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“Un hombre justo”: vida y tiempos de Juan el Bautista

La figura de este predicador judío del siglo I d.C. ha sido importante para muchas de las religiones del Levante.

“Un hombre justo”: vida y tiempos de Juan el Bautista

Juan el Bautista y los Fariseos, de James Tissot.

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Hasta donde nos consta, Juan el Bautista existió. Al igual que Jesús, fue uno de los muchos líderes religiosos judíos cuyas enseñanzas y carisma lo hicieron destacar entre los predicadores que vivieron en Judea (actual Israel y Palestina) durante el siglo I d.C. De su ministerio nos han llegado principalmente dos versiones: una más probable, narrada por el historiador judeo-romano Flavio Josefo, y otra más conocida, narrada en los evangelios del Nuevo Testamento. ¿Quién fue exactamente? Para comprender su papel y gran acogida, es necesario entender en qué contexto surgió y qué tipo de creencias profesaba. Y para eso hay que comenzar con el hecho de que era judío.

¿Quiénes eran, y son, los judíos?

Los judíos son un grupo etnorreligioso de origen semita que originalmente habitaba la zona del Levante, junto con otros grupos semitas como los samaritanos y los arameos. Religiosamente, los une el hecho de que viven en un pacto con Dios/Yahvé/Jehová/Hashem/Adonai (entre muchos otros nombres), tienen el Tanaj como libro principal (lo que los cristianos llaman “Antiguo Testamento”) y observan varios ritos (como el Bar Mitzvá) y días sagrados (Sabat, Pésaj, Rosh Hashaná, Yom Kippur, entre otros).

En el siglo I d.C., como hoy, había varias sectas de judíos que diferían tanto por su interpretación de las sagradas escrituras como por sus estilos de vida e intereses políticos: los saduceos, los fariseos, los esenios y los zelotes, entre otros. Antes de convertirse en una religión aparte, el cristianismo empezó siendo una secta judía de carácter mesiánico que tenía al predicador Jesús (“Yeshua” en hebreo) como figura central. Entretanto, Juan (“Yohannan”) tenía sus propios seguidores. Lea también: Un alma por una voz: “La sirenita” (1837), de Hans Christian Andersen y otras historias de seres acuáticos

Los judíos vivían en conflicto con varios de sus vecinos, como los samaritanos y los filisteos. Eventualmente, las guerras y la persecución por parte de diversos imperios los dispersaron por el mundo.

Los romanos exhiben los despojos del Segundo Templo. Detalle del Arco Triunfal de Tito.
Los romanos exhiben los despojos del Segundo Templo. Detalle del Arco Triunfal de Tito.

La situación política de Judea en tiempos de Juan

En el siglo I d.C., Judea era una colonia romana. Los monarcas anteriores a dicha situación, los Asmoneos, habían gobernado el territorio con independencia entre el 110 a.C. y el 63 a.C., luego de que las revueltas de los hermanos Macabeos (167 a.C. – 140 a.C.) pusieran fin a cuatro siglos de dominación por parte de imperios extranjeros, como el Babilonio y el Seléucida.

Sin embargo, una guerra civil (67 a.C. – 63 a.C.) estalló entre dos pretendientes al trono asmoneo: Hircano II y Aristóbulo II. Los partidarios de Hircano II acudieron a la ayuda de la República Romana para reinstaurarlo, específicamente a la ayuda de Pompeyo. El general accedió y tomó Jerusalén (63 a.C.), pero como tener control de ese reino era beneficioso para Roma, puesto que era el paso por tierra más rápido hacia Egipto, Pompeyo se encargó de asegurar el control de la zona y Judea comenzó a pagar tributos. Lea también: México triste: El llano en llamas de Juan Rulfo

Más tarde, el triunviro Marco Antonio ejecutó a Antígono II (37 a.C.), el último rey asmoneo, e instauró a un “rey cliente” (de papel) de origen judío, pero favorable a Roma: Herodes el Grande, impulsor de la ampliación del Segundo Templo de Jerusalén, que fuera el recinto más sagrado del judaísmo. Hoy día, Herodes es más recordado como el supuesto autor de la masacre de los inocentes en el “Evangelio según Mateo”.

Para la muerte de Herodes (c. 4 a.C.), Roma ya se había convertido en un imperio (27 a.C.) dirigido por Augusto César. Bajo su permiso, Herodes repartió el territorio de Judea entre sus hijos: Herodes Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Filipo II. Luego, Augusto depuso a Herodes Arquelao (6 a.C.) y colocó a un prefecto, convirtiendo los territorios que aquel gobernara en una provincia imperial, incluyendo a la ciudad sagrada de los judíos: Jerusalén.

Los judíos estaban cansados de tener que aguantar a otro invasor, especialmente uno que recelaba de su monoteísmo y su apego a su religión, obstáculo importante para los romanos a la hora de imponer su cultura. Unos, como los fariseos y los saduceos, que pertenecían a la clase sacerdotal, asumían una postura más “tibia” y mantenían la cabeza agachada frente a Roma; otros, como los zelotes y su facción más radical, los sicarios, buscaban conformar un estado-nación libre. Muchos se unieron a figuras que afirmaban ser profetas o mesías liberadores y fueron masacrados por los romanos. Lea también: Encuentran fragmento de un Evangelio de hace 1.750 años en el Vaticano

Una larga serie de rebeliones se sucedió a lo largo del siglo I d.C. Todo culminó en la Primera Guerra Judeo-Romana (66 d.C. – 70 d.C.), que terminó con la toma y saqueo de Jerusalén, así como la destrucción del Segundo Templo (70 d.C.), un momento traumático y clave para el desarrollo del judaísmo y de todos los grupos asociados a él.

Flavio Josefo, interpretación de William Whiston.
Flavio Josefo, interpretación de William Whiston.

¿Entonces, quién fue Juan el Bautista?: el relato de Flavio Josefo

Uno de los sobrevivientes del saqueo de Jerusalén fue el fariseo Yosef ben Mattityahu (c. 37 – c. 100 d.C.), esclavizado, perdonado y liberado por el emperador Vespasiano. Yosef se convirtió en intérprete e historiador y asumió el nombre por el que mejor lo conocemos hoy día: Titus Flavius Josephus o Tito Flavio Josefo en español. Es principalmente por él que tenemos una idea de qué ocurrió durante los años previos a la conquista de Jerusalén y la destrucción del Segundo Templo, hechos que relata en sus obras más importantes: La Guerra de los Judíos (c. 75 d.C.) y Antigüedades Judías (c. 94 d.C.).

En el libro XVIII de las Antigüedades está el testimonio más verídico que tenemos de la existencia de Juan el Bautista. De acuerdo con Josefo, Juan fue “un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo”. Lea también: Lealtad, moral, ética, ego

A diferencia del Bautismo que conocemos hoy día, el que Juan dispensaba no se aplicaba a los niños y no era para iniciarse en la religión, sino para “purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud”; en otras palabras, era un ritual de preparación física que completaba y confirmaba un proceso de preparación espiritual. Juan gozaba de gran popularidad y “hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar”.

Juan bautizando, interpretación de Good News Productions.
Juan bautizando, interpretación de Good News Productions.

El investigador Gary Goldberg señala que Juan y su modo de pensar reciben un tratamiento relativamente favorable y extenso por parte de Flavio Josefo, a diferencia de lo que ocurre con otros predicadores de la época, que en general eran más hostiles a la autoridad romana. Según esto, el Juan que existió no habría hecho nada que contraviniera directamente a los romanos, más allá de ser una figura prominente para grupo que ellos querían controlar.

Goldberg también afirma que es posible que Juan perteneciera a la secta de los esenios, ya que la descripción que Josefo hace de ellos en La Guerra de los Judíos se asemeja a la que da del predicador. Los esenios eran más de 4 mil “hombres muy virtuosos” con gran “apego a la justicia” que se purificaban “lavando con agua fría sus cuerpos”. Eran un grupo ascético y místico que proponía el celibato, rechazaba la esclavitud, no poseía moneda, compartía los bienes comunalmente, propendía por la caridad, practicaba la agricultura y se dedicaba intensamente al estudio de las sagradas escrituras.

Es probable también que ellos fueran los autores de los llamados Manuscritos del Mar Muerto, una serie de textos judaicos de carácter místico, cuyas ideas (que incluyen la llegada del Hijo de Dios y el énfasis en el Espíritu Santo) prefiguran mucho de lo que sería el cristianismo luego de la destrucción del Segundo Templo. Aunque Josefo no menciona una conexión directa entre los dos, el contenido teológico de los Manuscritos del Mar Muerto y de los evangelios hace pensar que Jesús habría pertenecido a los mismos círculos de Juan en un principio.

Muerte y legado de Juan el Bautista

La popularidad de Juan llamó la atención de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea (4 a.C. – 39 d.C.). Temeroso de que el predicador “indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos”, Antipas decidió encarcelarlo en la fortaleza de la ciudad de Maquero y luego ejecutarlo (c. 30 d.C.). Lea también: Siempre hay que resucitar

Paralelamente, Herodes Antipas se había casado con Herodías (la esposa de su medio hermano Herodes II) y repudiado a su primera esposa, Phasaelis, la hija de Aretas IV, rey del territorio vecino de Nabatea. El escándalo fue el pretexto perfecto para que Aretas se enfrentara a Antipas, cuyo ejército fue completamente derrotado. Relata Josefo en las Antigüedades Judías que “algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan”.

La influencia del predicador no murió con él. El cristianismo lo considera un profeta importante y el precursor de Jesús: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”, repite siempre el Juan de los evangelios. Era tan fuerte la asociación entre los dos profetas que algunos judíos creían que Jesús era Juan resucitado (“Algunos dicen que eres Juan el Bautista”, le dicen a Jesús en “Marcos y “Lucas”) y el “Evangelio según Lucas” en particular llega al extremo de hacerlos familia, pues la madre de Juan, Isabel, aparece como “pariente” de María.

Juan también es un profeta importante para el islam, al punto de que la Gran Mezquita de Damasco afirma ser el lugar donde reside su cabeza. De él se dice en la Azora XIX del Corán que Dios le dio sabiduría, piedad y pureza “en su niñez”, que fue “bueno con sus padres”, ni “violento ni desobediente” y que algún día “será devuelto a la vida”.

Aún hoy queda una religión que considera a Juan el Bautista como su profeta central: el mandeísmo. Uno de sus textos fundacionales, el Haran Gawaita, relata que sus miembros descienden de los seguidores de Juan que escaparon al saqueo de Jerusalén. Para esta religión, Juan es el profeta de la verdad y la luz, el último que conservó las enseñanzas sobre Dios y el mundo que fueron transmitidas desde Adán.

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