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Cultural

Cordyceps: el hongo que podría evolucionar y “convertir a humanos en zombies”

En un mundo donde el miedo y la supervivencia dictan quién merece vivir, la verdadera amenaza podría no ser un hongo, sino la facilidad con la que dejamos de ver al otro como humano.

Cordyceps: el hongo que podría evolucionar y “convertir a humanos en zombies”

Imagen para ilustrar hongo Cordyceps. // tomada de internet

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El Cordyceps, un hongo famoso por ‘zombificar’ insectos, despierta temores sobre si podría hacer lo mismo con los humanos. Según David Hughes, experto en parasitología de la Universidad Estatal de Pensilvania, hay una posibilidad teórica de que, en millones de años, el Cordyceps evolucione con el calentamiento global para afectar a organismos más grandes”, leí en plena pandemia.

Esa misma mañana me puse los tenis para visitar a Julio, me avisó que su primo el barranquillero (que vivía en Estados Unidos y se regresó por el Covid), le regaló 14 videojuegos que ya no usaba porque había superado todos los niveles. Decidimos poner en la PlayStation ‘The Last of Us’. Estábamos confinados, así que había tiempo de sobra para desvelarse y cuadricular los ojos.

El juego era la aventura distópica de Joel y Ellie, dos supervivientes que atravesaron Estados Unidos devastados por la infección de un hongo que había proliferado al interior de los seres humanos y provocado el fin del mundo. Quedé perplejo, porque este hongo también se llama Cordyceps. A quienes se contagiaron en el juego se les llamaba “infectados”, y su aspecto era tan espeluznante como el de las tarántulas contagiadas que vi en aquel artículo científico; transgredidas, intocables, difíciles de mirar.

Hongo Cordyceps en insectos. // tomada de internet
Hongo Cordyceps en insectos. // tomada de internet
Hongo Cordyceps en insectos. // tomada de internet
Hongo Cordyceps en insectos. // tomada de internet
Hongo Cordyceps en insectos. // tomada de internet
Hongo Cordyceps en insectos. // tomada de internet

Dentro del juego observamos una noche texana. La cámara seguía a una niña de rostro dulce dentro de su casa. Pero de repente la serenidad se quebró. Explosiones distantes icendiaban el cielo, mientras unos helicópteros surcaban la ciudad. Al bajar las escaleras, la niña encontró a su papá sosteniendo un revólver con las manos temblorosas. Los vidrios vibraban, y al mirar por la ventana, el fuego devoraba las casas vecinas. Lea: ¿Por qué los padres deben mirar la serie ‘Adolescencia’ con sus hijos?

Calles ennegrecidas, autos chocados, humo espeso que se paseaba por las esquinas. La niña y su padre escapaban en camioneta mientras la ciudad colapsaba: personas corrían desesperadas, y los infectados de la epidemia atacaban sin piedad. Las luces intermitentes de patrullas apenas iluminaban la tragedia.

“¿Qué se supone que debemos hacer?”, le pregunté a Julio, ingenuo ante la odisea que nos esperaba. “Tienes que darle tiros a los infectados, pégaselo duro en la cabeza. Te mueves con la palanca, con L2 le apuntas y hundes R1 para dispararle”, me ordenó. No supe qué decirle, sólo moví la palanca y me escondí por los rincones.

Infectados en The Last Of Us. // tomada del juego
Infectados en The Last Of Us. // tomada del juego

En este escenario no había imperativo categórico, el caos se apoderó del mundo imposibilitando tener en cuenta los derechos humanos. Encajaba con el concepto de “precariedad” de Judith Butler; la capacidad de hacer y recibir daño, la vulnerabilidad que nos pone en otro lugar, ¿debía presionar R1 y matar antes de que me mataran?, ¿si presionaba R1 qué pasaría con esa vida?, ¿era una vida o sólo un cuerpo colonizado por el hongo?, ¿qué persona fue antes de que se infectara?, ¿un niño, un anciano o un delincuente?, ¿una vida que ya no tenía valor suficiente como para llorar su muerte?

Los infectados eran vistos como un “otro” radicalmente peligroso, así como en la historia, las sociedades han deshumanizado a enfermos de Lepra, Tuberculosis, Sida o Covid. En otras palabras, ¿se tiene más condescendencia con una persona que tiene cáncer que con alguien que se contagió de Sida debido a un sesgo moral, o no pueden entrar estas dos enfermedades en la misma cesta? Para mi era complicada la respuesta, y al mismo tiempo observaba los desplazamientos de Julio en el juego, alejándose del modelo de civilización al que estamos acostumbrados, para estructurar una nueva forma cosmopolita.

En “Vida Precaria” Butler menciona que ciertos grupos son considerados más prescindibles que otros y que la precariedad no es solo económica, también ontológica: algunos sujetos son vistos como más “matables” que otros. Este juego claramente me ponía en una decisión conflictiva. Dejé que Julio tomara el control, no soporté la presión y me limité a verlo jugar.

“¿Si eres capaz de disparar?”, le confronté. “Ya he matado a muchos, no seas maricón, son zombis”, me respondió sin mirarme a la cara, estaba inmerso en la pantalla persiguiendo a un infectado. Segundos después, la escena más devastadora ocurría al borde del bosque. En un giro cruel, un soldado le disparó a la niña, y su tío gritaba de dolor, encharcado de sangre. La mataron por miedo a que contagiara.

En el juego, los recursos (alimentos, armas, medicinas) son la nueva moneda de poder, y controlarlos es un asunto de supervivencia y dominio político.

Para Giorgio Agamben en su texto del ‘Homo Sacer’, en sociedades modernas como la nuestra existe un vínculo entre el poder soberano y la capacidad de reducir a ciertas personas a una “vida desnuda” (nuda vida), es decir, una existencia biológica carente de derechos políticos. Por otra parte, Susan Sontag diría que hay crudeza en esto, y que las enfermedades han sido históricamente utilizadas como metáforas culturales. La enfermedad como castigo o purga de la sociedad aparecía implícitamente en la narrativa, haciendo énfasis en cómo el colapso de una civilización se debía a un “error de la naturaleza”, y que convertía a los humanos en plaga. Lea: La historia de los tres enamorados del cine en Cartagena

Imagen para ilustrar la peste.
Imagen para ilustrar la peste.

Antes de considerar desenchufar la consola de Julio, me di una última oportunidad y le pedí el control. Inspeccioné el lugar, un edificio abandonado, y tras subir y bajar dos veces por el mismo piso, me encontré con una criatura infectada. Desconocía si era hombre o mujer, el hongo se había apoderado de su cara, era como una planta antropomorfa, de mirada agresiva y dentadura podrida. Me acerqué para intentar descubrir quién había sido antes del contagio. Pero el control vibró y todo acabó en un game over.

Maquillaje de los Infectados para la serie The Last Of Us. // tomada de X
Maquillaje de los Infectados para la serie The Last Of Us. // tomada de X

Después de eso Julio no volvió a invitarme a jugar durante la pandemia. Regresé a mi casa observando la troncal desértica. Me advirtieron que la policía se llevaba a quienes no acataran el toque de queda. Pensé en la vida precaria que me había matado en el juego, en lo difícil que podía ser habitar su cuerpo ¿así se sentiría vivir desde la pobreza, la indigencia o la enfermedad?, ¿le amarían desde esa piel?

Al llegar a mi casa encendí el televisor. Las noticias seguían mostrando cifras, cuerpos en camillas, fosas comunes.

David Hughes dijo que el Cordyceps podría evolucionar para infectarnos. Pero, ¿y si la verdadera infección no es el hongo, sino la forma en que aprendemos a deshumanizar al otro? Quizás el fin del mundo no llegue con esporas en el aire, sino con la facilidad con la que presionamos R1, sin preguntarnos a quién eliminamos.

The Last of Us tiene una serie en Max, y está por estrenar su segunda temporada.

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