendo en la cama. Todo el mundo deseaba que se reconciliarían los compadres.
Estaban tan cerca y tan distantes. Vargas Llosa, alojado en el antiguo Convento de las Clarisas, en el Hotel Santa Clara, y Gabriel García Márquez, al frente, en su casa que mira a la muralla y el mar. Estuvieron tan cerca que algunos de los escritores del mundo guardaban la ilusión de que entre esos dos grandes escritores existiera la posibilidad de una reconciliación. Ese abrazo fue imaginado por algunos de los asistentes de Hay Festival: “Lo que falta aquí para que todo sea maravilloso es que Vargas Llosa se abrace con García Márquez”. Vargas Llosa rehuía a revelar el secreto, y se escabullía diciendo que había “un pacto de caballeros” para llevarse el secreto a la tumba. Lea: Así terminó la amistad de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez
Vargas Llosa fue criado por sus abuelos al igual que Gabo, hasta sus 10 años creyó que su padre no existía, y cuando empezó a vivir con él, enfrentó con rebeldía su autoridad. Sólo así se comprenden prodigios novelescos como ‘La ciudad y los perros’, el joven enfrentado a la institución militar en el Colegio Leoncio Prado, y más tarde, esa novela proverbial sobre el dictador Leonidas Trujillo: ‘La fiesta del chivo’. La amistad profunda y entrañable entre los dos escritores que se conocieron personalmente en el verano de 1967, no cesó hasta aquel año bisiesto y torcido de 1976. Pero los dos tuvieron desde el 11 de enero de 1966, un cruce intenso de cartas en las que se evidencia el infinito afecto, la complicidad creadora y la hermandad entre compadres.
Gabo le bautizó a Vargas Llosa su segundo hijo Gonzalo, que lleva en homenaje a esa hermandad el nombre triple de Gabriel Rodrigo Gonzalo Vargas Llosa, es decir, los nombres aunados de García Márquez y sus dos hijos. El primer ensayo literario de Vargas Llosa: ‘García Márquez: historia de un deicidio’, publicado en 1971, sigue siendo el ensayo más profundo, revelador e imprescindible de los orígenes de la obra de García Márquez.
Los dos soñaron en los 60 escribir a cuatro manos una novela sobre la guerra entre Colombia y Perú. Gabo le decía en una de sus cartas que tenía 2 mil anécdotas sobre esa guerra y le pedía a Vargas Llosa que averiguara otras en su país, para armar una novela delirante sobre la historia de los dos países. El proyecto quedó suspendido. Vargas Llosa regresó a Cartagena en 2013 y 2023. Algo del niño palpitaba en ese patriarca memorioso y agudo, en su casa frente al mar, cuando al acariciar los lomos de sus libros, se detenía a ver su enorme colección de hipopótamos en miniatura. O cuando hasta hace poco, deslizaba sus manos escribiendo en tinta verde sobre cuadernos escolares.