Cada artista forja su mundo personal con una suma de obsesiones que pueden ramificarse en el tiempo.
En el caso de Cecilia Delgado (Cartagena, 1941), hay una constante devoción por la soledad luminosa de las habitaciones, la atmósfera armoniosa y serena de los objetos, el misterio de la naturaleza muerta que cobra una nueva vida en su obra, los retratos que interpela pinturas de sus preferencias. En todo su universo está el ámbito íntimo de Cartagena, su ciudad natal.
Cecilia se parece a lo que pinta y lo que piensa. Es lectora del filósofo coreano Byung-Chul Han y de la novelista y ensayista Marguerite Yourcenar. Lo que admira de esos dos autores es lo que tiene que ver con su arte y su manera de estar en este mundo. Le puede interesar: ¿Podcast para niños? Colombia le apuesta a la modernidad y educación
El silencio en un mundo ruidoso como el que habitamos, es un lujo de nuestro tiempo. Cecilia nos revela “el orden, la mesura y el ritmo” de las cosas y de la vida, según la percepción del crítico de arte Álvaro Medina.
Dibujante y pintora consagrada, la mirada aguda y sensible de Cecilia indaga siempre sobre la condición humana. Es además una excelente pedagoga. Su arte es hija de una vocación abnegada y de una personalidad discreta, exigente y autocrítica. Hay en sus obras varios planos de la realidad que se confrontan con la memoria, el retrato y la naturaleza muerta.
La obra de Alfredo Guerrero (Cartagena, 1936) ha tenido a lo largo de su intensa y fecunda creación artística, un universo tutelar alrededor del retrato, el autorretrato, el desnudo femenino, pero también una obsesión por el paso del tiempo sobre los objetos y el mobiliario de las casas cartageneras.
La luz de Guerrero fluye entre el dorado del crepúsculo cerca al mar, la pátina del tiempo en los seres y en los objetos, el color sepia de los recuerdos que se envejecen en los álbumes, en los retratos, en la atmósfera de la misma pintura que acoge el tiempo como materia prima de su arte. También lea: Estos son los ganadores del Congo de Oro del Carnaval de Barranquilla
Él mismo se ha pintado en todas las estaciones desde que era un muchacho, hasta la nieve de la luz en el esplendor del otoño.
Es perfeccionista de la línea, el retrato, el volumen, la atmósfera intemporal como luz que acaricia los objetos y las criaturas. Sus criaturas desnudas se mantienen en un reposo pudoroso, en la transparencia de los velos que rodean a estas mujeres hay otra vestimenta invisible que las cubre, y la desnudez se convierte en un paisaje íntimo de serena y descansada belleza, como si el cuerpo al abandonarse en el lecho en el que duerme buscara la luz secreta del sueño.
