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Cultural

Anatomía de una rareza y dos amantes dessincronizados

Reflexión sobre la rareza, la marginalidad y la resignificación del lenguaje, entrelazada con una reseña de la película Queer de Luca Guadagnino y dos escritos de corte poético y narrativo.

Anatomía de una rareza  y dos amantes dessincronizados

Queer, película 2024. // tomada de internet

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¿Qué es una cosa rara? ¿Se le diría “cosa” a algo que es raro? ¿Qué tendría que hacer alguien para que se le relacione con lo raro? ¿Cuántas veces debe repetirse “raro” para que se naturalice?

En América Latina hay varios ejemplos de ofensas con una connotación similar; “maricón”, adjetivo aumentativo de “marica”, que pretende darle un peso ordinario. También se escucha la aporofóbica, despectiva y despiadada palabra “veneca”, que además de xenofóbica es aporofóbica, porque gran parte del ataque va directo a la pobreza del migrante, que muchas veces es tan latino como quien le agrede.

Hay quienes convierten el ridículo de la ofensa en vigor, eso pasó con la evolución de una palabra que proviene del inglés: queer. Etimológicamente expresa el concepto de “perturbar”. Se apoya en la noción de desestabilizar normas que están aparentemente fijas. El adjetivo queer significó durante los 60 “raro”, “torcido”, “extraño”, era el insulto de cabecera para un homosexual.

A partir de los 80 y 90 fue resignificada por activistas y académicos para describir a personas que no encajan en las categorías tradicionales. Hoy queer abarca a personas diversas, más allá de “hombre” y “mujer” o de “heterosexual” y “homosexual”.

“Queer” es el título de la nueva película de Luca Guadagnino, estrenada en el 81º Festival Internacional de Cine de Venecia el 3 de septiembre de 2024. Basada en la novela de 1985 de William S. Burroughs, y ambientada en la Ciudad de México de 1950, la cinta sigue a un inmigrante estadounidense marginado (Lee) que se enamora de un hombre más joven (Eugene Allerton), una fijación que no es del todo recíproca. Lo que sigue es un viaje a la selva ecuatoriana, donde ambos buscan una planta supuestamente capaz de inducir la telepatía y utilizada en la preparación de la ayahuasca. Lea también: 1985: la protesta de 7 mil campesinos que llegaron a pie hasta Cartagena

Póster de la película ‘Queer’. // tomada de internet
Póster de la película ‘Queer’. // tomada de internet

A continuación, dos escritos de corte poético y narrativo sobre eso que no se dijeron los protagonistas, pero que logré abstraer de sus silencios tras disfrutar la experiencia de una cinta que se siente como una explosión de metáforas.

El Torso de mármol de Gaddi expuesto en la Sala de Esculturas Clásicas. Es una escultura helenística del siglo II a. C. // tomada de internet
El Torso de mármol de Gaddi expuesto en la Sala de Esculturas Clásicas. Es una escultura helenística del siglo II a. C. // tomada de internet
Rostro de Apolo en mármol. // tomada de internet
Rostro de Apolo en mármol. // tomada de internet

Eugene Allerton y el señor que lo mira

Hay un señor que me mira. Una vez, mientras jugaba barajas con una amiga en el bar de la esquina lo vi acercarse. Pidió una tanda de tequilas en la barra y acabó uno tras otro. Estaba desaforado. Pasaron horas y nadie lo saludó. Me dio pena ajena y le invité a sentarse nuestra mesa.

Nos dijo que se llamaba Lee, pero luego su respuesta monosílaba se proliferó, y hablaba sin riendas, como quien tiene tiempo sin ser escuchado. Sus movimientos eran histriónicos, desmesurados. Quise culpar de tal comportamiento al tequila, pero la impertinencia de sus comentarios lo hacían injustificable; desde chistes que no daban risa hasta confesiones que nadie le había pedido.

El señor Lee vive en un bonito apartamento sin nadie con quien compartirlo. No tiene esposa, tampoco hijos. Me enteré que pagaba para que tuvieran sexo con él, que su privilegio de blanco americano lo hacía exquisito entre mexicanos hambrientos.

Una noche, tomando en su apartamento me tocó el cabello y me miró los labios, también inspeccionó mi cara como un biólogo analiza a detalle un microorganismo. Palpaba cada pedazo de mi rostro como hipnotizado por un caleidoscopio. Olía mi pelo, y mi piel, como un labrador entrenado. Lea también: Cartageneros en Polonia: ¿mejor futuro o esclavitud moderna?

Me agrada el señor Lee, pero le pondré distancia porque detesto que me toquen sin pedir permiso, además, no soy un homosexual, tampoco quiero pasar mis últimos años solo. Me molesta que hable de sus años dorados, habla demasiado todo el tiempo sobre cosas que nadie le pregunta.

Sin embargo, he de admitir que casi siempre me siento incomprendido, y él me dijo que también le inventan colores a los días de la semana, y aromas a las piezas del abecedario; pocos podrían entender así mi habilidad para imaginar cosas.

Estatua: Jano de dos caras. // tomada de X
Estatua: Jano de dos caras. // tomada de X
Retrato de Julio César en mármol. // tomada de internet
Retrato de Julio César en mármol. // tomada de internet

El señor Lee y la ayahuasca

Hay algo sensual en las estatuas; corpulentas, pero intocables, como las del periodo clásico romano, como él.

Un cuerpo joven bañándose en el río, y yo soy Kaváfis admirando esa belleza que no volverá.

Lo deseo tanto como el anhelo de volver a ser como él, para estar con él.

Lo deseo tanto, que quiero absorberlo.

Penetrar su piel hasta esconderme en su corazón y vomitar el mío.

Deseo habitarlo como la coral instalándose en su nuevo cascarón. Retorcerme y entrar por sus costillas en una danza de cuerpos desnudos.

Embotellar el tiempo en un cubo de hielo.

Pero ¿cómo hacerlo?, si él es incorpóreo.

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