A lo lejos se escucha el melodioso sonido de un saxofón que va apropiándose del espacio a medida que uno se acerca. Es mediodía y el ambiente es caluroso, a pesar de la prominente vegetación que rodea el Parque Centenario en el Centro Histórico de Cartagena. Hay turistas, locales, vendedores de libros y artesanías, entre otras personas que caminan a través del parque que durante años ha albergado a artistas que comparten su talento a cambio de unos cuantos pesos.
Entre todos ellos resalta el hombre del saxofón, que continúa impávido ejecutando el instrumento a pesar de la temperatura del día. Viste una camisa de rayas azules y blancas, encajada en un pantalón café y con un sombrero ‘vueltiao’ cubriéndole la cabeza. Dialoga con un hombre extranjero, quien le pregunta si puede ir a su casa para armar una parranda y él le extiende una amplia sonrisa.
Su nombre es Nelson Herrera, tiene 79 años, pero no los aparenta porque es de huesos firmes. Su madre es de Corozal y su padre de Cartagena, razón por la cual se crio entre Chambacú y Manga. Mientras conversamos el turista se acerca y le pregunta “¿usted podría venir a mi casa?, ‘claro que sí’”, le contesta seguro. Lea aquí: El fragor del viento, el mar y el bullerengue en la obra de Diana Restrepo
Hijo de un clarinetista, Nelson no pudo huir del llamado que le hizo la música a temprana edad, llamado que se afinó cuando su padre, Héctor Herrera, murió y sintió la necesidad de continuar con su legado, pues su progenitor fue el fundador de la banda ‘2 de febrero’ en Arjona. “Yo comencé con el maestro Dámaso Romero, que me enseñó a escribir la música”, para ese entonces tenía catorce o quince años cuando empezó a tocar el clarinete.

Primero ingresó a una banda militar, y luego conoció a Delia Zapata Olivella, una reconocida promotora del folclore y hermana del escritor Manuel Zapata Olivella. Junto a ella recorrió varios lugares del mundo con un grupo de ballet. “Para ese entonces daban visas colectivas, gracias a eso estuvimos en Rusia y Malasia”, recuerda.
De esos viajes rememora la melancolía de no poder llevarse a la boca la comida de su tierra, una añoranza que hasta hoy evoca con humor, puesto que recuerda que para ese entonces se limitaba a ingerir enlatados. Ya entrado en la adolescencia, continuó su formación musical con el maestro Dámaso, quien se encargaba de redactar las marchas en la Base Naval.
Sin embargo, sintió decepción al ingresar a una universidad a estudiar música y darse cuenta de que la mayoría de las clases eran de música clásica y ritmos europeos. Por sus venas corría la necesidad imperiosa de fundirse en una de las cumbias que creció escuchando, así que siguió tocando en agrupaciones, entrenándose junto a maestros que lo inspiraron a vivir de la música. Lea aquí: Un grupo de mujeres restaura el manglar de La Boquilla
De la mano de los grandes
“Estuve con ‘Los Corraleros’, también con Pacho Galán, trabajé 40 años con Aníbal Velásquez, con Adolfo Echeverría”, recuerda con emoción. Durante esos años dorados grabó en su memoria un sinfín de anécdotas, pero hay especialmente una que lo marcó: “en el año 71 tuvimos un accidente con Aníbal Velásquez (...) veníamos de Chinú (Córdoba) y él manejó hasta Gambote. Ahí continuó el chofer, pero no visualizó la curva de Turbaco y nos volteamos”, cuenta.
En ese accidente perdió la vida Fabri Meriño, una joven osada de diecinueve años que pasó a la historia del vallenato cuando compitió en el primer Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, a pesar de que en ese momento la música era una cosa de hombres.
En todos esos años de parrandas y conciertos también hubo espacio para los momentos que hoy le sacan un par de sonrisas. Me dice que, por ejemplo, en algunos casos las personas que los contrataban para tocar en fiestas se “volaban” para evitar pagarles, haciéndoles pasar penurias al regresar a casa sin un solo peso. En Dibulla (La Guajira) les pasó que el anfitrión de la celebración se escapó, así que nadie pudo responder por el pago y Nelson volvió a casa con la suma módica de 14 pesos.

“Fue hermosa mi vida”
El hombre sonríe a través de los ojos, tiene una mirada profunda que revela la tranquilidad de una vida dedicada al arte y al goce. Sabe que gracias a la música logró conquistar escenarios y conocer lugares que hoy le son lejanos. Actualmente vive de lo que generosamente le regalan quienes lo escuchan tocar en el parque, porque para él su trabajo no es cuestión de dinero sino de amor: “me interesa que escuchen la música, que pasen un rato agradable”, menciona. Lea aquí: Periodista cartagenera se convierte en recolectora de basuras por una noche
Por eso, mientras va hundiendo sus dedos en los agujeros del saxofón, trata de analizar las nacionalidades de quienes lo escuchan y así complacerlos. Conmigo atinó de una: “te gusta la balada, ¿no?”, asentí e inmediatamente soltó la dulce melodía de ‘Sabor a mí’: “Pasarán más de mil años, muchos más, yo no sé si tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí en la boca llevarás sabor a mí”.
A sus 79 años recién cumplidos, Nelson agradece todo el amor que le profesan sus diez hijos: Nelson, Winston, Dubis, Daniel, Mayra, Nelcy, Héctor, Pablo, Carlos y Elsa. Dice que viven orgullosos de él y que lo tratan con mucho cariño y respeto. Sobre sus años vividos siente que pudo hacer las cosas mucho mejor, pero no se arrepiente porque “aún así, fue hermosa mi vida”, dice con los ojos llenos de brillo.