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Cultural

Cormac MCcarthy: una vida de violencia con una muerte aburrida

Uno de los más destacados escritores de la literatura estadounidense falleció hace pocos días de una forma que nunca se hubiese leído en uno de sus libros.

Cormac MCcarthy: una vida de violencia con una muerte aburrida

Las obras de Cormac MCcarthy pasarán a la historia por mostrar una cara oscura de la realidad. // Foto: Ilustración.

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En la historia de la humanidad ha habido civilizaciones que se desvivieron por morir en medio de la batalla. Sangre y lodo eran los bálsamos de una muerte pletórica. Espartanos, vikingos y samuráis concibieron que solo un cuerpo masacrado por el fragor de la violencia era el merecedor de esa gloria que aún muchos dicen que existe después de pudrirnos.

Con la evolución de las sociedades, especialmente en los ámbitos de la moral, la ética, la legalidad y la salud, la muerte violenta fue perdiendo caché, y se fue convirtiendo en una condición por evitar. La violencia se volvió un acto reprochable, un tabú que solo un demente puede venerar, y que solo se puede dosificar marinada a través de las artes. Un veneno que encontró su frasco en el cine, la literatura o en la pintura, y que algunos tienen la virtuosidad de convertirlo en un elixir. Así fue Cormac McCarthy, quien falleció el pasado 13 de junio. Lea también: Fallece Cormac McCarthy, autor de la obra que le dio el Óscar a Javier Bardem

Este escritor, no tan afamado como aquellos que venden en estanterías en los supermercados, se convierte en un suceso inolvidable para todo aquel que lo lee. Si se escarban algunas capas del maquillaje de la banalidad que recubre a nuestra sociedad, en el ámbito literario Mccarthy está considerado como uno de los más importantes autores estadounidenses de la historia.

Siempre un ser de contrastes provocará inquietudes y pasiones: los genios de la tecnología tienen el mismo sabor que el agua en un vaso, a Gabriel Batistuta el fútbol no le divierte y hay sabaneros que no les gusta el mote de queso. Y en este universo de contradicciones entra Cormac McCarthy, nacido en la plácida y urbanizada Providence, capital del estado de Rhode Island. Un remanso impoluto tan distante de los parajes postapocalípticos que el escritor describió en La Carretera, por la que ganó el premio Pullitzer, o esas fronteras de nadie donde México, Estados Unidos y la violencia se pelean las almas de forajidos, indios, campesinos, traficantes y parias, en medio del desierto o de autopistas desoladas.

Violencia y hermetismo

No soy el Dane y mi paso universitario por la asignatura de estadística fue más penosa que gloriosa; sin embargo, me atrevo a afirmar que de cada diez escritores, nueve sueñan con el estrellato y los flashes. En el único fuera de lugar estaría McCarthy, quien como Dalton Trevisan, J. D. Salinger y Thomas Pynchon, se suscribe en ese grupúsculo de escritores que prefieren ser ermitaños que atavíos de la farándula.

Cuenta Mariana Enríquez, escritora y periodista argentina, en uno de los mejores perfiles que se han hecho sobre el escritor de Providence, que “sería difícil pensar en otro escritor mayor que haya participado menos de la vida literaria. Este hombre nunca enseñó literatura ni dio talleres, ni escribió periodismo, ni dio lecturas o charlas, ni reseñó libros ni, claro, dio entrevistas. Sus mejores amigos eran un físico y un biólogo marino. Dice que ni siquiera conoce a escritores, y es creíble”.

McCarthy en su obra, que comprende doce novelas, cinco guiones, tres historias cortas y dos obras de teatro, retrató la oscuridad interior del ser humano y cómo el amor se impone a lo más sórdido que reside en nosotros mismos. Su prosa con un ritmo trepidante entra por los ojos anestesiando los conductos para evitar las nauseas ante la despiadada violencia que creó. Lea también: Recordando a Cormac MCcarthy: tres libros que no puedes dejar de leer

En sus mundos despiadados solo la esperanza es la única con color, como la niña del vestido rojo en La Lista de Schindler. Sin lugar a dudas la literatura internacional sufrió una gran pérdida con su muerte.

Alfa y omega

Nació en 1933 en un hogar con ciertas comodidades. Pasó por la Fuerza Aérea. Siendo un treintañero mientras trabajaba como mecánico en un taller de Tennessee, luego de ser echado a la calle de un hotel de Nueva Orleans por su cuantiosa mora, la editorial Random lo contactó. Enamoró con su estilo faulkneriano, pero con más arena y sangre, al editor Arthur Erskine. Su primera novela publicada fue El guardián del vergel.

Muchos escritores o aspirantes a hacerlo se enfrascan en una quimera que muchas veces los condena al ostracismo, a la procrastinación y al fracaso: crear algo nuevo, romper la historia de la literatura en dos, tal como lo hicieron autores como Gabriel García Márquez, Shakespeare, Cervantes, Dostoievski o Borges; no obstante, McCarthy siempre defendió que la inspiración artística muchas veces se origina en la adoración a los ídolos, a entender su estilo y transformarlo con lo propio, en un plagio moralmente correcto. Un batido solemne del que se ha nutrido la literatura.

Nunca negó la gran influencia, retratando a ese sur inhóspito y violento de Estados Unidos, que tuvo William Faulkner en él. “Los libros se hacen de libros. La vida de una novela depende de las que ya han sido escritas. Siempre ha sido así”, expuso. Lea también: ‘Contando los oscuros peldaños del vacío’: el nuevo libro de Fredy Chamorro

Si bien a Cormac McCarthy se le relaciona mucho con el contar la violencia de maneras insospechadas, para Mariana Enríquez su influencia va más allá y encontró vestigios de un historiador de los conflictos sociales y políticos en la frontera entre Estados Unidos y México, escenario donde los carteles del narcotráfico y los cactus imperan. Violencia de la que emanó gran parte de la historia de ambos países norteamericanos.

De forma sosegada, un final aburrido si apareciera en uno de sus libros, falleció a sus 89 años por causas naturales en su casa de Santa Fe, Nuevo México. Obvio no merecía una muerte sufrida que homenajeé a su obra; la cuestión va más por el lado del aburrimiento, la nostalgia y la desazón que ha dejado en aquellos que lo consideramos un modelo a seguir.

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