La moda y el arte siempre han estado en estrecha relación, y ahora, cuando el compromiso con el planeta se hace más palpable desde todas las industrias, crear con varios propósitos es la consigna que se debe mantener.
Bajo esa premisa y haciendo caso a su vocación innata, Antonella Farah ha dado rienda suelta a su imaginación y espíritu creativo en lo que se vislumbra como un proyecto a largo plazo. Si bien quería ser bailarina y tenía vasta influencia cultural y artística en su casa, su madre, la escritora Soad Louis Lakah la incitó a salir de su natal Montería para estudiar Economía, era el boom de la época y no tardó en llegar a Cartagena para cursarla.
Consciente de que además había que aprender un oficio, mil aptitudes se fueron desarrollando tras las vacaciones en casa de alguna de las abuelas. “Aprendí de todo y aunque no todo lo perfeccioné, en la pandemia pude entender que esas experiencias sirvieron en el encierro”, afirma.
Como economista inició la vida laboral, y aprovechando siempre las coyunturas que se iban presentando, entró en el naciente turismo náutico de la ciudad, incluyendo congresos y eventos alrededor del mundo, donde ha figurado como exponente del sector en Colombia.
Ese es un tema que le apasiona, sin embargo, el arte seguía latiendo fuerte en su razón y sin proponérselo, empezó el camino por ese sueño guiado por consejo de su madre, de buscar un lienzo para pintar, aunque fue acatado a medias, porque prefirió tomar un jean pensando en decorarlo para el Carnaval de Barranquilla que se avecinaba en 2020. (Lea aquí: ‘Sabrosura’, la apuesta por rescatar la cultura popular cartagenera)
El tiempo propicio
Las carnestolendas se vivieron sin la prevención de lo que se vendría unos días después. La pandemia obligó al encierro y el jean fue esa prenda que se borró de los atuendos caseros, situación aprovechada por Antonella para hacer de los que conformaban su guardarropa el primer experimento de una propuesta que hoy se exhibe en una gran vitrina en Nueva York.
Las visitas virtuales fueron el espacio para presentar ante sus amigas la moda intervenida que ya empezaba a apoderarse de su cotidianidad y hasta la cocina tuvo su toque con los delantales elaborados a partir de los remanentes de pantalones que ya esgrimían otras formas y detalles coloridos.
Lo anterior tuvo su gran difusión a través de las redes sociales y la diversión se extendió a su grupo más cercano, llegando a integrarse las amigas en torno a un pasatiempo que para Antonella estaba tomando otro rumbo.
No todo fue colorido en ese tiempo, Soad, su mamá, el motor de todo cuanto ella quiso hacer en la vida, sucumbió ante el Covid-19 y falleció en Montería, dejándole en el arte un poder sanador que no imaginó hasta entonces y cómo una forma de honrarla, dio continuidad a esa inspiración.
El denim es su pasión y el material que le ha permitido revolucionar una línea de productos para los que el tejido parecía vetado, como flores, toda vez que lo aprovechó en esa temporada que por obvias razones no llegaban a la ciudad, para crear las que adornarían su Navidad.

Un negocio con prevenciones
Antonella trabajó en diversificar su propuesta con la certeza de que era lo que realmente deseaba, pero con la incertidumbre de un mercado esquivo. Cartagena no es la ciudad que promueve desde la moda las segundas oportunidades, entonces los pedidos desde Barranquilla y Medellín la hacían pensar en una salida para buscar otros clientes.
Hace dos años llevó muestras a Estados Unidos, pero no sucedió nada relevante, sin embargo, el año pasado encontró de manera casual la atención por parte de una colombiana en una tienda, desde donde empezó a materializarse el proyecto. “Mi objetivo es ser feliz mientras creo, pero que una vez terminadas las piezas, lleven felicidad a quien las adquiera”, afirma emocionada.
En Miami, apoyada por su amiga Luisa Rangel, llegó a una tienda que le hizo entender que su sitio estaba allí. Conoció a los propietarios y en medio de conversaciones, le hicieron ver los objetivos sostenibles de las marcas que allí se venden, los cumplió y un contrato fue el paso siguiente para promover sus creaciones.
Apostando a lo que sabía hacer y decidida, con el proyecto caminando y sin los insumos y maquinarias para aumentar la productividad, la fortuna le volvió a sonreír y con dos máquinas de una amiga y una mujer madre cabeza de hogar dispuesta a seguir sus ideas, el taller se hizo realidad.
El compromiso era llevar la apuesta de moda sostenible a Miami, pero unos cambios mudaron la tienda en tiempo récord a Nueva York y con ese traslado Antonella empezó a plantearse un nuevo reto. Afirma que Dios le sorprendió a diario en el proceso de crear, enviar e instalarse en una vitrina a la que se le suma trabajo directo frente al público. Todo esto inició hace poco más de un mes y a la fecha, esta intrépida mujer afirma que el reto se va superando.
“Antonella Art” es la marca que nació signada por el ojo símbolo de la cultura árabe, actualmente se exhibe en la tienda The Canvas, un local ubicado en la estación futurista del World Trade Center, donde las marcas compiten con su obra realizada en denim y lo mejor, cumpliendo con el compromiso de mitigar el impacto sobre el planeta.