La nueva adaptación de “La sirenita” hecha por Disney ha generado varias comparaciones con la versión animada de 1989. Dejando a un lado lo que la compañía haga o no, esta es una buena oportunidad para darle un vistazo a la que sí es la versión original de esa historia. A diferencia de lo que ocurre con “Cenicienta”, “La bella durmiente” o “Caperucita Roja”, “La sirenita” es un cuento de hadas literario: no fue recogido de la tradición oral, sino que fue creado por el escritor danés Christian Andersen (Odense, 2 de abril de 1805 – Copenhague, 4 de agosto de 1875).
“La sirenita” (“Den lille havfrue” en danés) fue publicada por primera vez en 1837, como parte de la tercera entrega de Cuentos de hadas contados para niños. Primera Colección (1835 – 1837). Como su nombre lo sugiere, aquella fue la primera antología de ese estilo publicada por su autor. La obra tiene un detalle que sorprenderá a quienes solo tengan familiaridad con la versión de Disney: la sirena no tiene alma y desea conseguir una.
“¿Como así que un alma?”, se preguntarán. Hans Christian Andersen era tan cristiano como su segundo nombre, fiel partidario de la idea de que el Cielo es el consuelo de una vida infeliz, pero piadosa (como se puede apreciar en “La pequeña vendedora de fósforos”). “¿Sí, pero por qué la sirena no tiene alma?”: para responder a esa pregunta hay que irse a la época renacentista, al territorio de la actual Suiza; ahí empieza el camino literario que daría lugar a “La sirenita”.
El libro del alquimista
En la Europa medieval abundaban las relatos sobre seres acuáticos de aspecto humano que se casaban con humanos, siendo la leyenda de Melusine el más famoso de ellos. Sin embargo, no es realmente en ellas donde debemos buscar el origen del cuento de Andersen, sino en un texto que se que se apoyó en la teoría de los cuatro elementos de la antigua Grecia para crear una mitología muy idiosincrática: el Libro de ninfas, silfos, pigmeos, salamandras y demás espíritus (1566, publicado póstumamente), escrito por el médico, alquimista y teólogo Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido por su nombre de pluma “Paracelsus” o, para los hispanohablantes, “Paracelso”.
La tesis básica de Paracelso era la siguiente: Dios creó los cuatro elementos y a cada uno le asignó un grupo de criaturas, normalmente invisibles al ojo humano, cuya función es velar por la preservación de la naturaleza. Del aire son los silfos, del fuego las salamandras, de la tierra los pigmeos y del agua las ninfas. Fue en este libro, y no en el folclor europeo como tal, que se originaron términos como “gnomo” y el que nos ocupa ahora: “ondina” (del latín “unda”, que quiere decir “ola”).
Como su nombre lo sugiere, la ondina es un espíritu asociado principalmente con los cuerpos de agua dulce. Al igual que los demás seres elementales, no poseía alma y, por lo tanto, carecía del acceso a la vida eterna que es propia de los seres humanos en la doctrina cristiana. Al final de sus vidas, ondinas, pigmeos, salamandras y silfos se disolverían en sus respectivos elementos sin posibilidad de ir al cielo, ni al infierno.
Esa falta de alma se explicaba en una idea (no universal, pero sí muy difundida) según la cual el ser humano tiene privilegios únicos dentro de la Creación. Si él en particular está hecho “a imagen y semejanza” de Dios y si Jesús murió específicamente por él, entonces solo él y nada más tiene derecho a participar de la gloria divina o del castigo eterno. Sin embargo, Paracelso añadió un detalle: si un ser elemental llegaba a ser amado por un ser humano, ganaría un alma a través del sacramento del matrimonio.
El libro fue sumamente popular y sus criaturas fueron importante fuente de inspiración para místicos (como los rosacruces) y artistas. Particularmente hay que señalar la obra Conde de Gabalis o Diálogos sobre las ciencias ocultas (1670) del abate Nicolas-Pierre-Henri de Montfaucon de Villars. Esta recogió una vez más la clasificación de Paracelso y fue ampliamente leída durante los siglos XVIII y XIX.

Un modelo literario
De todos los cuentos y novelas que produjo aquella taxonomía fabulosa, el más signficativo y más popular fue Undine (1811) del barón Friedrich de la Moque Fouqué (1777 – 1843), donde, una vez más, el personaje principal repite la mitología de Paracelso con lujo de detalles y retoques. Se trata de una novela corta en la que una ondina, llamada Undine, logra conseguir un alma a través de su matrimonio con un caballero, Huldbrand.
Todo comienza cuando la hija adoptiva de un duque, Bertalda, ordena a Huldbrand a ir al bosque encantado para probar su valor y ganar su mano. Ahí, Huldbrand se encuentra con Kuhleborn, el tío de Undine, quien usa sus artes mágicas para llevarlo hasta la cabaña donde la muchacha vive con su familia adoptiva, una pareja de pescadores. Se enamoran y permanecen juntos algunos meses, Kuhleborn trae a un cura llamado Heilmann para casar a la feliz pareja y es entonces que Undine gana su alma y le revela sus orígenes a Huldbrand.
Lo que al principio parece un amor idílico acaba destruido por un triángulo amoroso y las maquinaciones de Kuhleborn. Por una serie de eventos, Bertalda se va a vivir con los recién casados. Al tiempo que se hace amiga de Undine, acaba enamorándose de Huldbrand y él de ella. La infidelidad enfurece a Kuhleborn, quien no tarda en recordarle a su sobrina las leyes de los seres del agua: si el humano se casa con otra mujer mientras la ondina vive, ella deberá matarlo.
El espíritu se dedica a aterrorizar y torturar a Huldbrand y Bertalda. Undine hace todo lo que puede por evitar el peor de los destinos y contrarrestar los poderes mágicos de su tío, incluso perdona el adulterio y salva a su esposo y a su amiga de morir, restaurando su vida doméstica. Sin embargo, los arrebatos de Kuhleborn no se detienen y llevan al caballero a maldecir a la ninfa, a quien ahora teme por sus habilidades y orígenes sobrenaturales.
Los familiares de Undine la regresan a las aguas al instante. Arrepentido, pero temeroso de la soledad, Huldbrand se casa con Bertalda. El desenlace fatal llega luego de que Bertalda ordena abrir un pozo que Undine había mandado sellar para no poder regresar al castillo si algún día se separaba de Huldbrand. Si está interesado en leer la novela, consulte aquí (traducción al español, censurada y con un capítulo de menos) o aquí (traducción al inglés, completa).
Uno de los aspectos más llamativos del texto es precisamente lo que significa la adquisición del alma para Undine. Ella afirma que todo empezó con un deseo de su padre, un “príncipe de las aguas del Mediterráneo, [puesto que] todos los seres aspiran a ascender en el escalafón de la existencia”. Pero más allá de la vida eterna, ganar un alma representa el paso de una mentalidad infantil y egoísta a una más empática, apta para la convivencia con los demás y la vida en el hogar.
Al principio del relato, antes de la boda, Undine dice cosas del estilo de “la caridad empieza por casa y ¿qué necesidad tenemos de preocuparnos por el prójimo?”. Cuando la ceremonia de matrimonio se está llevando a cabo y Undine revela su falta de alma, la llegada de su nueva condición la sobrecoge; ella que hasta entonces había sido “tan alegre y despreocupada” se sume en el llanto. Luego se dedica a ayudar en las labores del hogar (antes no lo hacía), y decide irse de casa no por su propia felicidad, sino pensando en sus padres: “No dejes que les revele este nuevo y amoroso corazón en el preciso instante en que deben perderlo; si permaneciéramos juntos, ¿cómo podría ocultar lo que he conseguido?”.
Es indudable que mucho de esto tiene que ver con el hecho de que Undine ahora debe comportarse como una “buena esposa” debería hacerlo. Por otro lado, la narración de La Motte Fouqué pone él énfasis no sólo en la “domesticación” de la protagonista, sino también en la bondad que ha ganado y que la lleva a proteger a sus seres queridos a toda costa: “Si le he dado un alma, lo cierto es que es una mejor que la mía”, piensa Huldbrand. En Undine, tener alma significa aprender a amar al prójimo.

Circunstancias personales
La idea de un ser en busca de un alma era algo que llamaba poderosamente la atención de Andersen. Undine estaba en sus pensamientos cuando escribió “La sirenita”: “A diferencia de La Motte Fouqué, no he consentido que la adquisición de un alma inmortal por parte de la sirena dependiera de una criatura extraña, del amor de un ser humano. ¡Estoy seguro de que eso no es correcto! Dependería mucho del azar, ¿verdad? No aceptaré algo así en este mundo, le he permitido a mi sirena seguir un camino más natural, más divino”, comentaba en una carta al escritor danés Bernard Severin Ingemann (quien había escrito una novela sobre el mismo tema) a pocos meses de la publicación de su cuento.
Aparte de ser un hombre muy devoto, Hans Christian Andersen era muy enamoradizo, capaz de sentir apego por cualquiera, pero célibe por vocación. De acuerdo con el académico e investigador Richard Norton, su vida emocional fue tormentosa y arrebatada y es probable que la escritura de “La sirenita” hubiera coincidido con uno de aquellos episodios.
Entre 1835 y 1836, Andersen se enamoró de Edvard Collin, el hijo de su patrocinador, Jonas Collin. En la correspondencia de esa época, el escritor se desgajaba en declaraciones como “Si tan solo pudieras comprender mi amor” y “Mis sentimientos por ti son los de una mujer”. Collin, por su parte aclaraba que para él Andersen era un “valioso amigo”, pero nada más, y le pedía que por favor no escribiera tanto. En 1836, Collin se casó con la mujer que sería su esposa de toda la vida, Henriette.
El escritor se declaró ofendido ante la cortesía formal que su amigo le mostraba y decidió permanecer en su retiro en la isla de Fionia en lugar de asistir al matrimonio. Considerando que “La sirenita” fue publicada al año siguiente, no es difícil pensar que algo de la resignación de Andersen quedó plasmada en la historia de desamor de su protagonista.

¿Y cómo va la historia?
Todo comienza en un reino oceánico, donde un rey viudo vive con su madre, sus seis hijas y todos sus súbditos en un fabuloso palacio de cristal. Cada vez que una sirena cumple los 15 años, se le permite ir a la superficie y observar lo que hay fuera del mar.
Eventualmente, le llega el turno a la más joven de las hermanas. La sirenita ya sentía enorme curiosidad por el mundo de los seres humanos y su jardín personal estaba adornado con una estatua, caída desde un naufragio, que representaba a un hermoso joven. Antes de salir, su abuela la engalana con flores y ostras que se adhieren fuertemente a su cola. La sirenita se queja de dolor y la abuela lanza una frase que presagiará todas sus penurias: “Si uno quiere lujos, algo ha de sufrir por ellos”.
La muchacha sube hasta la superficie y se encuentra con un barco donde se celebra el decimosexto cumpleaños de un hermoso príncipe, tan encantador y bello que no le puede quitar los ojos de encima. De repente, una tormenta destruye el barco. La sirena salva al príncipe de morir ahogado y lo lleva hasta la playa de un convento. Al poco rato, un grupo de muchachas sale del sitio. Cuando ven al príncipe, se apresuran a socorrerlo. La sirena se esconde antes de que puedan descubrirla y observa cómo se llevan al muchacho sano y salvo.
La atracción se convierte en obsesión: las estaciones pasan, la sirena deja de cuidar su jardín y todos los días va a la playa del convento a ver si el príncipe se aparece. Sus hermanas logran encontrar la costa del castillo donde él vive y le llevan la noticia. Todos los días, la sirenita lo observa lo más cerca que puede y trata de escuchar lo que se dice de él. De tanto desearlo, “quería más y más a los seres humanos y deseaba permanecer entre ellos”.
Su curiosidad la lleva a preguntarle a su abuela todo lo que sabe sobre el mundo de la superficie y es entonces cuando se entera de lo que es un alma. “Nosotros podemos cumplir hasta trescientos años, pero entonces, cuando dejamos de existir, nos transformamos en espuma de mar. [...] En cambio, los seres humanos tienen un alma que vivirá por siempre: vive después de que su cuerpo se transforma en tierra, emerge hacia el aire despejado, arriba, hasta las brillantes estrellas”.
Temerosa de una muerte definitiva, la sirena pregunta qué puede hacer para conseguir un alma. Su abuela le responde que la única opción es casarse con un ser humano, pero que eso no podría ocurrir porque a ellos les resulta asquerosa la cola de las sirenas. Dispuesta a convertirse en humana y arriesgarlo todo por su príncipe y un alma, la sirena se va con la Bruja del Mar.
“Yo sé lo que quieres, eso que haces es una estupidez”, le dice la hechicera. Lanza una advertencia tras otra: 1) la sirena no podrá hablar porque la bruja quiere su mejor atributo a cambio, que es su voz, y tiene que cortarle la lengua; 2) la transformación será sumamente dolorosa y casa paso que dé se sentirá como si pisara “un cuchillo afilado” y, por último, 3) morirá al día siguiente si el príncipe se casa con alguien más.
La muchacha acepta, se va a la superficie y bebe la pócima que le había preparado la bruja. Al poco rato de haberse convertido en humana, el príncipe la encuentra y la lleva a vivir con él. A pesar de que le dice cosas como “sí, tú eres la más querida”, la narración precisa que él “la quería como se puede querer a un niño bueno y apreciado; pero no pensaba en hacerla su reina de ninguna manera”.
De hecho, y eso se lo confiesa a la sirena, la persona con la que realmente sueña es una de las muchachas del convento, a quien ve como su salvadora. El único inconveniente es que no cree volver a encontrarla nunca. Como la sirena no puede hablar, sufre todo esto en silencio; como las sirenas no tienen lágrimas en esta historia, ella no tiene modo directo de mostrar su tristeza. A veces, sus familiares la visitan cuando va a refrescarse sus adoloridos pies en la costa.
Al fin, llega la noticia de que el príncipe debe visitar a la princesa del reino vecino y él simplemente cumple por protocolo, reiterándole a la sirena que sólo ama a aquella otra chica y a ella, su “muda niña abandonada, de ojos hablantes”, a quien le da besos y abrazos en el camino. Qué sorpresa, la princesa resulta ser la muchacha del convento. La boda se efectúa esa misma noche.
Durante la madrugada, las hermanas de la sirena la visitan por última vez. Le revelan que entregaron sus cabellos a la bruja a cambio de una daga. La joven debe clavarla en el corazón del príncipe y solo así podrá volver a ser una sirena. Ella intentó hacerlo, pero su amor y su bondad pudieron más. Lanzó el cuchillo al agua, miró por última vez al príncipe, “se arrojó al mar y sintió cómo su cuerpo se disolvía en espuma”.
Pero entonces, la sirena se eleva al cielo. Arriba “ondeaban cientos de lindas criaturas transparentes”. Ellas le cuentan que se ha convertido en una “hija del aire” como ellas y que, a pesar de no haber conseguido un alma inmortal a través del príncipe, ahora puede hacerlo si realiza buenas acciones durante 300 años. Además, cada vez que encuentre a un niño bueno, Dios acortará su tiempo de espera, pero si ve a un niño malo, su propio llanto lo extenderá. Si quiere leer la historia completa, consulte este enlace.
Un final controversial
En este punto, vale la pena apuntar dos cosas: 1) “Hijas del aire” (“Luftens Døttre”) era uno de los títulos que Andersen había considerado para la historia en sus borradores, 2) en el manuscrito del cuento, hay un último párrafo tachado, donde la sirena dice “Me esforzaré por conseguir un alma inmortal para así reunirme en el más allá con aquel a quien le di todo mi corazón”. En otras “La sirenita” siempre fue un cuento sobre la vida después de la muerte, aunque el último tachón evitó que fuera una historia sobre el amor después de la muerte.
Como mencioné arriba, es claro que Andersen le dio a la infortunada sirena el consuelo de conseguir un alma por otro medio. También es comprensible que el tiempo de espera fuera tan largo como la que debía ser su vida anterior, pues se corresponde con la idea de que el Paraíso no se gana fácilmente. Sin embargo, el final de la narración no deja de presentar varios problemas.
En primer lugar, las hijas del aire son un deus ex machina, una solución repentina y sin ninguna mención previa que le permite a la protagonista escapar de lo inescapable. Además, es llamativo que el destino de la sirena sigue dependiendo parcialmente de las acciones de alguien más, de niños desconocidos, a pesar de las objeciones de Andersen a De la Motte Fouqué.
El desenlace del cuento ha sido criticado en varias ocasiones. Pamela Lyndon Travers, la autora de Mary Poppins, opinaba que la apelación al comportamiento de los niños era un “chantaje”. Son muchas las adaptaciones, literarias o cinematográficas, que decidieron cortar el cuento en el momento que la sirena muere, pues la historia parece dirigida hacia un final triste. En el terreno de la animación, Disney no es el único estudio que se deshizo de las hijas del aire: Soyuzmultfilm (1968) y Toei (1975) prefirieron resaltar los rasgos trágicos del relato.
La solución repentina y el tono moralizante no han sentado bien con las generaciones posteriores. Quizás si Andersen hubiera recompensado a la sirenita con un alma en ese instante, sin complicar demasiado las cosas, o si hubiera utilizado ángeles, en lugar de figuras celestiales de su invención, sería más fácil ver el final como un nuevo comienzo para la historia de una búsqueda espiritual y no como el desenlace imprevisto y extraño de una historia de desamor.

Otra perspectiva
Los cuentos de Andersen gozaron de gran popularidad en el resto de Europa y fueron traducidos al inglés a los pocos años. Probablemente fue así como el irlandés Oscar Wilde (1854 – 1900) se encontró con ellos, pues él también escribió un cuento sobre seres acuáticos y almas que mostraba claras influencias de dos relatos Andersen, “La sirenita” y “La sombra”: se trata de “El pescador y su alma”, publicado en Una casa de granadas (1888).
Para no extederme más, diré que la historia de Wilde representa una completa inversión con respecto a la de Andersen y, a su modo, se acerca más a la de La Motte Fouqué. En primer lugar, no se trata de un ser acuático en busca de un alma, sino de un pescador que debe deshacerse de la suya para estar con la sirena que ama y lo consigue a través de una bruja. Además, los seres del agua viven felizmente sin pensar en Dios y el cura del pueblo no los ve con buenos ojos.
El cambio más importante es que el alma no solo es un obstáculo en lugar de la meta, sino que se convierte en el antagonista del cuento: puesto que el pescador la dejó sin un corazón al separarse, ya que necesitaba el suyo para amar a la sirena, su alma se volvió malvada. Cuando se reencuentran, el alma lo tienta y lo obliga a hacer fechorías. De ahí, todo va de mal en peor.
A pesar de que la historia termina de manera trágica y agridulce, culmina con una exhortación del amor por encima de todas las cosas, tanto del amor entre el pescador y la sirena (“Pero tu amor permaneció conmigo, siempre fuerte, nada prevaleció contra él, aunque he contemplado el mal y he contemplado el bien”) como del amor de Dios por todo lo que existe en la tierra (“Y no les habló de la ira de Dios, sino del Dios cuyo nombre es amor”). Para leer el cuento completo, haga click aquí (traducción al español) o aquí (original en inglés).
Coda
Las criaturas inventadas por Paracelso sirvieron a muchos autores para explorar lo que significa la relación entre el amor y el alma inmortal para los cristianos. Las sutiles diferencias entre todos los tres escritores que abordamos aquí son claras: De la Motte Fouqué opinaba que el alma es lo que nos permite amar, Andersen consideraba que un alma es algo incluso más deseable que el amor y Wilde creía que un alma por sí sola no vale lo que un corazón lleno de amor.
Vale la pena mencionar las siguientes versiones, todas muy anteriores a la de Disney:
-La sirenita (1968), dirigida por Ivan Aksenchuk para Soyuzmultfilm (1968): esta adaptación elimina todos los aspectos religiosos del cuento y termina con la muerte de la sirena. Su principal atractivo es su dirección artística, que se vale del collage y otras técnicas para crear imágenes coloridas, abstractas y ligeramente similares al arte bizantino. Véala aquí (subtitulada en español) o aquí (subtitulada en inglés).
-La sirenita (1974), dirigida por Peter Sander para Reader’s Digest en asociación con Potterton Productions Inc.: esta es una de las adaptaciones más fieles al relato original. Los personajes no hablan, sino que un narrador cuenta la historia al par de la animación. Incluye a las hijas del aire y especifica que la sirena eventualmente consiguió su alma. Véala aquí (versión doblada al español) o aquí y aquí (original en inglés).
-Los cuentos de hadas de Andersen: La princesa sirena (1975), dirigida por Katsumata Tomoharu para Toei Animation: al igual que la versión de Soyuzmultfilm, esta adaptación termina de forma trágica y no incluye los elementos cristianos del relato. Se resalta su dirección melodramática, muy acorde con la animación japonesa para niñas de la época. Véala aquí (versión doblada al español).