Desde hace más de un año veo trabajar en silencio, tallando la madera y dibujando retratos, al pintor y tallador cartagenero Fredy Polo Oviedo, en un rincón de la entrada a la Urbanización La Española. Recuerde esta gran historia: El gran pintor que nació del encierro.
La suya es una tarea casi invisible, pero abnegada, que empieza muy temprano y culmina a mediodía, ante la mirada de los transeúntes que pasan por este punto de Cartagena.
Lo he visto tallar caballos, flores y peces, y hacer galeones diminutos que pone a navegar en el mar quieto de las botellas. Lo he visto dibujar retratos de personas que se acercan a él con foto en mano, para que les haga la versión de un retrato, y él con la devoción de quien pinta caras y emociones, trabaja el doble retrato de lo que expresan los seres humanos, a través de su mirada o sus gestos.
Llega Fredy con su silla, sus lápices, carboncillos, cinceles y maderas vírgenes para ser talladas. Lo primero que hace al llegar es barrer y desaparecer los rastros de basura que deja la gente al anochecer. Y como todo buen funcionario de la libertad de los sueños, empieza a darle forma a la madera. Dos de sus caballos tallados viajaron en las manos de unos extranjeros que se encantaron con sus tallas.
Logró estudiar un año en la vieja Escuela de Bellas Artes de Cartagena, guiado por su amigo el escultor Carlos Martínez, Fredy Polo Oviedo trabajó dos años en Fotomecáncia en el diario El Universal. En su temperamento, perviven la constancia y la humildad de sus padres. De Juan Polo Martínez, un orfebre, del que heredó la paciencia y la curiosidad por la belleza. Y la humildad de Teresa Oviedo, su madre, ama de casa. Fredy nació en La Calle Larga, en Getsemaní, y a los dos años se fue a vivir al Paseo de Bolívar. Ahora con su cincel culmina otro caballo que tiene las crines sacudidas. Y le digo con humor que talle con sutileza su relincho.