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Cultural

Un viaje a través de la vida musical del jazzista Justo Almario

Federico Ochoa es el autor del libro que retrata la vida del artista que dominó el saxofón en los escenarios más icónicos de Estados Unidos.

Un viaje a través de la vida musical del jazzista Justo Almario

Federico Ochoa es un investigador, músico y docente paisa. //Foto: Diego Rosales- El Universal.

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Federico Ochoa Escobar tenía la tierna edad de cuatro años cuando sus dedos curiosos se encontraron con los instrumentos. Creció en una familia en la que la música invadía cada rincón de la casa y merodeaba, muy cercana, la intimidad del hogar que a diario estaba bien acompañada por el sonido de una guitarra de acordes dulces.

Gracias a esa pequeña escuela no resultó sorpresivo que el joven Federico quisiera -con tal convicción- estudiar música en la Universidad de Antioquia.

Federico es paisa, nació en Medellín en una época en la que el rock había colonizado una cantidad considerable de jóvenes que defendían con orgullo preliminar el género que rápidamente se expandió por el mundo. Con esa energía se dejó crecer el pelo por los hombros y adoptó una imagen rockera que caracterizaba a una gran multitud de muchachos paisas en aquella Medellín de los años ochenta. Lea aquí: La cartagenera Nelcy Polo Vega lanza la novela de su vida

Si hay algo que recuerde con cierta gracia es su recorrido diario hacia la universidad: antes de salir de casa escuchaba los bambucos que sonaban en la radio, al embarcarse en el bus, se imponía la melodía de una buena salsa, o de un vallenato, casi siempre del Binomio de Oro, y en las clases se aprendía sobre música clásica. Una revoltura de ritmos, instrumentos y melodías que hoy recuerda con un aire de nostalgia.

Hasta que un día descubrió lo que para él fue un verdadero hallazgo: “Yo me di cuenta que había una emisora de la Cámara de Comercio que tenía un programa de jazz entonces todos los días la ponía”. El horario sagrado era de cinco a seis de la tarde, hora en la que sintonizaba la estación y descubría un universo sonoro que hasta ese entonces le era desconocido. Sin Youtube, ni Spotify, había tiempo de sobra para navegar en las bibliotecas así que se acercó a una y tomó prestados dos tomos con los que se llenó la cabeza de ideas alrededor del género cuya musicalidad se convertía en las más altas formas de la sofisticación.

Santa Marta Santa Marta tiene tren

Para ese entonces estaba a dos años de terminar el estudio en piano clásico y lo abandonó, se compró un saxofón y tomó un avión hacia Cuba. El viaje, que inicialmente duraría tres meses, se convirtió en tres años llenos de música y aprendizajes. “Estando allá con un grupo de amigos hicimos una fiesta, pero no queríamos invitar a cubanos porque ellos siempre sacan sus tambores cubanos y son unos genios increíbles. Pero por eso nadie puede interactuar con ellos, porque es muy teso lo que hacen. Entonces estábamos todos felices y de repente una pelada de Bogotá saca una tambora de acá del Caribe, luego otro agarra un platillo y empezó a cantar “Santa Marta Santa Marta tiene tren” y de repente todos corearon al unísono”. Veinteañeros de Bèlgica, Filipinas, Holanda y Venezuela estuvieron cantando durante dos horas ininterrumpidas canciones como ‘La Piragua’ y ‘La pollera colorá’, temas que resuenan en las esquinas de un barrio popular durante una tarde calurosa en el Caribe. Lea aquí: Luisa Machacón presenta su poemario ‘No guardamos las semillas’

Con la inquietud sembrada en el corazón de conocer la música colombiana, volvió al país y comenzó la travesía a través de las regiones. Estudió una maestría en Antropología y un doctorado en Artes y junto a un grupo de amigos, unidos por el amor hacia la música folclórica, recorrieron la tierra caliente guiados por el sonido de las gaitas. Fue tanta la compulsión que hicieron conferencias y participaron de eventos sobre cultura y folclor. “En la Universidad Jorge Tadeo Lozano hicieron durante dos años el Laboratorio de Innovación y Cultura en los municipios de Marialabaja y Clemencia. Ellos necesitaban un experto en la cultura del Caribe y el experto era yo, un paisa”, dijo con humor.

Conociendo a Justo Almario

Justo Almario nació el 18 de febrero de 1949 en Sincelejo, Sucre. La ciudad sincelejana le quedó pequeña y a los diecinueve años emigró a Estados Unidos, país que lo recibió con los brazos abiertos y lo catapultó a la fama codeándose con músicos tan brillantes como Luis Miguel, Jennifer López e incluso el mismo Michael Jackson. Justo es un jazzista que interpreta los saxofones tenor, alto y soprano con una destreza sobrecogedora que ha escalado hasta los Grammy, llevándose varios premios. Lea aquí: Rosario Heins: los rostros que tiene el mar

Sin embargo su historia pasa inadvertida en Colombia pero resulta apasionante para personas como Federico, quien lo convirtió en el protagonista de su tesis de grado y escarbó tanto en su vida a partir de entrevistas y conversaciones largas con el artista que terminó por transformar el relato académico en un libro lleno de anécdotas de Justo o de quienes han sido cercanos al instrumentista más grande que ha parido Colombia.

Dios le da pan al que no tiene dientes, pero “a Justo le dio muelas y colmillos” para comerse el mundo de a bocados grandes. Ha grabado hasta el momento 12 discos a su nombre y ha participado en más de 300 producciones discográficas.

El libro, que lleva por nombre Love thy neighbor o ama al prójimo, da vida a la frase “él no escogió la música, la música lo escogió a él”, como una analogía de la vida del músico que nació entre porros, fandangos, merecumbés de Pacho Galán y Lucho Bermúdez y que se contagió de la fiebre del jazz gracias a Alex Acosta, hijo del gran saxofonista Jorge Rafael Acosta. Lea aquí: Los rostros del domingo

La publicación fue presentada en Cartagena, en el Festival del Jazz 2023, con la presencia de su protagonista. Tiene una serie de fotografías de antaño y enlaces web Qr hacia relatos de viva voz sobre las anécdotas que llevaron a Justo a sonar por el mundo.

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Federico Ochoa es actualmente docente de la Universidad Tecnológica de Bolívar, una ventana académica que le ha permitido asomarse al panorama musical del Caribe con doble militancia: como investigador y como artista.

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