Uno podría comprender el largo sendero que ha vivido el corazón humano en estos últimos cien años en el mundo sumergiéndose en las cartas de amor de Kahlil Gibrán a Mary Haskell, la vida conyugal de Virginia Woolf y Leonard Woolf, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Frida Kahlo y Diego Rivera. Hay en ellos, señales que desnudan el tiempo íntimo de la humanidad. Pero hoy solo me referiré a Gibrán y Mary Haskell. Entre esas más de seiscientas cartas que escribió Kahlil Gibrán (1883-1931) a Mary Haskell (1873-1964), de 1908 a 1924, durante veintiséis años, hallo señales de época que revelan las tensiones interiores que perturbaban a los enamorados de principios de siglo XX.
Gibrán, escritor, pintor y pensador libanés, nacido en 1883, y Mary Haskell, nacida en los Estados Unidos, maestra de arte en una escuela de niñas en Boston. En una de esas cartas, Gibrán le dice a Mary: “Yo quiero que por el resto de tus días recuerdes que fuiste y serás la persona más importante de mi mundo. Que aunque te cases siete veces, con siete hombres diferentes, en mi corazón todo continuará igual”. Cuando los dos nombran el matrimonio, se agita un silencio hermético que sacude las hojas dormidas del corazón y deja el alma en vilo. “Nuestro casamiento era imposible”, dice Gibrán. “Nos habría destruido a ambos. Nuestra vida en común terminó siendo guiada de una manera diferente, y por eso nos salvamos. Me ayudaste a descubrirme a mí mismo, y a mi trabajo. Pienso que yo hice lo mismo, y le agradezco a los cielos el que estemos juntos”. Lea: Día de amor y amistad: 3 planes diferentes para hacer en pareja o con amigos
Mary fue una de las primeras lectoras claves y decisivas de El Profeta, que Gibrán escribió en 18 meses y había titulado Consejos. Gibrán era un místico y su relación con Mary era un contraste tenso entre moralismo, teología, tentación sensual y un platonismo que a veces se transformaba en sutil sensualidad, como cuando el 20 de junio de 1914 dijo: “Yo te amo con todo lo que existe en mí. La punta de mis cabellos, el borde de mis uñas, todo está repleto de este amor que te tengo, Mary”. En otra confesión, involucra a Dios en ese amor: “Solo Dios, Mary y yo podemos saber lo que ocurre en mi corazón”.
El 20 de diciembre de 1914, Mary Haskell, mientras almorzaba con Gibrán, le preguntó si se había dado cuenta de que engordó cinco kilos, y Gibrán le dijo que no había notado ningún cambio. De regreso al estudio, ella acarició su falda en el aire y presionó la tela para delinear la forma de sus piernas, y le preguntó cómo veía sus piernas. Pero él se sorprendió y dijo que nunca las había visto. Pero es que “siempre estoy completamente vestida”, dijo ella. Y para provocarlo le preguntó si deseaba que se desvistiera para que pudiera mirarle su cuerpo. Gibrán le dijo: “Si esta habitación no estuviera tan fría, te pediría que lo hicieras”. Entonces ella aumentó la calefacción y ocurrió lo inesperado: se desnudó. Gibrán quedó perplejo. Y escribió en otra carta que “los hombres les tienen miedo a las mujeres así. No les gusta sentirse perturbados”. Ella volvió a vestirse. El 28 de diciembre de 1914 confesó en su carta que “el amor -el verdadero amor- es tímido ante el contacto físico. Yo voy a pensar en lo que sucedió durante diez días, porque el sexo es algo importante y fundamental en la vida de alguien. Y decidí que no debemos conversar más sobre esto, porque no tenemos la libertad de decirnos todo lo que sentimos”.

La noche de ese 31 de diciembre, Gibrán fue a visitar a Mary, y los dos se sentaron en el sofá. Ella le pidió que le abriera el cuello de la blusa. Gibrán reaccionó: “Parece que estuvieras quemándote”, y ella le dijo: “Sí, porque estoy sentada al lado del horno”. Gibrán preguntó riéndose: “¿Soy tu horno?” y ella le contó que la cañería del agua caliente de su casa se había roto, las gotas de agua caían y se congelaban. Gibrán se sintió como esas gotas, se sacudió y los dos se abrazaron y se besaron, pero, por lo que siguió en las cartas posteriores, se intuye que jamás hubo ningún contacto sexual, pese a que Gibrán se reveló como un ser atormentado por el deseo y su visión platónica de la vida y del amor. Ella se convirtió en su mejor amiga y confidente, y Gibrán reconoció el 9 de abril de 1916: “Necesitamos una compañía para conversar de madrugada o durante paseos en el parque. Incluso, distante, has sido esa compañera”. El 27 de agosto de 1920 le contó que al referirse al casamiento en El Profeta, precisó “que el hombre y la mujer sean capaces de llenar cada uno la copa del otro, pero que no beban de la misma copa”.
Solo Dios, Mary y yo podemos saber lo que ocurre en mi corazón”.
(Carta de Kahlil Gibrán a Mary Haskell).
Gibrán y Mary eran capaces de conversar seis horas seguidas, compararon esta relación profunda de amistad el 10 de septiembre de 1921 con “dos lirios acuáticos que se abren lado a lado, cada uno mostrando su corazón dorado y reflejando el lago, las nubes y los cielos”. Ella le regaló un meteorito que él solía acariciar para intuir el misterio del infinito. Mary protegió económicamente al poeta desde que lo conoció, y cuidó de su obra y de su colección de pinturas. En una carta dijo que se conformaba con que el mundo supiera que Gibrán la había amado. En varias cartas le habló de Jacob Florence Minis, quien se interesó en divulgarle su obra literaria y artística. Lea: Día del Amor y Amistad en Colombia, ¿cuándo y por qué se celebra?
En 1923 Mary se fue a vivir con Florence. El 22 de abril de 1924, Gibrán le contó que seguía pintando y escribiendo en árabe, y se sentía liviano, perdiendo forma, como “una nube, lista para transformarse en lluvia o nieve”. Le confesó que antes de dormir “siempre” tomaba el meteorito que le dio y tocaba su superficie. “Eso me da conciencia de las inmensas distancias y los millones de años”. Gibrán conoció a Bárbara Young y vivieron juntos hasta el final. Gibrán murió el viernes por la noche del 12 de abril de 1931.
Las cartas de amor, guardadas en una caja de cartón en el estudio de Gibrán, se convirtieron en un tormento para Bárbara cuando las descubrió y le dijo a Mary que las quemara. Por supuesto, Mary las protegió y hoy se conservan en la Universidad de Carolina del Sur. Unas pocas cartas conservó Mary, según cuenta Paulo Coelho, quien hizo una selección de esa joya de la literatura amorosa epistolar para la edición de Planeta de 1998, “Cartas de amor del profeta”. El meteorito de Gibrán y Mary está intacto en el tiempo, como el corazón humano, solitario y resplandeciente en su misteriosa presencia y en su enigmática oscuridad.