Hay artistas que exploran el mundo exterior, buscando en paisajes y rostros ajenos la materia prima de su obra. Y hay otros que, como Catalina Martínez, se sumergen en los pasillos de la mente humana, en los rincones oscuros del inconsciente, en esas habitaciones cerradas donde residen las emociones que no siempre queremos enfrentar.
Con apenas 22 años, esta cartagenera ha logrado que su serie de pinturas ‘La Casa Imaginaria’ sea seleccionada para una exposición en la galería Arcot de Tokio (Japón), un hito que la toma por sorpresa, pero que sin duda es solo el inicio de una travesía artística fascinante.
“Yo siempre he sido una persona creativa”, dice Catalina, recordando su infancia. Desde pequeña, su madre notó su inclinación por el dibujo y la animó a explorar las artes. Su primer amor fue el anime y el manga, pero su curiosidad la llevó a transitar por distintos caminos: el maquillaje y los efectos especiales fueron una de sus pasiones en la adolescencia, una forma de arte que exploró con dedicación. Sin embargo, algo dentro de ella le pedía más, un medio donde pudiera plasmar todo aquello que sentía y percibía del mundo. Fue así como la pintura terminó convirtiéndose en su hogar.
Ese hogar es precisamente el tema central de La Casa Imaginaria, su colección de obras que ahora viajará a Japón. Catalina explica que la casa es un símbolo ambivalente: por un lado, es refugio y seguridad; por otro, es también el espacio donde enfrentamos nuestras sombras, donde lidiamos con nuestros pensamientos más profundos, donde la realidad y la imaginación se funden en una sola habitación. “Es un lugar donde estamos en nuestra forma más pura, sin la percepción de otros”, reflexiona. Pero al mismo tiempo, ese entorno seguro puede volverse claustrofóbico, puede ser el escenario de batallas internas y de distorsiones de la propia identidad.



Sus influencias artísticas reflejan este interés por la complejidad de la mente humana. Ruprecht Von Kaufmann y Neo Rauch, dos artistas alemanes contemporáneos, la han inspirado con su uso del color y la composición, con la manera en que crean escenas oníricas que parecen recuerdos a punto de desvanecerse. Pero es Francis Bacon quien la ha marcado más profundamente. “Me impacta la forma en que deforma los cuerpos y explora la parte violenta del ser humano”, cuenta. Ese lenguaje visual también está presente en su obra: figuras que parecen diluirse, colores que evocan misterio, composiciones que generan una sensación de inquietud.
En sus pinturas abundan los contrastes: púrpuras intensos, azules vibrantes y pequeños trazos rojos; el amarillo es clave también. “El amarillo es un color alegre, pero también es alarmante”, explica. Uno de los elementos recurrentes en su serie son los peces, que aparecen flotando en escenarios inesperados. “Tienen un doble significado: por un lado, refuerzan la absurda manera en que nuestro inconsciente asocia ideas. Por otro, representan la interconectividad de la mente humana, los cuartos que se abren mientras nadamos dentro de nosotros mismos”, explica.
Cuando Catalina habla de su trabajo, lo hace con una mezcla de asombro y humildad. Aunque reconoce que exponer en Tokio es un gran logro, mantiene los pies en la tierra. “Jamás imaginé que algo así me pasara tan temprano en mi carrera”, confiesa. Su meta es seguir pintando, seguir explorando la psique, seguir generando reflexiones a través del arte. “No tengo expectativas irreales, pero sí espero que esto abra puertas”, cuenta.

Para ella, el arte es una herramienta de conexión, una forma de hacer visible lo invisible. “Siempre me ha fascinado la condición humana”, dice. “El arte no es solo ver imágenes bonitas, es una manera de hacer a la gente más sensible a lo que nos rodea, de hacernos cuestionar lo que creemos conocer”. Por eso, tiene un mensaje para su ciudad natal: “Cartagena tiene artistas maravillosos. Apoyemos el arte local, prestemos atención a quienes están creando. Somos muchos los que tenemos historias que contar”.
El 26 de marzo, La Casa Imaginaria tendrá también su propia exposición en Cartagena, en la Casa Moraima. Luego, las pinturas cruzarán el océano para habitar temporalmente una galería en Tokio a partir del 25 de febrero. Pero sin importar dónde estén, las puertas de esa casa seguirán abiertas para quien quiera entrar y descubrirse a sí mismo en sus habitaciones.