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Cultural

‘¡Ay, Carmela!’, qué terrible es la guerra

“¡Ay, Carmela!”, es un juego de amores y memorias, que combina el teatro y la guerra con los fantasmas de un pasado que busca ser recordado.

‘¡Ay, Carmela!’, qué terrible es la guerra

La obra representa un amor en medio de la Guerra Civil Española. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete

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¡Guerra, terrible guerra! ¿Quién imaginaría que avanzaría tan de prisa?

Los vestigios de un pasado sin esperanzas, lleno de muertes y crímenes inimaginables, a veces por razones políticas, a veces por razones religiosas, nos persiguen y se asientan en nuestra mente, pero ¿realmente aprendemos de ellos o solo aprendemos a vivir con ellos?

La respuesta está en ti, y sí, te hablo a ti, que estás frente a estas palabras. Solo tú puedes saber lo que pasa en tu mente cuando recuerdas las infames guerras mundiales, las guerras civiles alrededor del mundo, los índices de violencia que azotan a tu país o, sin alejarnos mucho de tu lugar de origen, las muertes de tus vecinos en manos de los delincuentes del barrio.

Me atrevo a asegurar que al menos la mitad de los que me leen sienten esa compasión, ese dolor, esa empatía que de una u otra forma nos hace humanos, pero, ¿qué pasa con la otra mitad?... La verdad, no quiero juzgarlos, no soy nadie para hacerlo, solo me limitaré a contarles una historia de amor, penas, luchas, victorias, derrotas y muerte.

Quiero aclarar que la historia no es mía, en realidad la escribió José Sanchis Sinisterra, un dramaturgo español de 84 años que un día, mientras visitaba Medellín, Colombia, por allá en 1986, decidió sentarse a escribir ‘¡Ay, Carmela!’, una obra de teatro que habla de dos personajes que, enamorados, luchan contra sus propios ideales para tratar de sobrevivir a los dos fatídicos años de Guerra Civil Española y, como me gusta la historia, les contaré lo que sucedió en ellos.   

500.000 muertos, fin del conteo. Resulta que la guerra no distingue entre buenos y malos, porque, al final, todos mueren.

Una bandera de la Falange Española estuvo presente durante toda la obra. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete
Una bandera de la Falange Española estuvo presente durante toda la obra. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete

Una bandera por la muerte, una bandera por la vida

La Guerra Civil Española, una de las más sangrientas en Europa desde la Primera Guerra Mundial, como cualquier otra guerra, se compuso de varios bandos disputando algo, curiosamente, la obra tomada superficialmente podría considerarse una guerra por sí misma, una guerra entre dos amantes, de esos de toda la vida que pelean por todo y por nada, de esos que en verdad se aman.

Sus nombres son Carmela y Paulino, una pareja que, durante las dos horas que demora la obra, se la pasa discutiendo y conversando sobre las situaciones que viven y vivieron juntos, pero, ante todo, sobre sus arrepentimientos.

Es algo confuso que hable en presente y en pasado, lo sé, pero es que la obra también lo hace, de tal manera que terminamos en un vaivén de situaciones ubicadas en tiempos diferentes, con personajes maduros, enamorados, tristes y asustados, que se encuentran en escenografías tan sencillas como expresivas, hiladas unas con otras con un símbolo, o bueno dos: las banderas.

Por un lado, tenemos la bandera de la Falange Española, la cual representa, tanto en la obra como en la vida real, una de las ideologías que dio inicio al Franquismo, una dictadura de 40 años que, posterior a la guerra, solo generó más muerte; y, por otro lado, tenemos la bandera Republicana, que representa la vida y la esperanza de los protagonistas por salir adelante y que su mundo crezca.

Pero en un mundo en guerra, ¿qué puede salir adelante y crecer? Yo creo que nada.

Y es que, en España, esta época no solo estuvo marcada por la muerte, sino por la represión y el temor. El fascismo reinaba, los fusilamientos abundaban y un temprano régimen militar se paseaba por las calles controlando todo y a todos.

Carmela y Paulino, quienes vivían en esa época, lo sabían y respondían a dicha represión, de hecho, ninguno podía ser completamente libre y ellos, como buenos artistas, lo necesitaban para poder vivir.

Se podría decir que hubo una obra dentro de una obra. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete
Se podría decir que hubo una obra dentro de una obra. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete

El orgullo del artista

En medio de tanta guerra, creí que no alcanzaría a contarles que nuestros protagonistas son actores, así que, básicamente, ver ‘¡Ay, Carmela!’ es presenciar una obra dentro de una obra, porque para sobrevivir a sus desgracias, los personajes son forzados a, siendo republicanos, interpretar uno de sus mejores actos frente a un ejército nacionalista.

Pero esto es poco decir, pues las condiciones de la España en estado de guerra, ni en la ficción ni en la realidad, eran lo suficientemente buenas para permitir una representación digna de la obra de Carmela y Paulino, por ello, sus vestuarios y utilería eran tan caseros como desechables y los llevaron a que destruyeran su reputación interpretando actos de poco o nulo valor como cantar por medio de pedos, los cuales, por cierto, fueron reales.

Aunque esto pueda ser un gran punto a tener en cuenta sobre las actuaciones de Andrea Sánchez y José Luis Díaz, actores que les dieron vida a los personajes principales, realmente es solo la punta del iceberg, pues su preparación tuvo varios años de prácticas, e incluso, momentos de perdón y reconciliación con ellos mismos y con sus personajes, pues aún siendo ficticios, cada uno de ellos tiene una vida y una muerte que contar.

Lograr esto es el orgullo del artista, ese que le permite crear personajes nuevos con cada interpretación, logrando dejar un legado en ese pequeño mundo llamado teatro, en el que la vida y la muerte, así como en esta obra, se encuentran cara a cara e interactúan entre sí.

Y es que, aunque no lo crean, parte de la obra es una interacción paranormal entre una Carmela muerta y un Paulino en depresión, quienes, solo ahí, en el teatro que los unió y al mismo tiempo los separó, recuerdan sus momentos juntos y se lamentan por el tiempo que no volverá.

Yo no sé ustedes, pero creo firmemente que el teatro, como espacio y como actividad, te permite dejar volar tus sentidos y enfrentarte a lo que más cuesta en la vida cotidiana, de hecho, creo que el escritor piensa lo mismo, porque él hizo toda esta obra para intentar recuperar la memoria que reclaman todos los muertos en guerra.

Actualmente, en España, aún se viven consecuencias de la Guerra Civil. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete
Actualmente, en España, aún se viven consecuencias de la Guerra Civil. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete

Homenajeando a los caídos

La dictadura de Francisco Franco fue brutal, puede que no llegue a los niveles de Hitler, Mussolini o Stalin, pero la simple comparación con ellos es suficiente para entender el grado de brutalidad al que me refiero.

Los cientos de miles de muertos que tuvo España en su Guerra Civil y su época franquista son fielmente representados en esa Carmela que luchó y llegó a la muerte por defender sus ideales, alzando su voz y uniéndose a los gritos que clamaban por una sola causa, por una España, por un país.

Es triste pensar que, actualmente, parte de España aún considera a Franco como un héroe, pero más triste es pensar en todos los descendientes de sus víctimas buscando una forma de mantener el legado y la memoria de sus familiares caídos por medio de simples objetos o, incluso, buscando sus restos perdidos en fosas comunes a lo largo del país.

Al menos, en medio de la furia, la muerte y más muerte, el teatro nos permite homenajear y dar un último grito de dolor por los caídos, por los vencidos, por los nunca olvidados. ¡Ay, Carmela! ¡Ay, España!

Andrea Sánchez y José Luis Díaz, actores que le dieron vida a los personajes principales, agradecen al publico. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete
Andrea Sánchez y José Luis Díaz, actores que le dieron vida a los personajes principales, agradecen al publico. //Foto: Diego Alonso Rosales Negrete
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