Catalina Gómez Ángel no quiere ser famosa. Salir en televisión no es una plataforma para darse a conocer, a ella lo que la mueve a ser una figura visible es la necesidad que tiene la humanidad de conocer las realidades de poblaciones que viven sumergidas en el conflicto.
En el marco del Hay Festival, El Universal conversó con la colombiana que se enamoró del periodismo como medio de narrar las alegrías y los dolores, triunfos y derrotas, sobre todo, la diversidad que cohabita en este pequeño planeta, en especial, en Oriente Medio, en lugares que pocos se atreven a ir e informar. Allá en Irak, Siria, Líbano, Egipto, Afganistán, Turquía, Gaza, Nepal, Teherán, Beirut, Irán -donde reside-, México y Colombia. Lea aquí: Héctor Abad escapó de la muerte en Ucrania: “a veces culpa y extrañeza por estar vivo”
No le gusta el título de reportera de guerra, aunque se pasa los días hablando de sociedades que protestan, con crisis migratorias, conflictos de ideales y creencias, y de las temibles y rechazadas guerras.
“Comencé a cubrir Oriente Medio, una región con muchos conflictos y realidades difíciles. Es imposible no cubrir una guerra y llegaron una tras otra, así que me tocó aprender a sobrevivir y a contarlas”, además, asegura todos esos aprendizajes la condujeron a los frentes de batalla de una de las invasiones más duras de la actualidad y donde vivió la despiadada guerra a flor de piel, una víctima ilesa que con el corazón destrozado, honra la memoria de su amiga. Lea aquí: Hay Comunitario: así fue el evento inaugural del Hay Festival en El Pozón
En ella percibí una mujer tranquila, nada afanosa, aunque el tiempo no daba tregua y la conversación aumentaba de velocidad por las ocupaciones que la apremian; sin embargo, se toma los minutos como si fueran horas, mientras asegura que la labor de un periodista que cubre las evoluciones políticas y sociales de las sociedades que luchan por transformaciones y batallan por sobrevivir a dictaduras, o espacios autócratas de líderes que quieren determinar la vida e imponer la voluntad a millones de personas, es una labor de empatía, de responsabilidad social y emocional, de respeto con los verdaderos protagonistas y con la audiencia, pues se informa hechos, no opiniones.
Hay tres esenciales para cubrir Oriente Medio, y Catalina nos cuenta:
1. Tener conocimiento de la región y de sus complejidades.
2. No es una labor para buscar fama. Es un sacrificio personal.
3. Ser una persona comprometida y empática. Entender que son seres humanos viviendo realidades históricas muy dolorosas.

Narrar Oriente Medio es vivir con el miedo de que algo o alguien puede apagar tu vida, pero ese temor es opacado cuando informar es sinónimo de ayudar. Y es que como dice Gómez: “Hay más guerras de las que nos imaginamos, muchas no aparecen en los medios, por diversas razones: difícil acceso, desconocimiento, “poco llamativas, elevados costos económicos”, sentencia... y porque otras no son “políticamente correctas”. Lea aquí: Los músicos Phil Manzanera y Kevin Johansen inauguraron el Hay Festival
No obstante, hay tres grandes guerras que carcomen a la humanidad: Sudán del Sur, Hamás e Israel y Rusia-Ucrania. “El mundo siempre puede ir a algo peor y vivimos con el temor de que pase algo peor. Nuestro trabajo como periodistas es crear conciencia, porque nosotros como población también podemos detener los conflictos, transmitiendo conocimientos sobre estos territorios”.
Hacer periodismo en una zona de guerra no se aprende en las aulas de clases, nace con la experiencia que se obtiene en medio de los conflictos, en cometer errores que trascienden al aprendizaje y te permiten mejorar con respeto a quienes sufren.

Un sufrimiento que afecta la salud mental de quienes lo viven de primera mano y de quienes lo hacen a través de una pantalla. La muerte te afecta, te traumatiza, te cambia, te transforma y Catalina ha hecho metamorfosis profundas a lo largo de su vida, como ciudadana de un país que vive una violencia de nunca acabar, que azota a todas las clases, razas y género. Aunque se considera una persona fuerte y optimista, con los años y las muchas guerras que ha cubierto, asegura que cada día las heridas duelen más. Pero la del 27 de junio de 2023, duele con ímpetu, con viva sangre. No hay rencor, hay dolor: “Un momento estás bebiendo un sorbo de agua y al siguiente, el infierno”.
Sentada con amigos, colegas, Catalina experimentaría lo que se piensa, pero no se cree: “Cuando se hace este oficio, estás preparado para que algo así te pase, aunque piensas que nunca te va a pasar. Para lo que nunca estamos preparados es que suceda y apague la vida de tu amiga”. Lea aquí: “No es literatura de viaje, realmente se trata de descubrir el mundo”
Cuenta que cuando un ser humano vive un trauma así, lo primero que haces es mirarte y decir “estoy bien”, pero no se puede estar bien, menos cuando se pierde a una amiga en un atentado ruso a un restaurante en Ucrania.
“Tengo mis mecanismos para mantenerme fuerte, a medida que cubres más guerras y conoces de primera mano las historias de las víctimas, te llenas de más heridas”. Después de vivir tanto, Catalina tiene esperanza en la humanidad y nace con los chicos que han pasado por el Taller de Reporteritos, que dirige hace varios años, y que ha cambiado realidad y formas de vivir.

Un mito que trata de derribar es el imaginario de que por ser mujer es más duro ser corresponsal en zonas de guerra, para ella, es increíble cómo las mujeres tienen el privilegio de llegar a vivencias profundas de otras personas y la confianza que les dan para contar sus historias. Si hay algo que no entiende es por qué a aquellas que eligen esta vida las denominan locas, si es tan digna como otros oficios. Lea aquí: Cohete impacta a restaurante de Ucrania donde comía Héctor Abad Faciolince
Su mirar busca una respuesta, pero para quien escribe es mejor estar loco que cuerdo. La locura no está en narrar guerras, sino en narrar realidades humanas, desde Cartagena de Indias o Ucrania, en la Patagonia o en Sudán, en la Cochinchina o en Gaza. Porque el periodismo es de locos, es una vida dedicada a los otros.