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Cultural

Adolfo Pacheco: música viviente, a un año de su muerte

Se cumple hoy un año de la muerte del Juglar de los Montes de María, Adolfo Pacheco, y se publica un libro de Juan Carlos Díaz, y se lanza un álbum musical.

Adolfo Pacheco: música viviente, a un año de su muerte

Adolfo Pacheco (1940-2023).

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Es domingo y voy a escuchar otra vez, como cuando era un niño, las canciones del Juglar de los Montes de María, Adolfo Pacheco (San Jacinto, 1940-Barranquilla, 2023), al cumplirse un año de su partida. Empezaré por “La hamaca grande”, “El viejo Miguel”, “El mochuelo”, “Mercedes”, “El tropezón”, “El pintor”, “El cordobés”, “Me rindo, majestad”. Lea: [Galería] San Jacinto despide a Adolfo Pacheco

Pero esta vez tengo en mis manos una semblanza biográfica, “Embrujo: La leyenda de Adolfo Pacheco” de Juan Carlos Díaz, y sonarán hoy en las emisoras algunas de las canciones de un álbum con canciones de Adolfo, interpretadas por el acordeonero Ramoncito Vargas, quien participó en ese último álbum que Adolfo no alcanzó a ver editado, con quince canciones, de las cuales tres son composiciones inéditas suyas.

Juan Carlos Díaz confiesa que oyó cantar al juglar en la talabartería de su padre Juan Elías Díaz Díaz, cuando era un niño, y aquellas canciones quedaron sembradas para siempre en la memoria del corazón.

El músico las cantaba mientras bebía con su padre y sus amigos en unas parrandas de fin de semana a la que asistían el Negro Barraza, el médico Nicolás Reyes, Licho Anillo, Dionisio Anillo, el profesor José Domingo Rodríguez, Carlos Alandete ‘La Grapa’, Alfonsito Anillo, Romeo Jaspe, Miguel Antonio Pacheco, Pachín Vásquez. El imán de aquellas parrandas era el mismo Pacheco, y lo acompañaban Juan Elías, su amigo talabartero, Arturo Alandete y Carlos José Romero.

Aparece una biografía sobre la vida y obra del músico Adolfo Pacheco (1940-2023): “Embrujo: La leyenda de Adolfo Pacheco” de Juan Carlos Díaz.

En aquellas parrandas cada uno compartía un cuento que cada semana se iba poniendo más rojo y picante, hasta sacarlos de quicio, las bromas eran pesadas y muchas veces, parecía que la parranda terminaría en una discordia, que las ahorcadas del doble seis al ‘Yulero’ Alandete iban a alterar los ánimos, pero nunca ocurrió, porque al día siguiente, para pasar el guayabo, se encontraban temprano en el mercado de San Jacinto, y lo que prevalecía del día anterior eran las ocurrencias felices las historias de conquistas y alcobas del doctor Reyes.

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Los hilos de la música se trenzaron con los icos de las hamacas en las ferias artesanales promovidas por el mismo Adolfo Pacheco, con las tejedoras de San Jacinto, y Juan Carlos volvió a ver al juglar que cantaba en su casa, ahora en la tarima del colegio La Presentación, junto a Ramón Vargas y Andrés Landero. Años después, el niño que oyó cantar al juglar, no solo se aprendió algunos versos de sus canciones, sino que se acercó a él, a estudiar su vida y sus canciones, con la devoción de un alumno disciplinado que encontró en él no solo a un maestro amigo, sino a un guardián de la memoria de su pueblo.

El libro de Juan Carlos fue el proyecto ganador de la Convocatoria de Estímulos Bolívar Primero en 2023. Es un retrato de 250 páginas en el que su autor integra las voces de quienes conocieron de cerca a Adolfo Pacheco: Alfonso Hamburger, Numas Armando Gil Olivera, Tomás Vásquez, Fausto Pérez Villarreal, Estewil Quesada Fernández, Manuel Lozano Pineda, Aníbal Teherán Tom, entre otros.

El mismo Adolfo Pacheco le confesó al periodista Fausto Pérez Villarreal “que si había alguien que podría escribir sobre su vida, al derecho y al revés, sin temor a yerro, ese era el periodista Juan Carlos Díaz”.

La génesis del artista

Adolfo Pacheco nació en un costado de la Calle de la Muerte, en la calle 20, en el corazón de San Jacinto, cuenta Juan Carlos Martínez en su libro. Se le llamó siempre Calle de la Muerte, porque al final de esa calle estaba uno de los dos cementerios del pueblo.

Adolfo era hijo de Miguel Pacheco Blanco y Mercedes Isabel Anillo Herrera. En el viejo caserón de palma y bahareque, Miguel Pacheco tenía el salón de baile San Andrés. En ese pretil de la casa, el niño escuchó cantar décimas a José Ríos, maestro de Toño Fernández, el gaitero mayor de San Jacinto. El abuelo paterno, Laureano Antonio Pacheco Estrada, era gaitero, lector de poesía y un ser enamoradizo, cuenta Juan Carlos, y enamoró a su esposa Isabel Blanco, tocando tambor y subiéndole la múcura de agua a la cabeza en la laguna La Bajera, en el barrio Abajo de San Jacinto. Fue el abuelo Laureano quien dio las primeras lecciones de música al nieto de cinco años, y le celebró su primera composición “Mazamorrita crúa”, a ritmo de puya. En 1945 el abuelo auguró que sería un buen músico. Lea: Adolfo Pacheco, el gallero cantor por siempre

El niño Adolfo Pacheco quedó hipnotizado al escuchar por primera vez el acordeón de Francisco ‘Pacho’ Rada, el juglar del Magdalena, que llegó a San Jacinto en tres burros: en uno iba él con su acordeón y en los otros dos iban María y Manuela, dos compañeras sentimentales del artista. La música de Rada quedó para siempre en la memoria del niño: El tigre de la montaña, La lira plateña y La democracia. La familia se mudó años después a una casa vecina, en donde existió el salón de baile El Gurrufero, eternizado en su célebre canción “El viejo Miguel”.

La sabiduría popular

El libro de Juan Carlos destaca las figuras esenciales de la cultura de San Jacinto, empezando por Clemente Manuel Zabala, erudito, políglota, conocedor de literatura universal y primer maestro de periodismo de García Márquez. Clemente Manuel Zabala nació en San Jacinto en 1889. A él le siguen: Toño Fernández (1912), el más grande gaitero de San Jacinto; Andrés Landero (1931), emperador de la cumbia; Regino Martínez Chavanz, eminente físico de la Sorbona de París, nacido en 1940 y fallecido en la pandemia al regresar de París; Germán Bustillo Pereira, con una erudición enciclopédica, al que Juan Gossain solía decir que “Lo sabía todo”. Y en ese cortejo de eminentes sanjacinteros, por su puesto, los filósofos Numas Armando Gil y Tomás Vásquez, entre otros.

La música viviente

El periodista y escritor Juan Gossaín dijo alguna vez, citado por Juan Carlos, que Adolfo Pacheco estaba en el pedestal de los tres mejores compositores de la historia. “Rafael Escalona, como cronista, Leandro Díaz como poeta y Adolfo Pacheco como cronista y poeta”. Daniel Samper Pizano lo calificó entre los cinco mejores creadores más grandes de la música de acordeón, llámese vallenato como género musical, y a su vez, música sabanera interpretada con acordeón. Lea: El Universal estrena el documental de la vida y obra de Adolfo Pacheco

En esta biografía se destaca en el capítulo final, una travesía por la historia musical de Pacheco y su aporte a la música popular del Caribe y Colombia. Pacheco compuso la cumbia “La Mojana”, que fue banda sonora de la película “La boda del acordeonista”. Muchas de sus canciones fueron interpretadas por Joe Arroyo, Johnny Ventura, Nelson Henríquez, Daniel Santos, Roberto Torres, Diomedes Díaz, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta, Beto Villa, Juan Piña, Julio Rojas, José Vásquez, Rafael Ricardo, Freddy Sierra, Juancho Nieves, para citar algunos de ellos.

Ramoncito Vargas nos contó que en este nuevo proyecto musical de Adolfo Pacheco, que aparece de manera póstuma, se destacan las intervenciones de los acordeoneros Rodrigo Rodríguez, Carmelo Torres y él. Era un proyecto de treinta canciones, pero quedaron grabadas quince, y el nombre del álbum quedó pendiente por resolverse.

Pacheco culminó además, poco antes de morir, un libro autobiográfico. Su estirpe está viva en el patrimonio de su música que suena en este domingo, un año después de su partida, y está viva no solo en sus herederos, sino en la incontable familia del Caribe que bebe de las fuentes de sus canciones, en la crónica y en la poesía de sus canciones que tocan nuestro corazón.

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