Su secreto no era otro que madrugarle cada día a la esperanza, con voluntad y obstinación. Comenzaba el día con un vaso de agua, hacía ejercicios y escuchaba música clásica y moderna. Su pasatiempo era leer y su convicción era que cada ser humano ganaría el pan no con el sudor de su frente, sino “con el disfrute de su talento”. Lea: “El requisito para ser feliz es la integridad”: Alberto Araújo Merlano
Alberto Araújo Merlano nació el martes 7 de agosto de 1923, en la casona del Pie de La Popa. El cuarto hijo de Alberto y Elvira, al que su padre había empezado a llamar El Rey, nació grande, colorado y pesó catorce libras. Aquel martes de su nacimiento, su casa era un concierto de canarios alemanes que resonaban en el patio inmenso sembrado de árboles frutales, en donde el padre había construido una casa de muñecas para la niña Hortensia, y tenía un palomar y una vaca lechera.
Cartagena estrenaba sus primeros vehículos en 1923, y desde hacía tres años había visto llegar los primeros aviones. El niño Alberto estudió el kínder en el Colegio de La Presentación de las hermanas de la Caridad, y luego, en el Colegio La Salle, dirigido por los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En aquella infancia en el Pie de La Popa, elevó barriletes, jugó al cabe, al béisbol y al trompo, junto a sus vecinos. Su padre Alberto Araújo Torres, un hombre laborioso, consagrado a su casa y a su familia y a la administración del almacén Santiago Araújo & Cía, del que era socio, amaba los pájaros y los animales, tenía un fino sentido del ritmo, silbaba las piezas musicales que veía en las películas y le gustaba la música y el baile. Elvira Merlano Maciá, la madre, con gran sentido del humor, estaba dedicada a embellecer la casa, cuidar de sus hijos, era un cascabel de alegría y su don era servir a los demás.
Primer viaje del visionario
El tío Santiago y la tía Ana María regresaron a casa en el Pie de la Popa contando las maravillas de su viaje por Europa. Alberto Araújo Torres había estudiado inglés con el sueño de emprender el mismo viaje que se le cumplió en 1937. Solo había viajado de Cartagena a Panamá, por asuntos de salud de algunos de sus hermanos.
En Panamá había un hospital de norteamericanos con mucho prestigio. Con su amigo Lácides Segovia Lavalle emprendieron el viaje con las dos familias e hicieron escala en Nueva York. El viaje estaba previsto para el 12 de mayo de 1937, pero el 8 de mayo, murió repentinamente la abuela Alejandrina Maciá de Merlano, a que llamaban cariñosamente Mamandina.
La alegría se volvió una pesadilla, porque “mi mamá se resintió mucho con mi papá y se negó de plano a participar activamente en el goce de la aventura. Pensaba que con ello traicionaría la memoria de mi abuela”. En La Habana se negó a bajarse del barco y se quedó con sus hijas menores. Fueron seis meses prodigiosos.
El viaje se extendió a Nueva York, Londres, Alemania, cruzaron en barco el Canal de la Mancha, el puerto francés de Calais, y en tren llegaron a París. Recorrieron los pabellones de la Exposición Internacional de 1937.
Los principales países del mundo habían creado pabellones en donde sintetizaban lo mejor de su industria, comercio, arte, cultura y tecnología. Fue sensacional ver los pabellones de Estados Unidos, Alemania y Rusia, en miniatura. “El adolescente que había salido de Cartagena meses antes, era otra persona. Mi visión del mundo era muy distinta, mi autoestima había crecido a la par que mi sentido de responsabilidad, y sentía un enorme deseo de llegar a ser alguien, que antes no conocía”.
Ir tras los sueños
Fue tras sus propios sueños, como quien ve silueteadas en las líneas de su mano el augurio de una larga y prodigiosa travesía. Alberto Araújo Merlano se graduó en Derecho y Ciencias Económicas de la Universidad Javeriana de Bogotá.
En 1946, cuando cursaba su último año en Ciencias Económicas y Jurídicas, el decano de la Facultad de Derecho lo eligió para que dijera un discurso en representación de los estudiantes en un acto solemne en honor del Nuncio Apostólico de su Santidad, Monseñor José Beltrami, en el Teatro Colombia, hoy Teatro Jorge Eliécer Gaitán.

Aquel discurso que preparó y meditó para expresarlo en diez minutos, estremeció a la audiencia, y aquellas palabras vibrantes, claras, y emotivas, le cambiaron la vida, cuando semanas después el padre Félix Restrepo, rector de la Universidad Javeriana, lo llamó a su oficina y le dijo que la Presidencia de la República había indagado sobre su vida, su excelencia académica, y le ofrecía una especialización en el exterior, una posición subalterna en una embajada o un consulado.
Su experiencia política le permitió recorrer todos los municipios de Bolívar, Sucre y Córdoba. Fue nombrado Secretario General del Directorio Nacional Conservador. Fue testigo en Bogotá de los hechos aciagos y trágicos que se desencadenaron después del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán. En noviembre de ese año terrible de 1948, en Bogotá, él estaba atendiendo sus primeros negocios en su oficina de abogado, cuando le ofrecieron ser gerente de la Voz de Colombia, su primera experiencia empresarial. En 1950 declinó el Consulado General de Milán, y decidió regresar a Cartagena y abrir su oficina de abogado en la calle de la Cochera del Gobernador. Era un joven de 27 años.
En Cartagena conoció a una joven bella, deslumbrante, risueña. Era Judith Perdomo, que sería su esposa y con quien tendría ocho hijos. Su vida se consagraría junto a ella, a hacer posible los sueños que empezaron a engendrarse al ver los pabellones de la ciencia y el desarrollo en su primer viaje por el mundo. Desde aquel viaje no cesaría de recorrer y conocer Occidente y Oriente, en una inagotable curiosidad por descubrir las maravillas de la naturaleza y los prodigios creados por el hombre. Tras una hazaña creó nuevos desafíos. De lo pequeño a lo grandioso.
Fue socio fundador de la firma de finca raíz Araújo y Segovia, de la Lavandería Lavamejor, del Centro Logístico y de Negocios Central, de los hoteles Capilla del Mar y Las Américas en Cartagena de Indias y Las Américas Golden Tower en Ciudad de Panamá y de muchas otras reconocidas empresas. Si algo lo desveló en sus últimos 25 años de vida, fue su insistente trabajo por ver el mejoramiento en las condiciones de vida de los habitantes de La Boquilla, por ello creó la Fundación Proboquilla. Sin duda, un empresario visionario que se interesaba por el desarrollo y crecimiento personal de los demás. Junto a otros dirigentes y educadores de la ciudad, en 2010, inició la Fundación Geniales, centro de formación y capacitación de líderes con métodos innovadores para el descubrimiento y aprovechamiento de los talentos naturales.
Escribió tres libros: Memorias de Alberto Araújo Merlano: Una persona común y corriente, Aprender a vivir mejor: Lecciones sencillas de éxito y Semillas de sabiduría. “Solo hay dos legados duraderos que podemos dejar a nuestros hijos: uno son las raíces; el otro, alas”, dijo en una de sus sentencias.
Vio crecer su estirpe como un árbol gigantesco con más de cuarenta nietos y bisnietos.