El viernes 1 de marzo, bajo el cielo de la Florida (EE.UU.) murió Iris Apfel, una mujer de 102 años que revolucionó el mundo de la moda con una estética estruendosa, colorida y fluctuante. Iris era una socialité neoyorquina que nació en medio de texturas: su padre tenía una cristalería llena de espejos en los que la niña Iris se miraba los ojos y la anchura de la comisura de los labios y su madre, era dueña de una tienda de ropa en la que colgaban prendas características de la época.
La estadounidense vio por primera vez el mundo el 29 de agosto de 1921 y desde ahí su existencia se convirtió en una continua rebelión que floreció en su interior y se reflejó en la manera deliberada en la que escogía las prendas: colores vibrantes, plumas, estampados voluminosos, gafas oversize y un sinfín de perendengues de incalculable valor. De pequeña, vivía modestamente. Hija de la Gran Depresión, no podía permitirse lujos pero eso poco le importó: “no teníamos mucho dinero. Nadie lo tenía. Y cuando conseguías un poco, aprendías a gastarlo sabiamente”, dijo en una entrevista. Lea aquí: El fragor del viento, el mar y el bullerengue en la obra de Diana Restrepo

Por lo tanto desde temprana edad tuvo una fascinación por lo exorbitante, gusto que al llegar a la edad adulta se convirtió en su lugar de enunciación, la forma en la que le comunicó al mundo que una mujer vieja, canosa y arrugada podía convertirse en un ícono en una sociedad que premiaba las pieles tersas y los rostros aniñados. Iris, en cambio construyó su propio universo estético que iría agrandando con el pasar de los años.

Se sabe que estudió Historia del Arte en la Universidad de Nueva York y que al terminar sus estudios ingresó a la escuela de Bellas Artes de Wisconsin. Comenzó a trabajar en una época en la que las mujeres estaban obligadas a las labores del hogar; primero fue redactora de una revista de modas, luego se concentró en el diseño de interiores y finalmente fue asistente de un ilustrador. En 1948 -habiendo cumplido 27 años- se casó con Carl Apfel, y junto a él descubrió el mundo del interiorismo, una selva dotada de helechos, flores y frutos con los que la joven pareja exploró y afinó sus inclinaciones estéticas.
Juntos crearon Old World Weavers, una empresa dedicada a la fabricación de tejidos, e inspirada en sus múltiples viajes creativos, puesto que para dejar fluir la imaginación debían alimentarla a través de visitas a lugares de todo el mundo, haciendo paradas especialmente en tiendas de antigüedades, monasterios, mercados de pulgas y absorbiendo elementos que enriquecerían su trabajo y que los llevaría a convertirse en exitosos decoradores, tanto que asesoraron a nueve presidentes en la Casa Blanca. Lea aquí: Gustavo Tatis presenta su nuevo libro ‘Conjuros del navegante’

En el 2005 fue conocida globalmente y desde ahí acaparó las miradas de una audiencia curiosa de ver a una mujer envejecida convertirse en un ícono mundial de la moda. “De pronto me he convertido en una estrella geriátrica. Mi marido y yo nos reímos mucho con la situación. He estado haciendo esto toda mi vida y ahora me encuentro con montones de revistas, sobre todo europeas, que están escribiendo sobre mí. ¡Pero yo no estoy haciendo nada distinto a lo que he hecho durante los últimos 70 años!”, señaló en ese momento.
Iris Apfel sobrepuso el maximalismo en medio de una sociedad que alababa el minimalismo de las cosas: la pulcritud, lo pudoroso y limpio. La mujer irreverente retó el “menos es más” y llenó su armario de Dior , Versace y Dolce & Gabbana, combinando las prendas sin mayor reparo. “Experimenta con tu imagen, pero siempre sé tú mismo, el estilo es una actitud”, fue la frase insignia que la caracterizó y con la que evidenció que su manera de vestir era simplemente una erupción de su personalidad estridente. Lea aquí: El maestro de San Estanislao que le apuesta al arte y la cultura