Se fue porque pasábamos hambre, por la necesidad; se fue por el hambre de su mamá”. Esas eran palabras que Rosa Lina Ballesteros Pérez no podía expresar sin desmoronarse y sumergirse en un mar de llanto, tan profundo y tan fuerte, que arrastraba a quienes estuviesen a su alrededor.
Perdía el control de sí misma, de sus emociones, cada que a su presente traía recuerdos que la lastimaban y que se remontan a marzo del año 2000, cuando tres camiones con 60 paramilitares llegaron al corregimiento de Mampuján, en el municipio de Marialabaja, e hicieron correr despavoridas a más de 245 familias. Una de ellas era la de Rosa. Y todas tuvieron que vivir por muchos años hacinadas y bajo la mirada juzgadora de una sociedad que las tildaba de colaboradoras de la guerrilla. Lea: Las vidas remendadas de las tejedoras de Mampuján
“De tener una vida estable, una alimentación, un hogar, pasamos a tener que salir a un lugar donde, en vez de tratarnos como víctimas, nos trataban como si fuéramos los victimarios. A raíz de tanto maltrato, de tanto pasar hambre, de tanta necesidad, tuve una pérdida irreparable, porque mi hijo optó por irse a trabajar a Venezuela y como a los dos años y medio, lastimosamente, me tocó ir a verlo porque tuvo un accidente, duró dos meses internado en una clínica y terminé trayéndolo en una caja”, cuenta Rosa. Esta vez sin dejarse abatir.
“Mi hijo murió el 21 de marzo del 2012, de 27 años dos meses y 16 días de nacido, a raíz del desplazamiento; lastimosamente a mí me pasó eso. Yo no podía hablar de él, no lo podía mencionar, porque me iba en llanto; de unos dos años para acá me he ido liberando de vivir con ese dolor”, agrega la mujer de 57 años cuyo lugar de origen es Fundación (Magdalena), pero completa más de 30 años de residencia entre mampujaneros, por lo que se siente y es parte de esta comunidad. Lea: Las tejedoras de Mampuján y su arte para sanar
El arte sanador
Tanto Rosa como Mampuján pudieron haberse quedado sumidos “en la crónica de una tragedia, en sus recuerdos tristes, en el temor que provocaban los frutos de los árboles que caían sobre los techos de zinc y recordaban las balas, pero las mujeres decidieron lo contrario”, narra el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Comenzaron a reunirse para coser retazos geométricos en telares. “Para nosotras el ejercicio de coser era (y sigue siendo) una terapia para recordar sin dolor y una forma de expresión pública para poder contar nuestras historias”, aseguran.

Teresa Geiser, psicóloga menonita, les enseñó a dar la puntada inicial y desde entonces los metros de hilos y tela son incontables, así como las emociones decantadas en el acto de tejer.

“Nosotras sanamos a través del arte hace muchos años. Empezamos en el 2004 y nos ratificamos más entre 2005 y 2006, y desde ahí comenzamos a replicar esta técnica que se utiliza para sanar cualquier tipo de dolor, no solamente el dolor que causa un desplazamiento. A diferentes corregimientos y municipios de Montes de María, a diferentes partes de Colombia y del mundo hemos llevado ese mensaje de paz, ese mensaje de que sí es posible sanar a través del arte y seguimos sanando.
“Cada día hay cosas que sanar, cada día hay afectaciones, cada momento, cada año, que te permiten decir ‘bueno, autosanémonos’”, explica Juana Alicia Ruiz, lideresa social y representante de la Asociación de Mujeres Tejiendo Sueños y Sabores de Mampuján. Esta labor de las tejedoras fue reconocida con el Premio Nacional de Paz en el año 2015.
Rosa Lina, quien padeció el desplazamiento y luego la muerte de su primogénito a causa del mismo, expresa: “Honestamente (el tejido) me ha ayudado mucho. Cuando hablaba de lo sucedido con mi hijo me desmoronaba en llanto, pero gracias al tejido uno distrae la mente, uno tiene que pensar qué va a plasmar en cada producto que va a hacer.

“Yo hago manillas, aretes, monederos, cartucheras, tapices, decoro vestidos... Todo lo que me pongan para decorar lo decoro, entonces me ha ayudado demasiado, tanto psicológica como económicamente, me genera mucha paz”.


Un museo
A través de las representaciones de las telas, dicen las tejedoras, empezaron a revivir “conocimientos ancestrales, raíces, memorias y anhelos”, y por estos días la fe de un mejor mañana se siente como una suave caricia en el ambiente.
La razón es que, a partir del próximo 16 de noviembre, esos tapices y textiles se exhibirán en un lugar donde el arte y el patrimonio permiten recordar sin dolor, pero con una profunda reflexión sobre la violencia y el conflicto armado, narrado desde las voces de los montemarianos y las tejedoras: el Museo de Arte y Memoria de Mampuján, en el kilómetro 20 de la vía que de Cartagena conduce a San Onofre, a la altura del municipio de Marialabaja.



Esta obra es una de las medidas de reparación simbólica colectiva ordenadas al Estado colombiano a través de la sentencia 34547 de Justicia y Paz. La inversión de $10.568 millones fue gestionada por la Gobernación de Bolívar y el Ministerio de Cultura. Lea: En calma, marcha por la reparación colectiva de Mampuján y Las Brisas
“La comunidad siente, y nosotras también, que es una forma de reparar simbólicamente, pero también es una forma de permitirle una posición social a la comunidad. Es un espacio donde todos podemos trabajar y generar ingresos, pero no es un negocio. Intentamos que sea autosostenible en lo económico, social y cultural, es decir, un museo vivo, que no solamente sea esta gran infraestructura que se hizo, sino que toda la comunidad es el museo: Mampuján viejo, Mampuján nuevo, el territorio es el museo, y que la gente que venga pueda sentir el museo vivo en lo que huele, en lo que toca, en lo que come, en todo lo que se sienta”, destaca Juana.

Los visitantes recorrerán el museo en compañía de un intérprete local de memoria; si gustan, podrán recibir atención psicosocial o talleres de tejidos, hospedarse en casas comunitarias, degustar la comida típica, comprar artesanías de las tejedoras y de los artesanos de la región y, además, relajarse con masoterapia, aromaterapia y musicoterapia.
Después de tanto, en Mampuján se respira el anhelo de una mejor vida y de que el museo propicie el intercambio de experiencias para refugiar y ayudar a sanar a quienes lo necesitan.